ENTREVISTAS
Albert Boadella: "Dirigir una ópera es el reto más importante de mi vida"
A sus más de setenta años, Albert Boadella inicia su andadura como director de escena operístico con Don Carlo, que podrá verse el 25, 27 y 29 de julio en el Teatro- Auditorio de San Lorenzo de El Escorial antes de hacer temporada en los madrileños Teatros del Canal el próximo curso. Se trata de uno de los debuts más esperados del teatro español.

El director de escena durante un ensayo de Don Carlo
Porque en los últimos años he descubierto que, desde el punto de vista artístico, me gusta más la música que el teatro. Los niveles emotivos y el potencial del arte que desarrolla el canto, la música o la danza, no los tiene el teatro. Es algo que descubrí al dejar Els Joglars. Tras algunas experiencias me decidí a poner en marcha la apuesta más complicada de mi vida, con casi 72 años. Es complejo para mí, porque opté por tocarlo todo sin tocar nada. La música no se toca. El libreto tampoco, por mucho que vaya en contra de mi instinto dramático; pero puedo jugar con el sentido de lo que se dice, para aportarle más profundidad a la tragedia, acercando el mito a la realidad y arrebatándole su esencia de leyenda negra.
Ese núcleo de leyenda negra es el que trato de acercar a la realidad. La verdad es que Don Carlos era un loco, un desequilibrado. A partir de ahí todo cambia, porque, ¿cómo es el amor que siente hacia Isabel de Valois? ¿Cómo puede ella estar enamorada de un loco deforme, que es como era Don Carlos? La explicación solo puede provenir de un amor de la infancia, uno de esos amores tatuados en la piel. El clima general de la ópera cambia por completo y no me enredo en superestructuras ni parques temáticos escenográficos. Vestuario de época y puesta en escena sencilla, porque en realidad la escenografía son los personajes. Espacios limpios que señalen los lugares en los que suceden los hechos. También coloco a la pintura en un lugar prominente, porque Felipe II era un príncipe del Renacimiento.
Sí, claro. Pero ya he trabajado con alguno de los cantantes de cara al Don Carlo, en concreto con José Bros, que es el personaje más importante de todos. Mi idea es devolverle el protagonismo perdido. En lo actoral soy muy exigente pero nunca pido a un cantante que vaya contra sus propias capacidades canoras. Me crispa cuando eso ocurre en un montaje de ópera. Pero me crispa de igual manera cuando la ópera se trata como una versión de concierto. Hay que encontrar un punto intermedio en el cual el cantante se sienta a gusto emocionalmente para entender al personaje y empatizar con él. Es entonces cuando le presta unos matices y unos acentos vocales que sin esta implicación no existirían.
Es evidente que ensayando apenas tres semanas el director de escena tiene muy pocas oportunidades en este juego. Así que pensé en contratar a actores que se memorizaran los textos en italiano para poder preparar una partitura gestual, lo que me ha permitido ver con antelación si mis ideas funcionan o no. Así, la labor de transmisión de mis ideas a los cantantes se facilita en extremo, porque a la partitura-música se suma otra visual. En otros aspectos, el trabajo será similar al del teatro. En danza, teatro u ópera siempre hay que vigilar el sentido ritual de la representación y controlar la distracción del espectador, que está viendo siempre un plano general. Tú eres el responsable de darle los recursos para que el público haga sus propios planos cortos. Si sabes focalizar la mirada, puede haber un señor cambiándose de ropa en mitad del escenario y que el espectador no se dé cuenta.

Albert Boadella con el retrato de Isabel de Valois durante los ensayos de la producción que se estrenará este verano en El Escorial
Hay una apuesta especial en este montaje: la práctica totalidad del reparto es español, entre otras cosas porque como teatro público esa es nuestra función. La temporada que viene irá al Festival de Granada, al Palacio de Carlos V, para donde tendré que reinventarme la escenografía. Y creo que a partir de ese momento habrá una cierta demanda e interés internacional, tengo esa impresión. También espero que esta experiencia remueva algo que permita hacer un Don Carlo distinto cada año generando un signo de identidad en el Festival de El Escorial. De hecho, nos hemos propuesto la continuidad de la iniciativa.
Decía antes que este es el reto más importante de mi vida, entre otras cosas porque en teatro estoy acostumbrado a que si en un montaje algo no funciona, lo quito y punto. Pero en ópera si algo no se corresponde con mis intenciones no puedo modificarlo: he de trabajar con una minuciosidad absoluta. Por suerte la base del libreto es buena y eso ayuda, pero el final de la obra, por poner un ejemplo, en lo dramático es infumable. Don Carlos en la realidad se autodestruyó y buscó una especie de suicidio, dejando de comer, durmiendo en lechos con nieve, etc., y eso lo usaré para el final. Don Carlos se clavará su espada y morirá en brazos de su padre, acabando con el coro de monjes, sin circos. Me parece un final mucho más acorde.
Un poco por las dos razones. En Europa he visto tres producciones de Don Carlo y en las tres estuve incómodo por su enfoque de la leyenda negra. Y pensé que la historia se podía matizar, porque en muchas cosas es la obra cumbre de Verdi. Pensé en hacerlo en el Escorial, cerca del Monasterio, y con una visita guiada que permita ver las tumbas de los protagonistas de la historia. A esto le sumamos un curso sobre Don Carlos y la leyenda negra dentro de los Cursos de Verano de El Escorial.
Sí, claramente, al menos si este Don Carlo me funciona medianamente bien, sin pretender hacer nada revolucionario. Y siempre dentro del ámbito dramático, porque a mí las óperas cómicas son las que me divierten menos: es lo trágico lo que me atrae de la ópera. He tenido propuestas durante estos años, como hacer El amor de las tres naranjas de Prokofiev o alguna cosa con el Liceu, pero las condiciones no fueron las propicias. Así que haré más cosas, pero sin rarezas. Los inventos en ópera me molestan un poco: en las grandes óperas no hay que montar un Walt Disney en el escenario, porque inmediatamente sale perjudicada la música. Sucede mucho con las obras de Wagner, en las cuales la duración parece obligar a distraer continuamente al público con metalurgias varias, vestidos de hippies, motoristas y cosas por el estilo. Si tú escuchas el dúo final de Isabel de Valois y Don Carlo, aunque lo oigas por la radio, entiendes el núcleo de la tragedia, por mucho que desconozcas de dónde vienen o adónde van. Esa es la esencia que quiero preservar.
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