Zúrich: La genial broma de la muerte

02 / 03 / 2019 - Albert GARRIGA - Tiempo de lectura: 2.5 min

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Oper Zürich - Le Grand Macabre - 2018/19 © Herwig Brammer
Oper Zürich - Le Grand Macabre - 2018/19 © Herwig Brammer
Oper Zürich - Le Grand Macabre - 2018/19 © Herwig Brammer

Opernhaus

Ligeti LE GRAND MACABRE

Alina Adamski, Sinéad O’Kelly, Alexander Kaimbacher, Leigh Melrose, Jens Larsen, Sarah Alexander Hudarev, Eir Inderhaug, David Hansen, Oliver Widmer, Martin Zysset, Yuriy Tsiple, Dean Murphy, Richard Walshe. Dirección: Tito Ceccherini. Dirección de escena: Tatjana Gürbaca. 2 de marzo de 2019.

El compositor húngaro György Ligeti estrenaría en 1978 la anti-antiópera Le Grand Macabre en Estocolmo, obra que tuvo una importante revisión que se estrenaría en el Festival de Salzburgo en 1997 en la versión definitiva en cuatro escenas que se representa hoy en día. Única obra operística de Ligeti, Le Grand Macabre se concibió después de que el compositor viera la antiópera Staatstheater de Mauricio Kagel y llegara a la conclusión que la suya debía ir un paso más allá, desafiando a crítica y público y con alusiones cargadas de mordacidad hacia los sacrosantos Monteverdi, Beethoven, Rossini y Verdi. La música es de un eclecticismo abrumador, definida por el compositor como «música no atonal», sin forjar un nuevo lenguaje musical, más bien un pastiche y saqueo de los compositores mencionados. La regista alemana Tatjana Gürbaca, después de algunos resultados agridulces, jugó de la mano de este teatro del absurdo heredero de Sartre y Camus y concibió una disparatada pantomima escénica con sabor a déjà vu, pero no por ello menos efectivas escénicamente. Situó la entrada de Nektrozar y Venus desde un gigantesco zeppelín, como seres estratosféricos y hasta mofándose de la figura del Intendant de la Opernhaus, apareciendo desde el palco de dirección, dirigiéndose al pueblo. Utilizó el juego con la sala, con el coro camuflado entre el público, otorgándole vivacidad. Con todo ello, Gürbaca supo mantener la hilaridad constante y la atención del público en una obra nada fácil.

Musicalmente, ese amasijo estilístico que es la obra de Ligeti, ya desde su obertura con bocinas de coches, que son solo uno de los ejemplos de la vasta variedad de artilugios domésticos, como timbres, silbatos de cuco, bolsas de papel, tam-tams, etc. junto a los tradicionales de orquesta sinfónica, estuvo brillantemente dirigida por Tito Ceccherini. El maestro italiano, quien sustituyó a Fabio Luisi condujo la infernal y ruidosa partitura, con atención a los detalles, a la percusión y perfectamente coordinada con escenario y sala. Con todo, lo mejor de Ceccherini se pudo ver en los momentos de mayor musicalidad, en los que jugó con lo divertido de la partitura.

Del numeroso elenco, sobresalió, sobre todo, la soprano Eir Inderhaug, en el doble rol de Venus y Gepopo, papeles de auténtico absurdo que utilizan una coloratura extrema, poniendo a prueba las cualidades canoras de cualquier intérprete; por su parte, el contratenor David Hansen, en el papel del príncipe Gogo, también mostró su entrega a la causa y dibujó páginas de alta comicidad, además de superar los escollos técnicos de la partitura y muy bien acompañado por sus ministros Oliver Widmer y Martin Zysset. Sarah Alexandra Hudarev fue una extenuante Mescalina que cuajó perfectamente con el Astradamors del bajo Jen Larsen. Nekrotzar estuvo en las manos de un entregado Leigh Melrose, a quien quizás le faltaría algo de rotundidad e intensidad en el instrumento, pero no escénica, donde demostró una versatilidad sin igual. Concluyeron el elenco un muy sólido Piet de Alexander Kaimbacher y las pizpiretas Alina Adamski (Amanda) y Sinéad O’Kelly (Amando), al servicio de la partitura y la gamberrada escénica.

PALABRAS CLAVE


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