ENTREVISTAS
Elisabeth Schwarzkopf: «Nunca fui lo suficientemente buena»
La soprano alemana, encarnación del canto sofisticado, referencia absoluta a la hora de hablar de Lieder y de óperas de Mozart y Richard Strauss, se muestra tan sabia como vulnerable en esta entrevista realizada en 1994, cuando llevaba años retirada.
Fue un buen ejemplo de que aquello mejor no se podía hacer. Desde Mozart a Wolf, la soprano alemana Elisabeth Schwarzkopf (1915-2006) triunfó en el Londres de la postguerra hasta convertirse en una intérprete de referencia, con un legado discográfico inabarcable. Concentrada en las palabras y sus significados, fue tenaz y obsesiva en su empeño en brindar a sus interpretaciones el punto de equilibrio entre mente y corazón. “En esta carrera lo que hay que hacer es dar al público experiencias emocionales nuevas”, afirmaba desde su casa en Zúrich en esta entrevista realizada en 1994.
En su repertorio incluyó papeles como Mimì de La Bohème e incluso Madama Butterfly, de los cuales quedan registros que hablan de pulcritud y academia. Pero su hábitat no era ése: el nombre de Schwarzkopf iba a ser sinónimo de la Condesa de Las bodas de Fígaro y Capriccio, de Donna Elvira de Don Giovanni y de Fiordiligi de Così fan tutte. Estudió con la legendaria María Ivogün, quien, conocedora de voces, quiso que se dedicara al Lied. Sin embargo, los teatros no dejaron de ofrecerle roles como Musetta (La Bohème) o Constanza (El rapto del serrallo). Fue después de la guerra, al surgir el grupo que lideraron Sena Jurinac y Ljuba Welitsch, que la naturaleza específica de la cantante alemana se desplegó. A eso ayudó el trabajo de su marido, Walter Legge, gerente de grabaciones del sello EMI, gran conocedor de voces y responsable de haber llevado al disco a Maria Callas y Herbert Von Karajan, entre otros. La conoció en Viena, donde ella le realizó una audición en una sesión que el propio Karajan calificaría de “cruel” por lo extensa y dura. Se casaron en 1953, iniciando una sociedad conyugal-musical muy productiva. “Walter fue determinante en mi carrera y la persona que más me influyó musicalmente. Me dio muchos consejos y me enseñó a hacer música. Hizo más de lo que pudo cualquier profesor; me ayudó a seleccionar el repertorio y se enfadaba cuando hacía lo que él no recomendaba. Como siempre tenía razón, pronto dejé de desobedecerle”.
Juan Antonio MUÑOZ: ¿Qué recuerda como momentos especiales vividos con él en la música?
Elisabeth SCHWARZKOPF: Trabajamos juntos incansablemente para refinar el acercamiento al Lied, procurando descubrir cada matiz en detalle, y juntos publicamos el libro On and off the record, en el que revelamos aspectos de nuestro trabajo y de la industria discográfica para la que él trabajó 30 años gestando registros hoy considerados de referencia. Ese período culminó en 1964, desde cuando solo se dedicó a mis trabajos.
J. A. M.: Una entrega total…
E. S.: Y yo respondí diciendo adiós al público después de su muerte, en marzo de 1979. Tres días antes, en Zúrich, ofrecí mi recital de despedida junto a Geoffrey Parsons, que me acompañó en muchas ocasiones. Walter y yo teníamos las mismas características: intransigentes para enfrentar el trabajo y empecinados en la búsqueda de la verdad y la perfección.

