CRÍTICAS
NACIONAL
'Salome' desencadenada en el Auditorio Nacional
Madrid
Orquesta y Coro Nacional de España
Strauss: SALOME
Versión semi-escenificada
Lise Lindstrom, Tomasz Konieczny, Frank van Aken, Violeta Urmana, Alejandro del Cerro, Lidia Vinyes-Curtis, Josep Fadó, Pablo García-López, Vicenç Esteve, Ángel Rodríguez Rivero, David Cervera, Tomeu Bibiloni, David Sánchez, Pedro Llarena Carballo, Francesca Calero. Dirección musical: David Afkham. Concepto escénico: Susana Gómez. Auditorio Nacional, 26 de junio de 2022.
Salome es una ópera escrita para provocar. Por su argumento blasfemo, por el aura decadentista y escandalosa, y por ese wagnerismo gélido, desmedido e hiperconcentrado al tiempo, en el que el Leitmotiv se vuelve obsesión, la masa orquestal –como el inconsciente– lo invade todo y las dinámicas y la tonalidad entran en terreno inhabitable. El director David Afkham, que conoce muy bien este repertorio y en 2018 ofreció una gran Elektra en el mismo escenario, vuelve a demostrar que se toma el asunto al pie de la letra. Desde el principio, tan abrupto y perturbador, quedó claro que el único freno a un sonido arrollador, sin miedo a lo desmedido, sería la transparencia y la puesta en relieve de la riqueza melódica y el cromatismo, también excesivos, por su parte. Se propuso así ante una Salome desencadenada, en la que el protagonismo de la orquesta –soberbia, la ONE– resultó indiscutible aunque peligraran las voces, sobre todo en el Auditorio, un recinto implacable en este sentido.
El único personaje que no puede rendirse ante la fuerza avasalladora de la materia orquestal, que es la propia del deseo, es el de Jochanaan, el Bautista, algo que Tomasz Konieczny comprendió bien, con una voz de una solidez, amplitud e intensidad fuera de serie, sin que padecieran los matices más delicados de un personaje que evoca lo humano desde la santidad. La soprano Lise Lindstrom, protagonista de la Elektra de 2018, volvió a lucir una voz poderosa y dulce, limpia, fabulosamente bien proyectada, con alguna bajada terrorífica al registro grave y una buena capacidad para el agudo más afilado. Encontró así la manera de expresar el carácter casi infantil del rol titular y pudo enfrentarse a Herodes con autoridad incontestable, lanzándose sin red al gran solo final con algún agudo un poco abierto y en algún momento casi vencida por la orquesta: es el sino de su extraordinaria y memorable Salome. Al lado de estos dos personajes, ni Herodes ni Herodías presentan verdadera grandeza, aunque sí la tienen los dos artistas que les dieron vida, Frank van Aken como tiranuelo rijoso y cobarde, y Violeta Urmana con su voz inconfundible, densa y satinada, haciendo de señora de la casa, como una Mme. Verdurin de la Judea pagana.
Bien plasmados, como era de esperar, los matices humorísticos de esta pareja casi cómica, que debe asumir el ridículo que Salome está a punto de hacer durante toda la obra. Alejandro del Cerro cantó un Narraboth fenomenal, serio y luminoso a la vez, como es debido en este joven soldado atormentado por un deseo que no entiende. Muy bien el paje de Lidia Vinyes-Curtis, de una inocencia cristalina y enamorada. Perfectamente creíbles los judíos de Josep Fadó, Pablo García-López, Vicenç Esteve (este muy convincente como uno de los Nazarenos) y los Soldados de Tomeu Bibiloni (también Nazareno) y David Sánchez.
Susana Gómez se encargó de organizar un apunte escénico eficaz, limitado por el despliegue de la orquesta –que asumió el protagonismo en la danza de los siete velos– y por el espacio reducido, aunque bien apoyado en la iluminación y los gestos de los cantantes. Un éxito de los que no se olvidan. * José María MARCO, corresponsal en Madrid de ÓPERA ACTUAL
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