CRÍTICAS
NACIONAL
'Rusalka', o la victoria del Romanticismo
Madrid
Teatro Real
Dvorák: RUSALKA
Nueva producción
Asmik Grigorian, Eric Cutler, Karita Mattila, Maxim Kuzmin-Karavaev, Katarina Dalayman, Sebastià Peris, Manuel Esteve, Juliette Mars, Julietta Aleksanyan, Rachel Kelly, Alyona Abramova. Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real. Dirección: Ivor Bolton. Dirección de escena: Christof Loy. 12 de noviembre de 2020.
La obra maestra de Dvorák no subía al escenario del madrileño Teatro Real desde hace casi un siglo, y era esta una ocasión, en plena pandemia además, que el teatro debía dejar señalada con decisión. Misión cumplida, en particular en el terreno musical, en el que brilla con especial intensidad este drama fantástico, a medias entre el cuento de hadas y el simbolismo, con una arrebatada e infalible inspiración melódica, orquestal y artística por parte del genial músico checo.
No solo fue cuestión de calidad de los intérpretes. También se dio, algo más raro, una extraordinaria conjunción en una función trabada como pocas veces, con un profundo sentido de la unidad del propósito y la expresión. Destacó la soprano lírica Asmik Grigorian, que alcanzó aquí lo que será una de las cumbres de su carrera: formidable en la interpretación escénica, exhibió además una voz limpia, amplia, potente, proyectada con una facilidad fuera de serie y una sensibilidad finísima, sin desfallecimientos ni sentimentalismos. Le dio la réplica el tenor Eric Cutler, que cantó con muletas por un problema en una pierna. Gran interpretación también la suya, con una voz aterciopelada, con apenas alguna veladura en la zona aguda, de una gran intensidad lírica.
El bajo Maxim Kuzmin-Karavaev dio vida a un Vodnik de talla wagneriana, por su autoridad y la humanidad, sin más instrumento que una voz profunda y oscura. La gran Karita Mattila bordó el papel de la Princesa, con todo el descaro y el despecho que le permite un instrumento igual de luminoso y firme que siempre. Katarina Dalayman, antes soprano y ahora mezzo, con graves inquietantes y dramáticos, fue un estupenda y muy creíble Bruja, a pesar de la caracterización escénica. Espléndidas de afinación, expresividad y potencia, las tres ninfas (Julietta Aleksanyan, Rachel Kelly, Alyona Abramova), y excelentes los demás, en particular Sebastià Peris. La orquesta se lució a primer nivel, con el arpa incorporada como un protagonista más –la voz de la luna, se podría decir– aunque la dirección de Ivor Bolton, que sufrió un percance en el tercer acto y obligó a parar la función unos minutos, resultara un poco ruidosa en alguna ocasión.
La dirección escénica corrió a cargo de Christof Loy, garantía de profesionalidad, buen gusto y clase. Chic, en una palabra. Desplegó su repertorio habitual: metateatralidad –trasladando la obra del lago a un teatro–, tonos blanquecinos y grises, relaciones de poder. Al final, en todo caso, todo empiezaba a resultar un poco rutinario. Esta vez la hiperintelectualización, algo pedante, chocaba con el dramatismo desatado de una ópera tan romántica como esta. Demasiado frío, y al mismo tiempo demasiado forzado, como en la bacanal desquiciada y postmoderna del segundo acto. Preciosa, en cambio, la ascensión a la luz redentora, neowagneriana y un poco kitsch, de Rusalka tras el dúo de amor, de los más tristes y desesperados del repertorio, cantado de forma memorable por los protagonistas.
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