Un alegato contra el sinsentido de la guerra

Múnich

20 / 03 / 2023 - Xavier CESTER - Tiempo de lectura: 4 min

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guerra bayerische Una escena de 'Guerra y paz' en Múnich © Bayerische Staatsoper / Wilfried HÖSL
guerra bayerische Una escena de 'Guerra y paz' en Múnich © Bayerische Staatsoper / Wilfried HÖSL
guerra bayerische Una escena de 'Guerra y paz' en Múnich © Bayerische Staatsoper / Wilfried HÖSL
Guerra paz Bayerische Una escena de 'Guerra y Paz' en Múnich © Bayerische Staatsoper / Wilfried HÖSL

Bayerische Staatsoper

Prokófiev: GUERRA Y PAZ

Nueva producción

Andrei Zhilikhovsky, Olga Kulchynska, Violeta Urmana, Arsen Soghomonyan, Bekhzod Davronov, Sergei Leiferkus, Dmitry Ulyanov, Tómas Tómasson. Dirección musical: Vladimir Jurowski. Dirección de escena: Dmitri Tcherniakov. Nationaltheater, 18 de marzo de 2023.

 

Poco debían imaginar los responsables de la Bayerische Staatsoper de Múnich que Rusia invadiría Ucrania hace poco más de un año, extendiendo una más que razonable duda sobre la conveniencia de tirar adelante un proyecto de larga gestación como era una nueva producción de Guerra y paz (montaje que puede verse gratis en ÓA en este enlace y gracias al canal Arte.tv). Si el opus magnum de Prokófiev ya es en sí mismo un reto mayúsculo, en las circunstancias actuales cabe preguntarse si tiene sentido llevar a escena en un país occidental que apoya al país atacado una obra que es en parte una glorificación de la madre patria rusa frente a un invasor externo, la Francia napoleónica en la ópera, o la Alemania nazi en la época de composición. Sin entrar en la génesis tortuosa de la obra, era difícil que Prokófiev y su colibetrista y segunda esposa, Mira Mendelson, evitaran que, en plena URSS y bajo el yugo de Stalin, la ópera adoptara en algunas escenas un tono panfletario ausente de la monumental novela de Tolstói. Sea como sea, Guerra y paz es ahora una obra incómoda, pero una vez la Ópera de Múnich tomó la decisión (acertada) de culminar esta coproducción con el Gran Teatre del Liceu, la pregunta siguiente era: ¿cómo?

Tanto Vladimir Jurowski, director musical, como Dmitri Tcherniakov, director de escena, no se han andado con miramientos: han eliminado una de las trece escenas de la considerada como edición definitiva (en la cual el mariscal Kutuzov ordena la retirada de Moscú) y han recortado los pasajes más agresivamente chauvinistas de la segunda parte de la obra. En resumen, han girado como un calcetín el sentido de la ópera convirtiéndola (como ya presagiaba la cita pacifista de Tolstói proyectada al principio) en un alegato contra el sinsentido de la guerra, el conflicto y la violencia.

Una vez más, el repertorio ruso es el que permite a Tcherniakov desplegar al máximo su más que considerable talento. El decorado único, del propio director, sitúa al espectador en un marco majestuoso, la sala de las columnas de la Casa de los Sindicatos de Moscú, un espacio que sintetiza la historia rusa desde finales del siglo XVIII hasta la actualidad: en ella han actuado algunos de los más grandes compositores del país, Stalin realizó los juicios con los que purgó con sangre a sus rivales y, desde Lenin hasta Gorbachov, los principales líderes soviéticos han sido velados allí. En este espacio tan connotado, convive una masa de refugiados (vestuario contemporáneo de Elena Zaytseva), acomodándose como pueden en colchones, sillas y tiendas improvisadas, una imagen que evoca directamente a los ciudadanos ucranianos refugiándose de las bombas rusas en el metro.

