CRÍTICAS
NACIONAL
Viaje de invierno en vivo
Madrid
Centro Nacional de Difusión Musical
Recital de FLORIAN BOESCH
XVII Ciclo de 'Lied'
Winterreise de Franz Schubert. Justus Zeyen, piano. Teatro de La Zarzuela, 25 de enero de 2021.
El barítono austríaco Florian Boesch ofreció su segundo concierto (ver crítica del primer concierto) como artista residente del Ciclo de Lied, nada menos que con el Viaje de invierno de Schubert. Su interpretación de la obra es conocida gracia a sus dos grabaciones, y tal vez por eso la impresión primera, sobre todo en «Die Wetterfahne» (La veleta), fue de un casi excesivo melodramatismo, como si Boesch hubiera optado por la sobreactuación en su búsqueda de un personaje alejado de la melancolía, del patetismo… Y de la melodía. En realidad, como se comprendió ya con «Gefror’ne Träne» (Lágrimas congeladas), de lo que se trataba era de crear una realidad escénica que, sin ir más allá del canto, integre este en un representación de un realismo feroz. En términos puramente musicales, la muy bella voz baritonal de Boesch, tan profunda, tan densa, a veces áspera, queda puesta al servicio de una forma de cantar en la que prima la palabra y a veces, por la desnudez casi total, el concepto. No se escucha la evocación de un personaje perdido en un viaje interior desesperado.
Se asiste, directamente, a la jornada atroz de un hombre que a veces confiesa su abdicación («Das Wirtshaus» – La posada), otras evoca un momento fugaz de felicidad («Der Lindenbaum» – El tilo), otras parece dispuesto a creer en su posibilidad inmediata (“Die Post” – “El correo”), o se deja llevar por el ensueño («Täuschung» – Espejismo) y otras muchas se enfurece ante tanta soledad y tanto sufrimiento. Pocas veces el viajero de Schubert ha sido tan humano y ha clamado con tanta intensidad y tanta indignación contra la injusticia absoluta en que consiste el destino del ser humano: un Winterreise para un tiempo de dolor y desconcierto, como el presente. Para eso no basta con unos medios técnicos perfectamente dominados (reguladores, falsetes, medias voces, canto a plena voz, ataques inmaculados).
También hay que prestar atención al menor acento, algo que Boesch consigue con una naturalidad asombrosa, sin forzar la expresividad ni complicar lo que es, y debe ser, un cauce directamente abierto al corazón de un hombre en carne viva, despojado de cualquier protección. Así se alcanza de otro modo esa cima que es «Der Leiermann» (El organillero), cantado, casi susurrado, con una extrema sobriedad, con una voz blanca, sin sentimentalismos, como si el reconocimiento final del destino llevara aparejada una nueva forma de cantar ante una muerte que ha olvidado a un personaje condenado. Una interpretación de esta categoría requiere un gran artista al piano. Ahí estuvo Justus Zeyen, acompañante atento, claro está, pero sobre todo dispuesto a asumir los mismos riesgos que el protagonista, del que pasa a ser la otra voz y –al tiempo– el escenario, dibujando en apenas unos compases los paisajes, las situaciones y los seres que acompañan al personaje, convertido gracias a él en la encarnación misma del poeta.
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