Santiago de Chile: Feliz regreso de una locura rossiniana

11 / 10 / 2019 - Juan Antonio MUÑOZ - Tiempo de lectura: 3 min

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Una escena de 'La Italiana en Argel', en la producción de Rodrigo Navarrete, en el Municipal de Santiago © Teatro Municipal de Santiago
Victoria Yarovaya fue una Isabella con porte y personalidad © Teatro Municipal de Santiago
Una escena de 'La Italiana en Argel', en la producción de Rodrigo Navarrete, en el Municipal de Santiago © Teatro Municipal de Santiago

Opera Nacional de Chile

Rossini: La Italiana en Argel

Victoria Yarovaya, Pietro Spagnoli, Anton Rositskiy, Orhan Yildiz, Patricia Cifuentes, Patricio Sabaté, Cecilia Pastawski. Dirección: José Miguel Pérez-Sierra. Dirección de escena: Rodrigo Navarrete. Teatro Municipal, 8 de octubre de 2019.

El público gozó con esta Italiana en Argel, una obra maestra de Rossini que combina un argumento disparatado con música que fluye a borbotones y que ayuda a realzar la diversión que proponen tanto la historia como el texto mismo de Angelo Anelli.

"A través de un juego escénico siempre sorprendente, Rodrigo Navarrete habla acerca del feminismo, la inmigración, el arribismo y las condiciones de un mundo globalizado"

El mismo compositor definía esta ópera como su “pasatiempo” y se recuerda que para su estreno en Venecia, en 1813, los asistentes hicieron repetir casi todos los fragmentos importantes, al punto que el músico llegó a decir: “Ahora estoy tranquilo, los venecianos están más locos que yo”.

La régie estaba firmada por Rodrigo Navarrete, quien organizó la farsa como si fuera una enorme coreografía que obligaba a estar pendiente de cuanto sucedía en todos los rincones del escenario. Ubica la acción entre fines de los 60 y comienzos de los 70 del siglo XX, con un vestuario con pantalones pata de elefante y en una época que tiene relación con la independencia de Argelia (1962), la aparición de la mini falda (Mary Quant) y de liderazgos femeninos importantes. A través de un juego escénico siempre sorprendente, Navarrete habla acerca del feminismo (cómo la mujer puede intervenir a su amaño su entorno y cambiarlo drásticamente), la inmigración, el arribismo y las condiciones de un mundo que comenzaba a ser globalizado (el Bey Mustafá juega mini golf y se prueba ropa occidental). Muy divertida la inagotable persecución de Taddeo por los guardias de Mustafá, que sueñan con poderlo empalar.

La bella y transparente escenografía de Ramón López es una filigrana tallada en madera, un gran juguete oriental con infinidad de calados que ayudó a la trama, pues pone a vista de los espectadores cómo los personajes se escuchan y miran a escondidas, y cómo los que son observados actúan sabiendo que lo son, incentivando así la intriga política y erótica. El colorido del vestuario (Montse Catalá) se vio realzado por la luz mediterránea, siempre brillante y nítida, firmada también por López.

José Miguel Pérez-Sierra forjó su actual estatura artística junto a ese gran maestro rossiniano que fue Alberto Zedda. El director español sabe muy bien lo que hace en este repertorio, tal y como lo ha demostrado en Santiago en otras de sus aventuras rossinianas (Il barbiere di Siviglia, La Cenerentola, Il Turco in Italia). El maestro condujo a los cantantes y al público por el sinfín de detalles de esta partitura brillante y variada que exige a la vez energía y control para manejar tiempos musicales complejos y cambiantes y para exponer con claridad el lirismo expresivo adecuado a los momentos de intimidad. Su dirección vitalizó la farsa, a sabiendas de que los personajes están caracterizados por medio del ritmo impuesto por la música. El concertante final del primer acto, el quinteto del café y el trío “Pappataci” fueron logros absolutos.

El reparto estuvo correcto, comenzando por el excelente Mustafá de Pietro Spagnoli, ya conocido en Chile en la propuesta de 2009; el barítono conoce todos los trucos para ganarse al auditorio y canta Rossini como si hacerlo fuera algo de lo más natural y fácil. La mezzosoprano Victoria Yarovaya tiene el porte y la personalidad para Isabella, y una voz cálida. Su canto resultó fresco y preciso, aunque no siempre tuvo la autoridad que requieren fragmentos como “Cruda sorte, amor tiranno” y, sobre todo, “Pensa alla patria”. Simpático y en permanente juego, el Lindoro del tenor Anton Rositskiy, de canto fluido y agudos poderosos. Orhan Yildiz fue un Taddeo solvente, pero no particularmente asertivo en la mezcla de comicidad y patetismo que tiene su personaje. Patricia Cifuentes estuvo muy bien con su desesperada y aguda Elvira, y Patricio Sabaté (Haly) y Cecilia Pastawsky (Zulma) supieron dar vida vocal y escénica a sus roles.