CRÍTICAS
NACIONAL
Sevilla: La ópera a dentelladas
Espacio Turina
Alonso: THE SINS OF THE CITIES OF THE PLAIN
Estreno absoluto
Intérpretes: Niño de Elche, Proyecto Ocnos. Dirección de escena: Fabrizio Funari. 25 de mayo de 2019.
Resulta cuanto menos singular la coincidencia del estreno en este mes de mayo de dos óperas de cámara –por usar la convención terminológica, acaso teatro musical sería más acertado, también más difuso– de raigambre fuertemente experimental. Puede que ambas representen, en su modestia y pese a la escasa resonancia mediática, dos de los intentos más arriesgados y valiosos de la ópera contemporánea española en los últimos años. La una, Oteiza, de Juan José Eslava, estrenada en Pamplona; la otra, The Sins of the Cities of the Plain (Los Pecados de la Ciudad de la Llanura), de Germán Alonso, cuyo alumbramiento ha tenido lugar en el Espacio Turina de Sevilla.
The Sins ha nacido fruto del empeño –sabiamente subvencionado– de los dos integrantes de Proyecto Ocnos, el guitarrista –aquí, eléctrico– Pedro Rojas-Ogáyar y el clarinetista Gustavo Domínguez. Estos encargaron la composición de la obra a Germán Alonso (Madrid, 1984), cuya estética es todavía hoy, en buena medida, la de Raphaël Cendo y Yan Maresz; pero también la de otros importantes nombres de la creación contemporánea como Franck Bedrossian, Agata Zubel y Eva Reiter. Es decir, la música de Alonso se incardina de forma natural en parte del devenir de una de las líneas creativas de la modernidad más palpitantes y controvertidas. Su querencia por lo que él/ellos llaman “sonidos complejos” se traduce, en la obra que nos ocupa, en una partitura febril, bastante cruda, radicalmente áspera, tan cercana al noise en algunos pasajes como al rock experimental en otros. Es una música muy notable la cosida por Alonso a lo largo de los 60 minutos que dura la propuesta, con una imponente presencia de la electrónica pregrabada, con amplias islas consagradas a la distorsión, y con un uso de grabaciones vocales (a modo de coro) que nos retrotraen a la vanguardia más furibunda.
Uno de los muchos méritos de The Sins es, precisamente, haber sido capaz de insertarse en una tradición que otros muchos compositores quieren aligerar, descargar, buscando planteamientos más reduccionistas, visiones más heterodoxas, a la postre más acomplejadas, de lo que de sí puede dar el teatro musical. Sin invocar a la vanguardia, queriendo o sin querer, Germán Alonso y Proyecto Ocnos han edificado una importante obra que enriquece una etiqueta en la que siguen aguardando creaciones que muerden y seducen por igual.
Y, por el camino, Francisco Contreras, el Niño de Elche. Pocas voces podrían defender esta obra, con un canto al borde del desgarro, enfrentado y violentado obstinadamente por la masa de sonido –avasallador en algunos momentos–. Tuvo que declamar, gritar, aullar, sí, también cantar. Y defender solo él todo el peso solista de la obra. Incalculable mérito. Un melólogo que en su tenebrismo parecía invocar a Erwartung de Schoenberg desde una perspectiva iconoclasta. El cantante debería tener un recorrido propio en la música contemporánea, como una cara B de su propio discurrir artístico. Curioso sí, que alguien que se mueve con tanta excelencia en las fisuras entre los géneros fuera capaz de echarse a la espalda una obra tan ejemplarmente militante y hermética como The Sins.
Basada en un libro homónimo de William Lazenby, publicado en 1881, la ópera recreaba un ámbiente de extrema sordidez ligado al mundo homosexual a través de las aventuras y desventuras pornográfica de un chapero. Que estuviera escrito (y cantado) en polari, un criptolenguaje hablado por la comunidad gay en las grandes capitales del Reino Unido desde finales del siglo XIX solo hacía añadir un punto más de extrañeza al asunto. Pero no es lo que en ella se contaba lo que hace de The Sins una obra importante en el engranaje anti/lírico del siglo XXI; es su capacidad de abrumar sónicamente, de generar una curiosidad auditiva constante y de ver cómo se desenvuelve Niño de Elche en un entorno, a priori, tan hostil. Escénicamente Fabrizio Funari realizó una modesta pero efectiva recreación con cantantes y músicos en ropa interior, una negrura generalizada, vídeoproyecciones y luces estroboscópicas. Ojalá haya más vida a The Sins of the Cities of the Plain. Merece volverse a ver, apretar los engranajes, quizás limar alguna línea de texto que en su afán provocador acaba resultando naïf.
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