CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Una ‘Butterfly’ a contracorriente
Mónaco
Opéra Monte-Carlo
Puccini: MADAMA BUTTERFLY
Aleksandra Kurzak, Annalisa Stroppa, Federica Spatola, Marcelo Puente, Massimo Cavalletti, Philippe Do, Vincenzo Cristofoli, Fabrizio Beggi, Marcel Michel. Dirección musical: Giampaolo Bisanti. Dirección de escena: Mireille Larroche. 16 de noviembre.
La noche empezó mal. Philippe Do (Goro) y Marcelo Puente (Pinkerton) se las vieron y se las desearon luchando contra la corriente de una orquesta, excitada, mal controlada, desencadenada, incapaz de controlar el inicio de la partitura. El nerviosismo prosiguió aun con la presencia del tercer personaje, Sharpless (Massimo Cavalletti inmejorable vocalmente). La calma –relativa– llegó con la presencia en el escenario de la novia, Aleksandra Kurzak, y sus acompañantes: ellas aportaron sosiego al escenario gracias a su intervención llena de ganas de paz.
Siguió la historia dramática y sórdida de la joven geisha, de su familia y de su cliente americano, genialmente elevada a nivel de cuento de hadas por la gracia de la celestial música de Giacomo Puccini. En el diálogo final del primer acto Kursak pudo y supo adoptar el tono justo –vocales redondas, timbre suave y expresivo, legato perfecto– propio del estado anímico de su personaje, Bien al contrario, Marcelo Puente no fue capaz de salirse de su emisión ruda, tosca, vociferante, totalmente fuera de las intenciones de su personaje, ciertamente poco honrado para con la muchacha, pero obligado por la situación y por la actitud de su partenaire a adoptar un tono lírico que el tenor argentino no supo o no pudo ni siquiera intentar.
Muy discreta durante el primer acto como Suzuki, Annalisa Stroppa alcanzó y mantuvo a un buen nivel vocal su personaje especialmente en el dúo con Cio-Cio San del segundo.
La carta de Pinkerton que Sharpless leyó a Cio-Cio San en el segundo acto fue el punto crucial de la representación. Gracias a la calidad de emisión de Massimo Cavalletti, su calma real o aparente, incluso su misma silueta tranquilizante, la velada tomó rumbos definitivos de gran calidad que se sublimaron en el gran momento lírico de la noche, el suicidio de la heroína, hazaña vocal ofrecida por Aleksandra Kursak en un alarde artístico de grandes vuelos.
Si bien el apoyo del coro –femenino en particular– permitió a la representación salirse de los malos senderos iniciales, y que sus intervenciones todas en el primer acto siguieron por los mismos derroteros, ya sea por las indicaciones de Giampaolo Bisanti desde el podio, o bien por las de Stefano Visconti –director del coro– el público casi no pudo oír el insuperable coro del final del segundo acto, momento en el que la orquesta tomó las riendas sonoras y apagó las voces.
La puesta en escena de Mireille Larroche que cuenta 20 años de edad no ha envejecido porque a su salida era ya anciana dado que adoptó desde su concepción principios antiguos, eternos, que, por fortuna para el espectador, se orientan hacia una clara comprensión de dónde y cuándo las cosas están sucediendo gracias a la escenografía (Guy–Claude François), de quién es quién –gracias a una semántica clara del vestuario (Danièle Barraud)–, de lo que está sucediendo en realidad ante nuestros ojos, gracias a una dirección de actores que obliga a hacer coincidir el gesto con la intención de lo dicho. En suma un trabajo clásico de buena ley. * Jaume ESTAPÀ, corresponsal en Mónaco de ÓPERA ACTUAL