"Destacó con fuerza el Andrey del barítono moldavo Andrey Zhilikhovksy, defendido de forma admirable, con un timbre cálido y sedoso y un canto exquisito, bien acolchado por el refinado acompañamiento de Jurowski"

Con una habilidad destacable tanto para caracterizar con pocos y certeros detalles los principales personajes como para mover con fluidez docenas de coristas y figurantes, Tcherniakov utiliza un recurso habitual, la representación dentro de la representación, con efectos fascinantes. En la primera parte, la paz, los refugiados hacen ver que celebran un gran baile cortesano con tiaras, coronas y complementos hechos de papel, mientras se desarrolla el drama amoroso y familiar de los principales protagonistas. A medida que pasa el tiempo, la situación colectiva se agrava, la convivencia empeora y tras el furioso Epígrafe coral con el que se abre la segunda parte, la guerra, los ornamentos de papel dan paso a las armas: los juegos se vuelven violentos, las representaciones, crueles, y ese microcosmos humano degenera en el caos, como si, en este espacio único y cerrado, el director quisiera indicar que Rusia es incapaz a escapar a su destino.

La mirada descarnada de Tcherniakov elimina todo atisbo de heroísmo de Kutuzov y convierte la escena en el campamento de Napoleón en un número paródico (curiosamente, es el primero el que asume la frase que la obra asigna al segundo lamentándose del incendio de Moscú). El magma violento arrastra también a los principales protagonistas: el idealista Pierre Bezukhov, desbordado por los acontecimientos, y Andrey Bolkonsky, quien por fin culmina el suicidio que no llevó a cabo al principio de la obra. En una imagen dolorosamente bella, Natasha Rostova intenta bailar con el moribundo mientras suena de forma fantasmagórica el vals con el que, en la primera parte, por primera vez sintieron atracción mutua. Para la última escena, Jurowski y Tcherniakov adoptan otra decisión radical, eliminar el coro bombástico que exalta el triunfo ruso, dejando la música a cargo de una banda en escena, una imagen que subraya la vacuidad de la cara más cruel del patriotismo.

Si magistral es la dirección escénica de Tcherniakov, no lo es menos la musical de Jurowski: el control de las masivas fuerzas a sus órdenes fue absoluto en una lectura que mantuvo la tensión de una partitura con lógicos altibajos. El director moscovita sabe que el lirismo de Prokófiev poco tiene que ver con desbordamientos románticos, y la perfecta combinación de expresividad y lucidez de la primera parte dejó paso en la segunda a acentos más marcados y unas explosiones sonoras que nunca pecaron de exhibicionismo gratuito. Coro (impactante en el Epígrafe) y orquesta volvieron a brillar con luz propia.

Para una obra en ruso con una cuarentena de solistas para unos 70 personajes, era inevitable contar con un reparto multinacional en el que convivían cantantes de algunas de las antiguas repúblicas que conformaban la extinta Unión Soviética, empezando por Rusia y Ucrania. Destacó con fuerza el Andrey del barítono moldavo Andrey Zhilikhovksy; suya era la primera voz que se oye en la obra, en una escena que pasa del desencanto al éxtasis, defendida de forma admirable, con un timbre cálido y sedoso y un canto exquisito, bien acolchado por el refinado acompañamiento de Jurowski. La evolución del personaje estuvo tan bien delineada como la que tradujo la Natasha de la soprano ucraniana Olga Kulchynska, voz fresca y luminosa que no ser arredró en los pasajes más dramáticos. El tercer puntal fue el tenor armenio Arsen Soghomonyan, Pierre de recursos consistentes, agudo impactante y fraseo inmaculado. Más lírico, pero no menos brillante, fue el libidinoso Anatol Kuragin de Bekhzod Davronov, mientras que ilustres veteranos como Violeta Urmana (Akhrosimova) y Sergei Leiferkus (Bolkonsky / Matveyev) dejaron buena constancia de su gran clase. Tómas Tómasson jugó a fondo la baza paródica de Napoléon y Dmitry Ulyanov fue un Kutuzov de voz contundente. Aunque es imposible citar todos los nombres, sería injusto no mencionar las excelentes aportaciones de Olga Guryakova, Mischa Schelomiansky, Alexey Botnarciuc, Christina Bock y Mikhail Gubsky. En los saludos finales de esta última representación de la serie, Zhilikhovsky, Kulchynska y Jurowski aparecieron con sendas camisetas con el escudo de Ucrania. Dentro del teatro se vivió un hito artístico, mientras la guerra continúa.  * Xavier CESTER, crítico de ÓPERA ACTUAL