La soprano alemana se movía como pez en el agua en personajes como la Condesa de 'Le nozze di Figaro' o Capriccio, siendo una Mariscala de 'Der Rosenkavalier' de referencia
J. A. M.: ¿Qué papel jugaron sus padres en su vida artística?
E. S.: Desde muy joven quise hacer una carrera en la música. Comencé estudiando con Lula Mysz-Gmeiner, quien creyó que yo era mezzo. Fue mi madre (Elisabeth Fröhling) quien pidió cambio de profesor. Así comencé a trabajar con el Dr. Egonolf, que estaba convencido de que yo era una coloratura. Más tarde estudié con Maria Ivogün. Siempre recuerdo mi llegada a Viena con mamá. La ciudad estaba destrozada por las bombas. No teníamos dinero, pero ella siempre me decía que tenía que llevar un vestido impresionante para las audiciones.
J. A. M.: ¿Es posible cantar bien Lieder si no se tiene el alemán como lengua materna?
E. S.: Lo puedes intentar, pero no es muy bueno el resultado porque hay que pensar en la lengua del poeta. Si no es la tuya es muy difícil, y el resultado es injusto para el escritor y para el compositor. No conozco a mucha gente que lo haya podido hacer; más bien, no conozco a nadie, y eso me incluye. Pienso por ejemplo en la palabra Wald, que significa bosque, pero, ¿es un bosque lo que quiere significar en cada frase de una canción?
J. A. M.: Richard Strauss es centro de gravedad en su arte. Prácticamente es imposible hablar de la escena final de Capriccio o de Der Rosenkavalier o de los Vier letzte Lieder sin pensar en usted. ¿Cuál es la primera exigencia para este compositor?
E. S.: Si estás en la profesión, primero hay que tener talento para cantar, lo que no siempre sucede. Y tu técnica tiene que permitir enfrentarse con todos los compositores. Para Richard Strauss quizás haya que tener un poco más de dominio de la voz, y mayor energía porque en ocasiones las orquestas son muy grandes y hay mucha exigencia en los centros.
J. A. M.: De sus papeles franceses es Mélisande (Pelléas et Mélisande, Debussy) el más logrado. Su timbre da al rol un relieve poco habitual.
E. S.: Estudié el texto con una actriz belga, ya que Maeterlinck era un poeta de esa nacionalidad. Con ella pude dominar el lenguaje de la obra. Cantar una ópera en otra lengua es distinto que cantar Lieder; el Lied no tiene nada que ver con exhibir tu voz. En ópera, eso hay que hacerlo.
J. A. M.: ¿Dónde hay que poner atención en la ópera? ¿En el teatro, en la mezcla de teatro y música, en la música?
E. S.: Es la música en sí misma la parte más importante en cualquier trabajo de interpretación vocal.
J. A. M.: ¿Y qué se hace cuando tu voz es un instrumento débil?
E. S.: Me sucedió a mí. Yo no tenía una gran voz. Fue mi dedicación al trabajo lo que me hizo salir adelante.
J. A. M.: ¿Algún método?
E. S.: Nunca tuve un método para llegar a un papel. Pero eso no significa que no estudiara. Todo lo contrario. Los personajes van surgiendo del estudio y del instinto musical.
J. A. M.: ¿Esa es su recomendación para los jóvenes?
E. S.: Mi gran recomendación es que trabajen, trabajen, trabajen… Y que no se fíen, porque los querrán hacer cantar de todo inmediatamente. Si hacen eso, muy pronto abandonarán la escena. Y que piensen en el sentido de lo que van a cantar antes de hacerlo; no cuando estén a mitad de camino.
J. A. M.: ¿Y una dedicación absoluta al canto?
E. S.: Recomiendo tener también otra profesión, porque nada garantiza que se vaya a conseguir algo bueno en el canto. Uno puede ser tan bueno como el oro, pero si alguna enfermedad te ataca, estás acabado y no hay nada más que hacer. Entonces te das cuenta de que has perdido tu juventud, el tiempo, el dinero y probablemente el idealismo, que es lo que te mueve a hacer cosas. Es terrible perder el idealismo cuando no has logrado nada. Por favor, aprendan otra profesión que les ayude a sobrellevar la desilusión de no haber podido hacer una carrera en el canto.

Schwarzkopf junto al barítono alemán Dietrich Fischer-Dieskau. Juntos reescribirían la historia moderna del 'Lieder'
J. A. M.: ¿Hubo algún personaje que no alcanzó a cantar?
E. S.: Desdemona. Grabé las mejores partes de Otello, que creo que quedaron muy bien, pero nunca pude hacer el rol al completo.
J. A. M.: De sus colegas contemporáneas, ¿tomó algo prestado?
E. S.: Soy una fanática de Victoria de los Ángeles, una dama española que podía cantar todos los papeles y lo hizo mucho mejor que yo. Cuando la escuché como Mimì yo dejé de cantar el papel. Y lo mismo me sucedió con Maria Callas y La Traviata: aunque tuve mucho éxito como Violetta, después de oírla no la pude cantar de nuevo. Por ella supe cómo debía ser realmente el rol.
J. A. M.: ¿Nunca la tentó Salome?
E. S.: Nunca tuve la voz, excedía mis capacidades y mi marido no me habría dejado. Uno tiene que ser muy consciente de lo que puede al escoger un rol. Además, en la Ópera de Viena tuvimos a la mejor Salome de la historia: Ljuba Welitsch. Si se escuchan sus discos te das cuenta de cómo debe ser el personaje. ¿Por qué tendría yo que haberla cantado? No puedes falsear tu voz. Obligar al instrumento a ciertas cosas solo consigue tensar el material. Lo que sí hay que hacer es pulirlo y llevarlo a sus mejores posibilidades. Esa es una exigencia.

Junto a su admirada Maria Callas; después de verla como Violetta, Schwarkopf eliminaría 'La Traviata' de su repertorio
J. A. M.: ¿Alguna vez quedó satisfecha de su actuación en el escenario?
E. S.: Nunca estuve satisfecha ni contenta con mis actuaciones; siempre pensé que podía haberlo hecho mejor. Nunca fui lo suficientemente buena. A pesar de eso, no habría cambiado mi voz por otra.
J. A. M.: Hoy usted es una vara con la que se miden muchas sopranos. ¿Tuvo modelos?
E. S.: Escuché cantidad de discos de las grandes del pasado, de quienes aprendí lo que se puede llegar a hacer. El pequeño cerebro de un cantante a veces no llega a imaginar la excelencia. La idea es conseguir algo estupendo, pero sin imitar. Curiosamente, muchos modelos míos fueron violinistas.
J. A. M.: ¿Qué música escucha habitualmente?
E. S.: Mozart y autores barrocos, pero siempre vuelvo sobre las páginas de Wolf, Schubert, Schumann o Strauss.
J. A. M.: ¿Y ópera contemporánea?
E. S.: No me interesa.
J. A. M.: ¿Tiene confianza en el porvenir del género?
E. S.: El futuro es negro. Hoy en la ópera no existe integridad. Vivimos la desintegración de la integridad. No hay auténticas grandes figuras y muchos utilizan micrófonos para magnificar su voz en el teatro. Este tiempo es otro muy distinto del que a mí me correspondió
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