Zúrich: Las mujeres reinan con Rameau

03 / 06 / 2019 - Albert GARRIGA - Tiempo de lectura: 3 minutos

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La 'regista' holandesa Jetske Mijnssen firma una espectacular producción en la que pone de relieve el poder que Rameau otorga a sus protagonistas femeninas © Opernhaus Zürich / Toni SUTER
La 'regista' holandesa Jetske Mijnssen firma una espectacular producción en la que pone de relieve el poder que Rameau otorga a sus protagonistas femeninas © Opernhaus Zürich / Toni SUTER
La 'regista' holandesa Jetske Mijnssen firma una espectacular producción en la que pone de relieve el poder que Rameau otorga a sus protagonistas femeninas © Opernhaus Zürich / Toni SUTER
La 'regista' holandesa Jetske Mijnssen firma una espectacular producción en la que pone de relieve el poder que Rameau otorga a sus protagonistas femeninas © Opernhaus Zürich / Toni SUTER
La 'regista' holandesa Jetske Mijnssen firma una espectacular producción en la que pone de relieve el poder que Rameau otorga a sus protagonistas femeninas © Opernhaus Zürich / Toni SUTER

Zurich Opernhaus

Rameau: HIPPOLYTE ET ARICIE

Mélissa Petit, Cyrille Dubois, Stéphanie d’Oustrac, Edwin Crossley-Mercer, Wenwei Zhang, Hamida Kristoffersen, Aurélia Legay, Nicholas Scott, Spencer Lang, Alexander Kiechle. Dirección: Emmanuelle Haïm. Dirección de escena: Jetske Mijnssen. 30 de mayo de 2019.

Curiosamente Jean-Philippe Rameau no compondría su primera ópera hasta llegada la cincuentena y fue, precisamente, con Hippolyte et Aricie que se estrenaría, y por la puerta grande, en la composición operística. Rameau fue muy criticado en su época al ser coetáneo de su acólito Lully, quien era considerado el padre de la ópera barroca francesa, superándolo en popularidad. Sin embargo, se quería evitar etiquetar como barrocas las obras de Lully y Rameau por considerarse un término peyorativo, que se asociaba, según el chauvinismo francés, a las «vulgares» composiciones barrocas italianas.

Lo cierto es que Rameau quiso ahondar en el mito de Fedra a través de la obra de Racine que tantas alegrías habría dado a su autor y a las actrices correspondientes de la Comédie française. Y es en este marco pre-revolucionario de familia palaciega del Antiguo Régimen donde quiso sentar la puesta en escena una inspirada Jetske Mijnssen, quien la temporada pasada presentó un Idomeneo sin alma. La regista holandesa enmarcó la acción en un dinámico espacio escénico, muy rococó, que giraba sin cesar aportando un dinamismo sin igual al cambio de escena. Cortó más de 45 minutos de música, vicio del que ya se sabe le gusta tirar, a pesar de su gran justificación dramática. El prólogo alegórico es, eso sí, simbólico en cuanto a lo dramático, pero musicalmente no deja de ser una maravillosa partitura del compositor francés. Pero lo cierto es que Mijnssen consigue conducir a las entrañas de la psique de sus protagonistas, ya desde la obertura con la cena en palacio y donde el estricto régimen reduce a cenizas y sin piedad al «mejor amigo» de Thésée, aquí su claro y joven amante, a quien quiere recuperar del inframundo. Todo ello con la carga dramática suficiente, elegante y espectacular. Un espectáculo teatral de primerísimo nivel donde el juego de la virtud es el desenlace inevitable de una historia no exenta de perfidia.

Y es que el poderío de este Rameau residió en la presencia femenina; si en la escena Mijnssen dejó boquiabierto al público, Emmanuelle Haïm dejó enmudecido al rígido espectador de la ciudad de Zúrich que ya en el entreacto le brindó sonoros vítores. Haïm es una especialista en este repertorio, y si bien la versión del Hippolyte, que ella misma dirigió con su conjunto Le Concert d’Astrée, gozó de un sonido de pureza cristalina, ante la Scintilla no se quedó nada atrás, con un control absoluto de los tempi marcados, dando un bellísimo juego a los solistas donde destacaron las maderas ­–flautas– y donde resultó una completa maravilla la riqueza del color orquestal, configurando un sonido único, pocas veces escuchado en esta sala. Pero también los metales, esas maravillosas trompetas barrocas, jugando con el coro ­–¡qué portento!­– y con Phèdre. También ese continuo encabezado por el enérgico clavicémbalo de Benoît Hartoin. Una joya musical en estado puro.

© Zurich Opernhaus / Toni SUTER

Cyrille Dubois como Hipollyte junto a la Aricie de Mélissa Petit

Vocalmente, el conjunto se contagiaría de esa opulencia musical y resultó una labor de magnífica compenetración. Aunque por encima hubo, sobre todo, un nombre propio: la Phèdre de la mezzosoprano francesa Stéphanie d’Oustrac, quien gracias a un canto mórbido, una impecable técnica y una sentida musicalidad y saber hacer teatral ofreció los momentos de mayor sublimación. En «Tremblez, j’ai su prévoir la désobeissance«, o la escena de entrada del tercer acto e, incluso, el final del cuarto acto «J’ai versé le sang innocent», donde d’Oustrac dibujó de la intensidad, lo mejor. Magnífico también el Thésée de Edwin Crossley-Mercer quien entró a destajo en el juego músico-teatral aunque quizás tanta intensidad vocal le jugaría alguna mala pasada en la escena del inframundo.

Mélissa Petit (Aricie) hizo una refinada y casi aristocrática prestación junto al Hippolyte de gran calidad del haute-tenor Cyrille Dubois. Diane fue la muy solvente soprano Hamida Kristoffersen quien también demostró un importante control técnico, amén de una exquisita musicalidad; muy acertada anduvo Aurélia Legay (OEnone) y de gran compenetración y abrumadora afinación el trío formado por Nicholas Scott, Spencer Lang y Alexander Kiechle. Quizás sí hubo un pero, que sería la poco contundente voz de Wenwei Zhang como Neptune/Pluton.