CRÍTICAS
NACIONAL
‘Tosca’ y las controversias saludables
Sevilla
Teatro de La Maestranza
Puccini: TOSCA
Yolanda Auyanet / Vanessa Goikoetxea, Vicenzo Costanzo / Mario Chang, Àngel Òdena / Dario Solari, David Lagares, Enric Martínez-Castignani, Albert Casals, Alejandro López, Julio Ramírez. Dirección musical: Gianluca Marcianò. Dirección de escena: Rafael R. Villalobos. 8 y 16 de junio de 2023.
Ha sido valiente el Teatro de La Maestranza, en tiempo de estrecheces (por otra parte, en el ámbito cultural, casi perennes) y olas reaccionarias, al enrolarse en la coproducción de este montaje firmado por Rafael R. Villalobos que la controversia viene arropando desde su presentación en el Liceu de Barcelona (desde luego, no tanto en La Monnaie de Bruselas, donde se estrenó). Seguramente, y aunque no sea una veleidad fácilmente reconocida por ningún regista, la provocación también puede ser un plato dulce para un creador. Especialmente cuando esta puede anticiparse y no es sobrevenida. Esto es, con su asimilación de un título de gran repertorio como Tosca al universo socio-ideológico y sentimental de una figura controvertida como fue el cineasta Pier Paolo Pasolini, el director de escena sevillano estaba adobando sin cobardía la polémica. Una discusión que no han generado sus anteriores propuestas, al menos no con la intensidad vivida en la primera de estas funciones sevillanas, en la cual se asistió a algo tan normativo en los grandes teatros de ópera como una tensión entre abucheos y vítores. Especialmente cuando al inicio del segundo acto de la ópera esta se pausa para dramatizar un encuentro entre Pasolini y el chapero condenado por su asesinato, Pino Pelosi, mientras suena el tema pop Love in portofino, una licencia teatral que funcionó con la misma intensidad con la que, en una anterior propuesta de Villalobos, Così fan tutte, lo hizo incrustando en aquella ocasión el tema People de Barbra Streisand.
Si todo arte es político, esta Tosca lo es aún más, o como poco, lo es con denuedo. Por eso, y lejos de verse como pinchazo, la gresca levantada en su estreno sevillano sirve para agitar alfombras y abrir ventanas. La ópera, como ágora, también es esto, muy lejos del espectáculo fosilizado que muchos se empeñan en mantener. No solo eso, la realización escénica tiene muchos quilates de dramaturgia, de tensión en el paralelismo entre la tragedia pucciniana y la biografía del director italiano (Caravadossi / Pasolini), que es convertido en protagonista central de una función que llama al goce auditivo y a la reflexión, debiendo ser lo uno tan importante como lo otro cuando lo que se busca en repensar el género como arte del siglo XXI.
Es verdad que, probablemente, en el ánimo del nada transgresor Puccini no estaba el de señalar a uno de sus personajes, un artesano pintor para la iglesia, como un genio radical. Tampoco lo fue el propio compositor, quien compuso buena parte de sus obras voluntariamente ajenas a todas las progresividades que se estaban dando en el pensamiento musical. Por todo ello una creación escénica como la de Villalobos agita aún más las consciencias de quienes ven en Tosca un espectáculo serializado, no un posible relato de pasiones extremadas desde el que escudriñar consideraciones sociológicas y políticas. Y, a riesgo de reiteraciones, en un teatro que tantas veces se ha caracterizado por presentar montajes entre la corrección y la indiferencia, la aportación de Villalobos ha sido fundamental para la continua proyección del Maestranza más allá de los contornos del Paseo Colón.
Riesgos también hubo en la parte canora, comenzando con una Yolanda Auyanet que debutaba el rol de Tosca y que alcanzó un muy notable nivel en toda la representación, con un conmovedor y bien timbrado «Vissi d’arte». Es verdad que su instrumento es más ligero de lo acostumbrado, pero esto no le obstó para que encontrara un registro dramático que se fue acrecentando conforme también su proyección pareció ir de menos a más, hasta lograr un excelente nivel en el tercer acto junto a Cavaradossi. No pocos ahogos pasó el tenor Vicenzo Costanzo, quien cantó con rigidez y una voz trasera artificiosa, de engolamiento pronunciado, lo que restó toda capacidad de comunión con su versión de «E lucevan le stelle», pedestremente fraseado. Puede que el Scarpia de Àngel Òdena no fuera el más esmerado, pero su control de la emisión, los buenos reguladores y una expresividad muy doliente y dramática, le hicieron dar con la medida del papel.
Muy competente, David Lagares va perfilando los contornos de su voz, y así se apreció en su aportación como Angelotti. Con voz algo retranqueada, tal vez por la propia acción escénica, quedó Enric Martínez-Castignani, quien fue capaz de sobreponerse con una variedad de afectos en su canto que le hacen merecer, siempre, papeles aún más notables de los que ya aborda. Correcto Albert Casals y, notable, el contratenor Hugo Bolívar. Sin ningún escollo el Coro del Maestranza, con la lección aprendida con anterioridad.
En el foso Gianluca Marcianò condujo a la Sinfónica de Sevilla a dos niveles, uno de plena y escolástica concertación con las voces y otro más apasionado, encendidamente pucciniano, en los momentos en los que esta corría sola. * Ismael G. CABRAL, corresponsal en Sevilla de ÓPERA ACTUAL
Sin polémicas para un segundo reparto vitoreado
Con más tranquilidad pudieron desarrollar su papel los implicados en el segundo reparto, desde luego en la función del pasado viernes 16 de junio, en el que la representación obtuvo un éxito seguramente insospechado hasta por los responsables del teatro. Con vítores en pie se despidió a los intérpretes, a todo el equipo. La soprano Vanessa Goikoetxea (ver entrevista) no olvidará ni el abrazo de los asistentes a su encarnación del personaje de Floria Tosca ni la emoción que imprimió a un «Vissi d’arte» que, estremecedoramente, comenzó con una voz titubeante que hizo presagiar lo peor. Antes al contrario, se impuso al inicial temblor y lo rubricó con excelente empleo de los reguladores, una proyección cómoda, sin acuse de tiranteces y, sobre todo, tecnicismos al margen, con un timbre sedoso, con un canto seriamente hermoso, bello hasta la ovación. Se la vio además muy bien implicada actoralmente en el entramado escénico de Villalobos, al igual que al tenor guatemalteco Mario Chang, con una voz más recogida, mejor en los momentos de arrobo, de barniz muy belcantista y con detalles de gusto y expresión dispuestos aquí y allá, en lugares por los que otros cantantes pasan de largo. Malo entre los malos pero sin caer en lo carpetovetónico, en lo grueso, fue el Scarpia de Dario Solari, de voz bien timbrada, densa y con cómoda emisión. La dirección de Gianluca Marcianò siguió nuevamente el camino de la corrección y de lo esperado, sin extravagancias a destacar, encontrando a una Sinfónica de Sevilla sorprendentemente en forma pese a la larga huelga mantenida y felizmente cerrada (aun con alfileres). * I. G. C.
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