Triple triunfo de Asmik Grigorian en tres heroínas de Puccini

Salzburgo

16 / 08 / 2022 - Xavier CESTER - Tiempo de lectura: 4 min

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iltrittico-operaactual-salzburgo (1) Misha Kiria (Gianni Schicchi) y Asmik Grigorian (Lauretta) en 'Gianni Schicchi' © SF / Monika RITTERSHAUS
iltrittico-operaactual-salzburgo (1) Asmik Grigorian (Suor Angelica) y Karita Mattila (La Zia Principessa) en 'Suor Angelica' © SF / Monika RITTERSHAUS
iltrittico-operaactual-salzburgo (1) Asmik Grigorian (Giorgetta) y Roman Burdenko (Michele) en 'Il tabarro' © SF / Monika RITTERSHAUS

Festival de Salzburgo

Puccini: IL TRITTICO

Nueva producción

Asmik Grigrorian, Misha Kiria, Enkelejda Shkosa, Alexey Neklyudov, Roman Burdenko, Joshua Guerrero, Karita Mattila. Dirección musical: Franz Welser-Möst. Dirección de escena: Christof Loy. Grosses Festspielhaus, 13 de agosto de 2022.

Para su entrada en el repertorio del Festival de Salzburgo, Il trittico de Puccini ha adoptado un orden diferente al de su estreno en 1918. El director de escena Christof Loy, con el beneplácito del director musical, Franz Welser-Möst, ha preferido abrir la velada con la comedia de Gianni Schicchi, seguida por la violencia descarnada de Il tabarro para concluir con el melodrama sentimental de Suor Angelica. Las justificaciones pueden ser múltiples. En un festival que adopta como eje temático la Divina comedia de Dante (un lema tan amplio que permite dar cabida a casi todo), el nuevo orden permite pasar del infierno donde el poeta italiano sitúa a Schicchi, al purgatorio vital del cual no pueden escapar los protagonistas de Il tabarro y al paraíso que entrevé la suicida Angelica. Esta sucesión también muestra los diversos estadios de las tres protagonistas femeninas: la inocencia del primer amor de Lauretta, el desencanto de Giorgietta y la renuncia absoluta después de haberlo perdido todo de Angelica.

Hay, sin embargo, un motivo no explicitado que acaba de justificar la alteración de los designios del compositor. Si se cuenta con una soprano capaz de abordar los tres papeles, es lógico acabar con la parte que le permite el máximo lucimiento como protagonista absoluta. Y este fue el caso de Asmik Grigorian, revalidando su condición como una de las cantantes más apasionantes de la actualidad. El magnetismo escénico de la soprano lituana fue complementado esta vez con una sorprendente capacidad camaleónica que, no obstante, permitía seguir el hilo de la pugna, de resultado desigual, de los tres personajes (la discreta Lauretta, la sensual Giorgietta y la sumisa Angelica) por liberarse de las cadenas que las atan. A nivel vocal, la evolución de Grigorian no fue menos espectacular: una Lauretta con los recursos bien controlados (un placer escuchar el manoseado “O mio babbino caro” sin el narcisismo de las divas de turno), una Giorgietta de penetrantes acentos dramáticos y una Angelica devastadora. En el dúo con la Zia Principessa (una Karita Mattila de glamour y canto apropiadamente glaciales), el volcán que se esconde tras el hábito ya dio las primeras señales de erupción, confirmada tras un “Senza mamma” inmarcesible. En la escena conclusiva, la entrega vocal y emocional de Grigorian fue simplemente apabullante, justificando el delirio del público de un festival de nuevo rendido ante este talento mayúsculo.

