Una 'Zazà' fina y sin excesos

Viena

01 / 10 / 2020 - Xavier CESTER - Tiempo de lectura: 4 min

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Svetlana Aksenova (Zazà) y Nikolai Schukoff (Milio Dufresne) formaron una pareja artística impresionante © Theater an der Wien / Monika RITTERSHAUS
Aksenova junto a un magnífico Christopher Maltman (Cascart) © Theater an der Wien / Monika RITTERSHAUS
Christof Loy actualiza la acción de la ópera al siglo XX © Theater an der Wien / Monika RITTERSHAUS

Theater an der Wien

Leoncavallo: ZAZÀ

Nueva producción

Svetlana Aksenova, Nikolai Schukoff, Christopher Maltman, Enkelejda Shkosa. Dirección: Stefan Soltész. Dirección de escena: Christof Loy. 27 de septiembre de 2020.

Fiel a su política de programar piezas poco presentes en el repertorio habitual, el Theater an der Wien abrió temporada con una nueva producción de Zazà de Leoncavallo, un título que, como el resto de la producción del compositor italiano, languidece bajo la sombra alargada de los ubicuos Pagliacci. Estrenada en Milán en 1900 con Arturo Toscanini a la batuta, Zazà fue un buen vehículo para que diversas divas del primer tercio del siglo XX lucieran su talento encarnando a la homónima heroína, estrella de un café-concierto de provincias y desafortunada en el amor. A partir de la Segunda Guerra Mundial, la obra fue perdiendo empuje, con lo que el montaje vienés, basado en la segunda versión que Leoncavallo realizó en 1919 (aunque manteniendo elementos de la primera edición) era una buena oportunidad para calibrar en escena la validez de la partitura.

Uno de los aspectos más interesantes de esta commedia lirica en cuatro actos es la coexistencia armónica de elementos dispares, como las claras influencias del estilo ligero de los escenarios que Leoncavallo bien conocía de sus años en París, una chisporroteante orquestación, una declamación vocal nítida y un buen olfato para el melodrama, que tiene su punto culminante en el encuentro entre Zazà y Totò, la hija de su amado Milio. Por el contrario, la partitura, pese a estar bien trabada en sus dos horas de duración, carece de fragmentos que queden grabados de forma perenne en la memoria. En todo caso, la defensa que Zazà recibió en Viena fue óptima.

"Svetlana Aksenova fue una Zazà espléndida, transitando con sensibilidad desde una encarnación inicialmente seductora hasta unas efusiones líricas de impacto para llegar con fuerzas suficientes al desgarro emocional del desenlace"

Stefan Soltész dirigió con nervio una notable Sinfónica de la ORF, subrayando la brillante escritura de Leoncavallo, pese a una acústica algo seca, mientras que las breves intervenciones del Coro Arnold Schoenberg se producían detrás de la escena (¿pregrabadas, quizás?). Con un timbre carnoso y una magnética presencia escénica, Svetlana Aksenova fue una Zazà espléndida, transitando con sensibilidad desde una encarnación inicialmente seductora hasta unas efusiones líricas de impacto para llegar con fuerzas suficientes al desgarro emocional del desenlace. Tenor todoterreno, Nikolai Schukoff no poseerá la luminosidad tímbrica de una voz latina, pero lo compensa con un fraseo escrupuloso y una notable capacidad para superar una tesitura en ocasiones incómoda, aportando un bienvenido grosor psicológico a este burgués casado que se arrepiente de su aventura con una cabaretera.

Pareja artística y examante de Zazà, Cascart es el tercero en discordia, servido con un canto pletórico, también algo enfático, por Christopher Maltman. Su número de music-hall con Zazà en el primer acto, que la producción convierte en un guiño al Ginger y Fred de Fellini, fue uno de los mejores momentos de la función. Del extenso reparto, cabe también mencionar la firmeza en el grave de Enkelejda Shkosa como Anaide, la madre de Zazà, y Juliette Mars como Natalia, algo más que la asistente fiel de la protagonista.

Justamente este personaje es una prueba más de la finura del trabajo con los intérpretes que realiza Christof Loy. Moviendo la acción de Francia a Italia, y situándola a mediados del siglo XX, el director alemán revive con destreza la ebullición en las bambalinas de un teatro para centrar a continuación su mirada en la evolución de la protagonista. Loy evita el riesgo del efecto lacrimógeno del encuentro entre Zazà y Totò, y a la vez subraya la imposibilidad de la primera de encontrar el amor. El decorado giratorio de Raimund Orfeo Voigt es un laberinto sin salida para la protagonista, y si Leoncavallo evita los excesos del verismo de rompe y rasga (aquí nadie muere), la imagen final de Zazà, sola y desvanecida, no es menos contundente.