ENTREVISTAS
Carlos Álvarez: “Hay que desterrar la rutina y el ego del escenario”
Con la sonrisa y la humildad de alguien en paz consigo mismo, Carlos Álvarez se niega a una entrevista que no implique el gusto de conversar. Con su agenda completa hasta 2022 y un tour de force de aquí a final de temporada, recibe a ÓPERA ACTUAL tras el éxito de Katiuska en el Teatro de la Zarzuela.
El barítono malagueño habla de sí mismo como “un caballo de la cuadra de La Zarzuela”. “Mi primer papel importante fue aquí –recuerda Carlos Álvarez–, al año siguiente de debutar. Me disparó hacia roles protagonistas hace 28 años. ¿Cómo no estar agradecido a este teatro?”. Su relación con el Teatro de La Zarzuela se ha mantenido durante toda su trayectoria artística, y ha sido así, afirma, tanto por gusto como por responsabilidad: “la gente siempre me demuestra un gran cariño cuando vuelvo, y es un afecto mutuo. Todo ello convierte el trabajo en algo orgánico, con la gente muy implicada. Venir a trabajar aquí además es obligatorio, ya que es el último bastión de nuestro patrimonio lírico”.
Ópera Actual: ¿Le cuesta, tras tantos años, mantener ese nivel de implicación?
Carlos ÁLVAREZ: Tú has de subirte a un escenario como si fuera tu primera vez o la última. Hay que desterrar la rutina y el ego del escenario. Sin pasión no hay matices, y la riqueza está en el detalle. La ópera o la zarzuela se sirven de ellos para hablar de los temas universales que nos preocupan desde siempre. El ser humano, en lo que respecta a su forma de sentir, no ha cambiado nada en treinta mil años. Cuando formo parte de un montaje mi tipo de involucración funciona desde un lugar distinto. Menos visceral y más intelectual. No es que no te emociones, es que no te puedes permitir ciertos desbordamientos. Tengo que controlar esa pequeña esquizofrenia entre el personaje y nosotros mismos: somos garantes de la emoción, no receptores. Eso ya lo decía Alfredo Kraus. En este mundo jugamos siempre con un colchón emocional creado previamente por la orquesta que nos facilita sobremanera nuestro trabajo. Pertenecemos a un tipo de arte artificioso, hay que esforzarse mucho para hacerlo natural. Es la convención llevada a la máxima expresión.

Carlos Álvarez en 'Un ballo in maschera' en el Gran Teatre del Liceu
Ó. A.: ¿Elige sus papeles huyendo de la rutina o de según quiénes?
C. A.: Solo en una ocasión rechacé un papel por dirigir la obra alguien con quien no conectaba. Pero en general la vocalidad manda, intentando que mi físico no sea un obstáculo para la verosimilitud. Yo quiero que la gente vea al personaje, no a Carlos Álvarez; quiero ser capaz de desaparecer dentro del rol. Quiero reírme o llorar con el papel, actuar sin enjuiciar a quién presto mi cuerpo. Empatía antes que ética. Luego lo de ser más o menos convincente en lo actoral es siempre dentro de unos baremos bajos: somos, a lo sumo, buenos actores de cine mudo. O lo éramos, porque ahora estamos condicionados por las retransmisiones. Nuestro trabajo estuvo pensado para la distancia; no creas que nos hacen un gran favor tomándonos primeros planos…
Ó. A.: ¿Sigue mirando con lupa cada compás?
C. A.: Me gusta ser muy respetuoso con la partitura; lo contrario me parece una falta de consideración. Piensa en Verdi: se peleaba a muerte con sus libretistas por una palabra. ¿Quién soy yo para modificar una coma? Se han tomado tantas licencias que ser honesto con la partitura es ser moderno. Además, allí está todo. Un personaje como Falstaff, que se toma siempre por el lado bufo, está escrito con una enorme melancolía, que solo se percibe desde el estudio de la partitura. Además te permite llegar limpio a la propuesta del director de escena. Yo he conseguido sentirme cómodo en la mayor parte de las circunstancias, porque creo que hay que llegar al resultado final mediante un acto de consenso. Cada vez más a menudo la narración del director de escena no tiene que ver con lo que sucede en la partitura, así que para poder plegarte a esas lecturas tan inteligentes hay que confiar: puedo adaptarme a todo siempre que no me dificulte la proyección del canto.
Ó. A.: ¿Qué tal la relación con su siguiente destino, el Covent Garden?
C. A.: Partiendo de la base de que me siento muy cómodo trabajando allí, mi relación ha sido guadianesca. La última vez que estuve fue con Rigoletto y tenía que haber vuelto en la época de mi segunda lesión. Pero en este trabajo no hay puesto fijo que se te guarde. Tras la última intervención hube de volver a la casilla de salida por tercera vez, porque a nosotros no se nos mide por quiénes somos sino por en qué momento de nuestra carrera nos encontramos. Así que a mi vuelta definitiva para ellos era un debutante: me puse a la cola, y por ello he tardado en volver allí.

