Alcina y su orbe asfixiante en un gran festival de canto

Lausana

16 / 03 / 2022 - Albert GARRIGA - Tiempo de lectura: 4 min

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operalausanne-operaactual-alcina Una escena del montaje de Stefano Poda © Opéra de Lausanne / Jean-Guy PYTHON
operalausanne-operaactual-alcina Franco Fagioli (Ruggiero) y Lenneke Ruiten (Alcina) © Opéra de Lausanne / Jean-Guy PYTHON
operalausanne-operaactual-alcina Una escena del montaje de Stefano Poda © Opéra de Lausanne / Jean-Guy PYTHON

Opéra de Lausanne

Händel: ALCINA

Nueva producción

Lenneke Ruiten, Franco Fagioli, Marie Lys, Marina Viotti, Juan Sancho, Guilhem Worms, Ludmila Swartzwalder. Dirección musical: Diego Fasolis. Dirección de escena: Stefano Poda. 13 de marzo de 2022.

Sin buscarlo, en los mismos días de marzo la Suisse Romande organizó un festival barroco en sus principales escenarios líricos, Ginebra con Atys y Lausana con esta maravillosa Alcina. Y, ¡menudo festival! Si con la ópera de Lully el Grand Théâtre deslumbró, con la nueva producción de la célebre ópera de Händel, firmada por Stefano Poda y anunciada en el reportaje de portada de ÓA 255, la Opéra de Lausanne levantó el entusiasmo unánime del público. Un auténtico triunfo en manos de la experta batuta de Diego Fasolis quien consiguió, una vez más, hacer aflorar un sonido pulquérrimo y brillante a la Orchestre de Chambre de Lausanne. Asumidos los cortes acordados, el maestro tesinés impuso unos tempi generosos, nunca precipitados, marcando un deslumbrante juego entre foso y escenario. Permitió, además, que en los solos de violín y violonchelo los solistas se lucieran con sus versiones maravillosas en las arias de Morgana. Todo un regalo para los oídos.

Por su parte, Franco Fagioli se erigió como un Ruggiero espectacular, referencial y en el protagonista absoluto de la velada. El contratenor argentino hizo alarde de un rotundo control técnico que le permitió abordar la dificilísima “Sta nell’Ircana” opulentamente, jugando con trinos, escalas y todas las florituras inimaginables e imposibles, un fiato eterno amén de una extensísima tesitura. Pero lo de Fagioli no es solo la pirotecnia vocal: lo suyo es, sobre todo, una musicalidad exquisita sobre el fraseo excelso y refinadísimo de un auténtico prodigio.

"Marina Viotti fue una fenomenal Bradamante, estilísticamente impecable y sobrada técnicamente"

Como Alcina, la intensidad canora de Lenneke Ruiten anduvo más cercana a las versiones de Fleming o Harteros que a las delicadezas de Sutherland o, incluso, DiDonato. La soprano holandesa supo jugar bien sus cartas exhibiendo una musicalidad penetrante, vehemente, en la que se movió cómodamente ante las exigencias técnicas de la partitura luciendo un generoso control del fiato y una elegante coloratura. Brilló especialmente en “Ah! Mio cor!” o en “Ombre pallide”, regalando algunos pianissimi a pesar de alguna estridencia en el registro agudo. Marina Viotti fue una fenomenal Bradamante, estilísticamente impecable y sobrada técnicamente. La también suiza Marie Lys dibujó una Morgana muy sólida, algo despistada en su entrada, y quiso ofrecer un sonido más denso que lo habitual buscando engrosar el instrumento, exhibiendo también una excelsa musicalidad y refinamiento. “Ama, sospira”’ y “Credete al mio dolore” fueron, simplemente, maravillosas. Juan Sancho (Oronte) se mostró muy comprometido en su prestación y junto a un timbre muy atractivo ofreció una muy sólida interpretación a pesar de algún escollo que sufriría en el registro agudo. Muy competentes también Guilhem Worms (Melisso) y Ludmila Schwartzwalder (Oberto)

Stefano Poda, responsable de la dirección escénica, del vestuario y de la escenografía, concibió una gigante y espectacular esfera para dibujar el microcosmos de engaños y magia de la isla de la hechicera Alcina, magnificando el orbe mágico que le da poder (el que destruye Ruggiero) y en el cual la protagonista somete a sus esclavos sexuales y les mantiene presos de su ira. Aquí Alcina es una mujer que vive atormentada por sus propios fantasmas, que no consigue ser feliz, porque, en realidad, es consciente de que ha tenido que embrujar al único hombre a quien ella ha amado –o más bien, por el que se ha sentido auténticamente atraída–, para que se quede a su lado. La isla de cartón-piedra se transforma en una cárcel del sexo y del amor, donde la cara de las hermanas es el engaño de la belleza y la opulencia y la espalda, su realidad decadente. Así mismo, Poda también quiso jugar con la ambigüedad presentando un Ruggiero amanerado que cae en el falso juego de seducción de Oronte, que no duda en reírse de él. Un espectáculo de gran calibre.  * Albert GARRIGA, corresponsal de ÓPERA ACTUAL en Suiza