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Santiago de Chile: Feliz regreso de una locura rossiniana
Opera Nacional de Chile
Rossini: La Italiana en Argel
Victoria Yarovaya, Pietro Spagnoli, Anton Rositskiy, Orhan Yildiz, Patricia Cifuentes, Patricio Sabaté, Cecilia Pastawski. Dirección: José Miguel Pérez-Sierra. Dirección de escena: Rodrigo Navarrete. Teatro Municipal, 8 de octubre de 2019.
El público gozó con esta Italiana en Argel, una obra maestra de Rossini que combina un argumento disparatado con música que fluye a borbotones y que ayuda a realzar la diversión que proponen tanto la historia como el texto mismo de Angelo Anelli.
El mismo compositor definía esta ópera como su “pasatiempo” y se recuerda que para su estreno en Venecia, en 1813, los asistentes hicieron repetir casi todos los fragmentos importantes, al punto que el músico llegó a decir: “Ahora estoy tranquilo, los venecianos están más locos que yo”.
La régie estaba firmada por Rodrigo Navarrete, quien organizó la farsa como si fuera una enorme coreografía que obligaba a estar pendiente de cuanto sucedía en todos los rincones del escenario. Ubica la acción entre fines de los 60 y comienzos de los 70 del siglo XX, con un vestuario con pantalones pata de elefante y en una época que tiene relación con la independencia de Argelia (1962), la aparición de la mini falda (Mary Quant) y de liderazgos femeninos importantes. A través de un juego escénico siempre sorprendente, Navarrete habla acerca del feminismo (cómo la mujer puede intervenir a su amaño su entorno y cambiarlo drásticamente), la inmigración, el arribismo y las condiciones de un mundo que comenzaba a ser globalizado (el Bey Mustafá juega mini golf y se prueba ropa occidental). Muy divertida la inagotable persecución de Taddeo por los guardias de Mustafá, que sueñan con poderlo empalar.
La bella y transparente escenografía de Ramón López es una filigrana tallada en madera, un gran juguete oriental con infinidad de calados que ayudó a la trama, pues pone a vista de los espectadores cómo los personajes se escuchan y miran a escondidas, y cómo los que son observados actúan sabiendo que lo son, incentivando así la intriga política y erótica. El colorido del vestuario (Montse Catalá) se vio realzado por la luz mediterránea, siempre brillante y nítida, firmada también por López.
José Miguel Pérez-Sierra forjó su actual estatura artística junto a ese gran maestro rossiniano que fue Alberto Zedda. El director español sabe muy bien lo que hace en este repertorio, tal y como lo ha demostrado en Santiago en otras de sus aventuras rossinianas (Il barbiere di Siviglia, La Cenerentola, Il Turco in Italia). El maestro condujo a los cantantes y al público por el sinfín de detalles de esta partitura brillante y variada que exige a la vez energía y control para manejar tiempos musicales complejos y cambiantes y para exponer con claridad el lirismo expresivo adecuado a los momentos de intimidad. Su dirección vitalizó la farsa, a sabiendas de que los personajes están caracterizados por medio del ritmo impuesto por la música. El concertante final del primer acto, el quinteto del café y el trío “Pappataci” fueron logros absolutos.
El reparto estuvo correcto, comenzando por el excelente Mustafá de Pietro Spagnoli, ya conocido en Chile en la propuesta de 2009; el barítono conoce todos los trucos para ganarse al auditorio y canta Rossini como si hacerlo fuera algo de lo más natural y fácil. La mezzosoprano Victoria Yarovaya tiene el porte y la personalidad para Isabella, y una voz cálida. Su canto resultó fresco y preciso, aunque no siempre tuvo la autoridad que requieren fragmentos como “Cruda sorte, amor tiranno” y, sobre todo, “Pensa alla patria”. Simpático y en permanente juego, el Lindoro del tenor Anton Rositskiy, de canto fluido y agudos poderosos. Orhan Yildiz fue un Taddeo solvente, pero no particularmente asertivo en la mezcla de comicidad y patetismo que tiene su personaje. Patricia Cifuentes estuvo muy bien con su desesperada y aguda Elvira, y Patricio Sabaté (Haly) y Cecilia Pastawsky (Zulma) supieron dar vida vocal y escénica a sus roles.
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