Carlos Álvarez y Ainhoa Arteta en 'Katiuska' en el Teatro de La Zarzuela
Ó. A.: Será con Simon Boccanegra, como en su próximo regreso al Metropolitan.
C. A.: Volveré en 2020 al Metropolitan, en Nueva York, lugar que me marcó porque fue donde reapareció mi lesión en febrero de 2010. Aquella escena fue tremenda. En el camerino con Muti, su mujer Cristina, Valery Gergiev, mi mujer y yo. Todos sentados y abatidos tras interrumpir el ensayo general. No olvidaré nunca la frase de Muti, tan inteligente como alentadora: “Es el momento de volver a casa, intentar recuperarte de nuevo; y cuando vuelvas, aquí estaremos esperándote”. Con esa expectativa, las ganas de volver movían cualquier reticencia. El proceso de recuperación fue largo pero por suerte tuve la complicidad de los teatros. Tener tres oportunidades en esta profesión es algo que casi nunca se da.
Ó. A.: Le apoyaron mucho Barcelona y Viena, donde sigue ejerciendo de Kammersänger.
C. A.: Sin duda, el Liceu siempre. Después de un Rigoletto turinés dirigido por John Turturro volveré a Barcelona para hacer Hamlet en concierto, algo que me hace especial ilusión porque fue uno de los títulos que se malograron con la lesión. También Viena apoyó en su día, aunque tiene la ventaja de ser teatro de repertorio en el que la ventana de oportunidad a la hora de entrar en repartos es más sencilla. Volveré allí en enero para hacer Falstaff. Creo que tendré que hacer un esfuerzo en muchos aspectos para adecuarme a ese gordo maravilloso. Allí tienen una dinámica de trabajo muy distinta: una semana de ensayos o menos y tirarte al ruedo. Debuté en Viena con dos días de preparación en sala de ensayo haciendo un Barbero de Sevilla, el 6 de febrero de 1995. Guardo la fecha porque fue increíblemente impactante. No tuve ningún contacto previo con la orquesta, el escenario o la sala principal. Mientras subía desde el foso hacia escena por una pequeña escalera cantando “La ran la lera” recuerdo que iba pensando: “Anda, mira, la Filarmónica de Viena”. Cuando sobrevives a eso, el resto es pan comido. Cada vez que vuelvo allí me acuerdo de mi amigo Goran Simic, un bajo serbio ya fallecido, que iba a trabajar a la ópera con mono de mecánico azul. [Risas] Es una industria cultural, tienen tres turnos de maquinistas en el teatro que cubren las 24 horas del día, por ejemplo. Llegar a Viena significa estar en el epicentro de la ópera.

Como Falstaff en el Teatro Regio de Turín
Ó. A.: Turín, Barcelona, Tokyo, Málaga, Génova, Viena… Van a ser unos meses muy completos.
C. A.: Y después un proyecto de grabación de Otello con Jonas Kaufmann. Me atrae mucho el mundo de la grabación porque implica poder ser minucioso, aunque el resultado sea mentira. Es cierto que tengo mucho ajetreo, pero hay que estar agradecido, y por suerte, mi mujer viaja conmigo. Nos movemos en una especie de trashumancia musical. Tengo por otro lado una familia extensa en la que la gente está contenta de volverte a ver. Y el tiempo se difumina, parece que fue ayer cuando hablamos la última vez…
Ó. A.: ¿Va a echar mucho de menos a Montserrat Caballé?
C. A.: Es una desgracia. Además ella siempre me percibió como alguien de la familia. Esa gente no se debería morir nunca. Fíjate, yo soy ateo, y asumo mi responsabilidad y el sentido único de cada instante. Pero al no tener una creencia específica, lo que hago es creer en la gente, que me dan la prueba fehaciente de que hay que confiar en el mundo. Con Montserrat tenía esa sensación. Ella fue siempre muy inteligente y nos permitió a mi mujer y a mí entrar en un grado de cercanía poco común, pudiendo disfrutar de su risa cuando le propuse en Viena que viniera a casa a probar un puchero, o de ser su báculo en algunos escenarios. Repito, soy un tipo muy afortunado.
Ó. A.: Tiene parte de razón: no acabó la carrera de medicina pero ya es doctor…
C. A.: [Risas] Sí, honoris causa por la Universidad de Málaga. Cada reconocimiento conlleva una responsabilidad exponencial. Cuando dejé Medicina por el canto pensé mucho en para qué servía mi trabajo. Bueno, pues más allá de mejorar el ánimo de la gente, intento aprovecharlo como altavoz de causas que lo merecen, como reclamar el Auditorio de Málaga.
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