CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Un mito clásico al servicio de la denuncia climática
Bruselas
La Monnaie / De Munt
Foccroulle: CASSANDRA
Estreno absoluto
Katarina Bradić, Jessica Niles, Susan Bickley, Sarah Defrise, Paul Appleby, Joshua Hopkins, Gidon Saks. Dirección musical: Kazushi Ono. Dirección de escena: Marie-Eve Signeyrole. 17 de septiembre de 2023.
Siguiendo una tradición envidiable, La Monnaie abre temporada con el estreno de una nueva ópera, con la particularidad de que en esta ocasión Peter de Caluwe, director del teatro, hizo el encargo a su antecesor. Organista de prestigio, gestor con una trayectoria reconocida tanto en Bruselas como en el Festival de Aix-en-Provence, Bernard Foccroulle se ha ido centrando cada vez más en la composición hasta llegar a su primera ópera, Cassandra, recibida con calidez en el que fuera su teatro. El libreto en inglés del canadiense Matthew Jocelyn recupera la figura mítica de la princesa troyana, maldecida por Apolo para nadie creyera sus siempre certeras profecías, contraponiéndola con un personaje actual, Sandra, una científica que tampoco consigue el efecto deseado con sus estudios sobre el peligroso deshielo de la Antártida.
Pese a que sus autores plantean la obra como una tragedia de la no-escucha, es evidente que la crisis climática ocupa uno de los focos principales de una trama que, con habilidad, se mueve entre dos tiempos. En la intemporalidad del mito, Casandra asiste a la caída de Troya, rechaza de nuevo los avances de Apolo y se reencuentra con sus padres, perdidos en la biblioteca de los muertos. A su vez, Sandra inicia una relación con Blake, un estudioso de las lenguas clásicas y activista climático más proclive a la acción directa, se discute con sus padres, capitalistas con pocos escrúpulos, e ignora a su hermana embarazada. La tragedia llega con la muerte de Blake, momento en el que las dos protagonistas se encuentran por fin. Foccroulle y Jocelyn dejan el final abierto, ya que, a Sandra, a diferencia de Casandra, ya no le pueden quitar la voz. “Y ahora, ¿qué?”, se pregunta (a sí misma y al público) mientras el sonido de las abejas que ha ido apareciendo a lo largo de la obra se va apagando. Un recordatorio para nada inoportuno de la extinción que amenaza a cada vez más especies.
El texto no evita ciertas simplificaciones y caracterizaciones esquemáticas, pero traba bien los dos niveles de la acción y ofrece a Foccroulle una buena plataforma para construir un discurso musical de gran rigor. La arquitectura de la pieza es, en conjunto, impecable, lo que los franceses llamarían una pièce bien faite, pero, pese a la fluidez de un discurso que nunca decae, pocos son los momentos en que la música se eleva más allá de una funcionalidad bien resuelta. Significativo en este sentido es que la emoción más honda llega con la cita de un coral de Bach, una elección para nada casual: el compositor da nombre a una plataforma de hielo en la Antártida y Sandra se pregunta, con doble sentido, quién querría vivir en un mundo sin Bach (un organista como Foccroulle seguro que no).
Estructurada en un corto prólogo coral y trece escenas que se suceden con agilidad (la pieza no llega a las dos horas de duración sin entreacto), Cassandra se revela más evocadora en las escenas míticas, de respiración amplia y sonoridades solemnes, que en las escenas contemporáneas. Pese a la cuidada escritura vocal del compositor belga, el recitar cantando de los personajes pocas veces levanta el vuelo, incluso cuando la situación permitiría una mayor efusividad lírica (el canto de las sirenas a la maternidad rechazada por Sandra), y las repetitivas interjecciones orquestales no ayudan a evitar el riesgo de tedio. Junto a las escenas de Casandra, los pasajes más remarcables serían la escena de la cena en casa de los padres de Sandra, de un tono ligero, casi jazzístico, bien oportuno, y el encuentro de las dos protagonistas, así como la inventiva sonora en las tres escenas orquestales de las abejas.
El teatro de Bruselas no ha escatimado medios para llevar a buen puerto este estreno, comenzando con la presencia en el foso del que fuera titular en la época Foccroulle, un Kazushi Ono (ver entrevista en este enlace) siempre atento a la máxima precisión rítmica y a la cohesión de todas las fuerzas a sus órdenes, empezando por los notables orquesta y coro de La Monnaie.
Comentarista casi siempre invisible de la acción, sobre este recae algunos de los mejores pasajes de la obra. Pese a un grave algo débil, Katarina Bradić fue una Cassandra torturada, en acertado contraste con el timbre fresco de Jessica Niles. Foccroulle ha tenido el acierto de asignar a los mismos cantantes los dos papeles de progenitores, una eficaz Susan Bickley como Hecuba y Victoria y un Gidon Saks que pasó con facilidad de la petulancia de Alexander al patetismo de Priam. Como Naomi, Sarah Defrise defendió bien el papel más florido de la obra, Paul Appleby aportaba a Blake un timbre lírico y un canto efusivo y Joshua Hopkins era un amenazador Apolo desdoblado en un iracundo espectador de las conferencias de Sandra. Sandrine Mairesse y Lisa Willems completaban el reparto.
El montaje de Marie-Eve Signeyrole apostó por la máxima claridad en una narración que recurría de forma variable al vídeo (al principio, con cámara en directo, al final con imágenes sugerentes) y que tenía en la escenografía de Fabien Teigné un sólido anclaje: elaborado con criterios ambientales, este consistía en un gran cubo que se abría por la mitad y que recreaba tanto una biblioteca como una colmena o un iceberg, mientras que, a medida que avanzaba la obra (y el deshielo) las telas posteriores iban cayendo. La diferenciación de los diversos ambientes estaba bien resuelta y la directora francesa añadía la figura de una niña que iba apareciendo de forma regular: una imagen de las generaciones futuras que habrán de lidiar con el planeta que les legamos. * Xavier CESTER, crítico de ÓPERA ACTUAL
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