CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Una descarnada crítica política abre una nueva era
Múnich
Bayerische Staatsoper
Shostakóvich: LA NARIZ
Nueva producción
Boris Pinkasovich, Sergei Leiferkus, Laura Aikin, Andrey Popov, Sergey Skorokhodov, Anton Rositskiy. Dirección musical: Vladimir Jurowski. Dirección de escena: Kirill Serebrennikov. Nationaltheater, 30 de octubre de 2021.
La frase, no por obvia, es menos cierta: una nueva etapa comienza en Múnich con Serge Dorny como intendente y Vladimir Jurowski como Generalmusikdirektor de la Ópera Estatal de Baviera. La primera nueva producción de este tándem al frente de uno de los teatros de más prestigio del mundo ha sido una apuesta ambiciosa, no en balde La nariz de Shostakóvich no es un título de repertorio y, además, exige un equipo artístico numeroso (una treintena de cantantes para unos setenta personajes), más complicado de reunir en tiempos aún pandémicos. Tampoco es una obra para el lucimiento de los divos de turno que recogen interminables ovaciones a telón bajado, sino un esfuerzo de equipo de toda una compañía remando en la misma dirección. A juzgar por el resultado artístico, la salud de la compañía bávara es excelente.
La puesta en escena la firmaba Kirill Serebrennikov, ilustre represaliado por el régimen de Putin que, pese a no poder salir de Rusia, mantiene una notable actividad gracias a las videoconferencias y un equipo de asistentes. No es sorprendente, pues, que su lectura de la primera ópera de Shostakóvich, estrenada en 1930, una obra de música explosiva y humor grotesco inspirada en Gogol, tenga un marcado carácter de crítica política. Responsable también del decorado (con Olga Pavluk) y del vestuario (con Tatyana Dolmatovskaya), Serebrennikov transporta el público a un San Petersburgo actual, a una ciudad gris y gélida controlada por una policía brutal que arranca la nariz a los prisioneros. Kovaljov también es aquí un policía que, al perder su nariz y su prostética masa corporal, pierde su estatus privilegiado. La nariz cobra vida independiente transformada en un trasunto del propio Putin, un personaje que en la escena de la catedral (trasladada del primer al tercer acto) asume un ascendente casi mesiánico sobre la multitud. Las escenas se suceden con gran agilidad y una remarcable capacidad de caracterización incluso de los personajes más minúsculos, aunque por el camino gran parte del humor es reemplazado por la mirada crítica del director. Al final, el apéndice facial vuelve a su sitio, pero poco espacio hay para la alegría: en un callejón triste, con almas perdidas en las ventanas, Kovaljov se encuentra con una niña con un globo rojo, que sale volando y explota. Fundido a negro y sentimiento de desolación.
Ante una partitura poliédrica en la que conviven pasajes de una voluntaria vulgaridad con momentos de reconcentrada belleza, Jurowski mantuvo en todo momento el control de la situación. Su batuta firme y clara sacó todo el jugo de las posibilidades que brinda Shostakóvich. La orquesta rindió al máximo nivel bajo su nuevo titular, en especial en el atronador interludio para percusión (que Serebrennikov acertó al llevarla a escena), mientras que el extenso reparto no tuvo ningún eslabón débil. Mención especial merece el Kovaljov de Boris Pinkasovich, pletórico de voz y gesto, dando al personaje las adecuadas dosis de patetismo. El veterano Sergei Leiferkus fue un incisivo Ivan Jakovlevic, Sergey Skorokhodov y Anton Rositskiy escalaron sin problemas la aguda tesitura de diversos papeles para tenor (como la inquietante Nariz putiniana del segundo), Laura Aikin aportó notable intensidad a sus intervenciones y Doris Soffel protagonizó una brillante viñeta como Vieja Dama. Son solo algunos nombres de un fantástico trabajo en equipo. * Xavier CESTER, crítico internacional de ÓPERA ACTUAL
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