Sonya Yoncheva brilla con la canción más operística

Peralada

03 / 08 / 2022 - Aniol COSTA-PAU - Tiempo de lectura: 4 min

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yoncheva-peralada-operaactual (1) Sonya Yoncheva y el pianista Malcom Martineau en un momento del recital © Festival Castell de Peralada / Toti FERRER
yoncheva-peralada-operaactual (1) Sonya Yoncheva y el pianista Malcom Martineau en un momento del recital © Festival Castell de Peralada / Toti FERRER

Festival Castell de Peralada

Recital de SONYA YONCHEVA

Obras de Duparc, Viardot, Chausson, Donizetti, Delibes, Puccini, Martucci, Tosti y Verdi. Malcom Martineau, piano. Iglesia del Carme, 2 de agosto de 2022.

La soprano Sonya Yoncheva ostenta, sin duda, una de las voces más relevantes del panorama operístico actual. Con su registro de lírica pero de una enorme capacidad dramática, potencia deslumbrante y color oscuro, es capaz de interpretar desde arias de Monteverdi o Cavalli a música popular búlgara, brillando sobre todo en los grandes roles del siglo XIX escritos para su cuerda. Así lo demostró, por ejemplo, en su reciente Norma en el Gran Teatre del Liceu, exhibiendo una presencia escénica incontestable como sacerdotisa y una extensión en la emisión justa para la envergadura del personaje.

Como intérprete especialmente dotada para la ópera, pues, en sus recitales o conciertos, la soprano, como es lógico, suele optar por cantar acompañada de piano u orquesta fragmentos de los papeles que más ha lucido en escena, tal y como propuso, por ejemplo, en su debut liceísta del pasado mes de abril, o en su última intervención en el Teatro Real junto a Plácido Domingo. Sin embargo, para esta ocasión, en el Festival Castell de Peralada, que arranca su última semana de andadura, Yoncheva planteó, junto al pianista Malcom Martineau, un programa liederístico sin arias, centrado exclusivamente en la canción francesa e italiana del Romanticismo. Así, con la elección de inspiradas canciones para voz y piano de Chausson, Duparc, Puccini o Verdi, el recital apuntaba a recrear un ambiente más íntimo y reservado en la iglesia del Carme, sin la teatralidad y la exuberancia que requiere dar voz a heroínas como Violetta, Cio-Cio San, Gilda o Mimì.

"Todas las piezas parecían expresamente escogidas para que, aun no siendo arias virtuosísimas, la soprano pudiera hacer gala de sus mejores dotes como solista"

Ahora bien, Yoncheva, con ganas de ofrecer sus mejores dotes como solista de referencia, llevó la poética depurada y calma de las mélodies francesas y las canzone a su terreno expresivo y dramático. De esta manera, todas las piezas parecían expresamente escogidas para que, aun no siendo arias virtuosísimas, la soprano pudiera hacer gala de sus virtudes: una emisión robusta en los agudos que colmaba con creces la resonancia del templo y un dominio emocionante de los reguladores y pianissimi, así como una musicalidad extremadamente comunicativa en la línea de canto. Lo demostró en cada una de sus intervenciones, pudiendo llegar a transmitir, ciertamente, una sensación de monotonía, no por falta de recursos, sino justamente por la tendencia recurrente a quererlos mostrar. Martineau, por lo tanto, se mantuvo siempre en un segundo plano, concentrado y preciso como de costumbre, pero menos protagonista que en otros diálogos liederísticos.

Del repertorio escogido gustó especialmente la emoción creciente y culminante de Hai Iuli! de Pauline Viardot y los ritmos españoles que Yoncheva imitó con gracia en Les filles de Cadix de Delibes, además de las oleadas efusivas de La vie antérieure de Henri Duparc, sobre un poema amoroso de Charles Baudelaire, que solamente podía seguirse, como todas las letras, a través del programa digital en el teléfono móvil. En la segunda parte, destacaron sobremanera las dos bellísimas melodías de Francesco Paolo Tosti y, finalmente, el público entusiasta vibró con la cadencia final de L’esule de Verdi, previa a los tres bises que cerraron la velada.  * Aniol COSTA-PAU, crítico de ÓPERA ACTUAL