CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Un 'Fidelio Urfassung' alternativo
Viena
Wiener Staatsoper
Beethoven: FIDELIO
Nueva producción
Jennifer Davis, Benjamin Bruns, Falk Struckmann, Thomas Johannes Mayer, Chen Reiss. Dirección: Tomáš Netopil. Dirección de escena: Amélie Niermeyer. 8 de febrero de 2020.
Las conmemoraciones del 250º aniversario del nacimiento de Beethoven no dan mucho margen de actuación a los teatros de ópera, ya que pese a que el compositor alemán consideró, de una forma u otra, una cincuentena de libretos, solo legó un único título completo. Por este motivo, es digna de encomio la iniciativa de la Staatsoper de Viena que, por primera vez en su historia, llevó a su escenario la versión primigenia de Fidelio. Estrenada sin éxito con este mismo título en 1805, la ópera sería revisada un año después y alcanzaría su forma definitiva en 1814.
Este Fidelio Urfassung es fascinante en muchos sentidos, no solo como punto de arranque de un proceso intenso de reescritura con cortes y sustituciones. El desequilibrio dramático que se produce con el paso de una comedia amable de costumbres a un drama de dimensión universal, ya está presente en esta versión menos compacta que la de 1814, pero también aparecen muchos momentos de genialidad: el mágico equilibrio del cuarteto en canon, el canto de Leonore entrelazado con las trompas en su gran aria, el aliento del coro de prisioneros o la oscuridad de la introducción del aria de Florestan, por poner algunos ejemplos. La filiación clásica del lenguaje beethoveniano también es aquí más evidente, un factor que comprendió a la perfección Tomáš Netopil.
Sin sacrificar ni un ápice la transparencia del tejido orquestal, el director checo firmó, ya desde la dilatada obertura (la conocida como Leonore Nº 2), una lectura vibrante, caracterizando con el trazo preciso tanto los fragmentos de Singspiel más ligero como los de mayor densidad pre-romántica. La prestación de orquesta y coro fueron impecables, como lo fue en su conjunto un reparto homogéneo. Con voz carnosa y firme, Jennifer Davis navegó con habilidad por las partes más floridas del papel de Leonore, desplegando una musicalidad tan escrupulosa como la exhibida por la radiante Marzelline de Chen Reiss.
Falk Struckmann fue un Rocco que compensó un instrumento cada vez menos flexible con las suficientes dosis de bonachonería. Thomas Johannes Mayer no necesitó caer en efectos histriónicos para evocar la maldad de Pizarro, aunque un volumen más generoso no habría estado de más, mientras que Jörg Schneider asumía con voz clara una concepción de Jaquino más antipática de lo habitual. La escritura de Florestan, más distendida y menos aguda que en la versión final, más cercana a un Tamino, favoreció sin duda un Benjamin Bruns de gran elegancia en el fraseo. Correcto el Don Fernando de Clemens Unterreiner.
Una cárcel contemporánea no es ninguna novedad a la hora de llevar a escena la ópera de Beethoven, pese a que el decorado único de Alexander Müller-Elmau recordara un lobby anónimo. El hilo conductor del montaje de Amélie Niermeyer es el desdoblamiento de Leonore a partir del trauma de la desaparición inexplicada de su esposo durante la obertura. La soprano dialoga constantemente con su alter ego, encarnada con solvencia por la actriz Katrin Röver, exponiendo sus dudas y esperanzas. Niermeyer subraya el carácter opresor de la cárcel (Rocco expolia sin miramientos a los prisioneros) pero su dirección no marca un perfil propio hasta bien entrada la representación. Leonore es apuñalada por Pizarro mientras protege a Florestan, y la escena final es fruto de su delirio mientras agoniza. El chillón vestuario de Annelies Vanlaere ayudaba bien poco a tomarse en serio esta alternativa poco convincente.
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