Salzburgo reunió a su alrededor tres equipos solventes con algunos altibajos. En la primera parte, Misha Kiria fue un Gianni Schicchi expansivo y con un bienvenido toque de truculencia, pero el Rinuccio de Alexey Neklyudov, con agudos que quedaban peligrosamente atrás, era de una talla vocal insuficiente para la inmensidad de la sala. Presente en las tres óperas, Enkelejda Shkosa encontró en Zita el mejor vehículo para desplegar su resonante voz, también adecuada para una histriónica La Frugola, mientras que Scott Wilde fue un efectivo Simone y, más tarde, Il Talpa. Entre la troupe de familiares del difunto, el Betto di Signa de Manuel Esteve Madrid dejó buena muestra de su vis cómica (impagable como roba la cubertería mientras sus parientes buscan el testamento).

"El magnetismo escénico de la soprano lituana fue complementado esta vez con una sorprendente capacidad camaleónica que, no obstante, permitía seguir el hilo de la pugna"

Los notables recursos vocales de Roman Burdenko, adecuados en principio para Michele, flaquearon en el tramo final de la pieza, con un centro que empezó a sonar ahogado y un agudo alcanzado con visible esfuerzo. ¿Una inesperada indisposición, inoportuna además en una función retransmitida en directo? Pese a ello, el barítono ruso supo salvar la papeleta con encomiable profesionalidad. Sin poseer mimbres de tenor spinto, Joshua Guerrero fue un ardiente Luigi que defendió con gallardía el que debe ser uno de los primeros alegatos proletarios (que no revolucionarios) de la historia de la ópera. En Suor Angelica, la cohesión del conjunto fue una de las mejores bazas, aunque cabe destacar a la veterana Hanna Schwarz (La Badessa) y una Giulia Semenzato que sacó buen provecho del bombón de papel que es Suor Genovieffa.

El estilo austero de Christof Loy se adaptó con éxito variable a las características de cada parte del Trittico. El espacio casi desnudo de la habitación de Buoso contrastaba con la barcaza varada en seco de Michele, mientras que para el convento el decorado de Étienne Pluss reducía apropiadamente el marco de la acción. Si el vestuario de Barbara Drosihn nos situaba en una actualidad inconcreta, la iluminación de Fabrice Kebour evolucionaba del atardecer a la noche para acabar en la mañana. La precisa caracterización de cada personaje, con gestos y detalles significativos, fue más evidente en un Schicchi que arrancaba con todos los parientes sentados en fila comiendo spaghetti. En Il tabarro Loy recurre a bailarines para encarnar a diversas criaturas de la noche parisina, un recurso que aporta poco y tampoco le sirve para resolver con eficacia papeletas como la pelea mortal entre Michele y Luigi. Las monjas y novicias, de nuevo, están bien definidas y la confrontación entre Suor Angelica y la Zia Principessa está cuidada al milímetro, pero una vez la protagonista se libera del hábito, Loy cae en el recurso fácil de hacerla fumar (transgresión suprema a principios del siglo XXI, parece ser). La automutilación final tampoco convence, pero como mínimo Angelica puede reecontrarse con su hijo.

Asociado en los últimos años en Salzburgo a las óperas de Strauss, Franz Welser-Möst evidenció que el universo sonoro de Puccini no está tan lejano (el compositor italiano solo era seis años mayor que el alemán). La riqueza de la paleta orquestal, y más teniendo a sus órdenes a la fabulosa Filarmónica de Viena, le permitió conducir el discurso con la tensión necesaria, sin por ello dejar de estar atento a los cantantes, reservando el máximo esplendor sonoro a los pasajes sin voces. Al mismo tiempo, Welser-Möst reivindicaba la modernidad del lenguaje pucciniano, como el uso lacerante de las disonancias o la yuxtaposición de estilos: Debussy y Stravinski no están muy lejos en Il tabarro, pese que aquí el director austriaco se mostró más ensimismado que en un ágil Gianni Schicchi y en una Suor Angelica de perfume tan celestial como intoxicante, como las plantas que matan a la protagonista.  * Xavier CESTER, crítico internacional de ÓPERA ACTUAL