Philip Glass y la exploración de nuevos mundos sonoros

Madrid

28 / 11 / 2022 - Mario MUÑOZ - Tiempo de lectura: 3 min

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einsteinonthebeach-operaactual-cndm (1) Imagen de la versión de concierto de 'Einstein on the Beach' © CNDM / Elvira MEGÍAS
einsteinonthebeach-operaactual-cndm (1) Suzanne Vega, narradora de la ópera de Philip Glass © CNDM / Elvira MEGÍAS

Centro Nacional de Difusión Musical

Glass: EINSTEIN ON THE BEACH

Versión de concierto

Suzanne Vega, narradora. Collegium Vocale Gent. Ictus Ensemble. Directores musicales: Tom de Cock y Michale Schmid. Directora del coro: Aria van Nieukerken. Escenografía: Germaine Kruip. Auditorio Nacional, 22 de noviembre de 2022.

Cuando allá por 1960 apareció John Cage en el programa de la CBS I’ve Got A Secret con su despliegue de instrumentos cotidianos, el público se retorció de la risa sin ningún pudor. Se trataba de la obra Water Walk, y buena parte de los espectadores desconocía que precisamente esas risas formaban parte de la ruptura pretendida, de una manera de entender la vivencia musical como un tejido vivo que se nutría de patrones distintos, en algunos casos aleatorios. Una década más tarde, Robert Wilson dinamitó las mechas conceptuales de las vanguardias con la composición de una ópera muda, Deafman Glance (La mirada de un sordo), que arrancaba con el escalofriante apuñalamiento (lento, hipnótico) de aquel niño que miraba con extrañeza. En el rebufo de aquella ola desarrollaron Wilson y Philip Glass Einstien on the Beach, una ópera dividida en nueve escenas y cinco knee plays (interludios musicales articulados) que tenía como protagonista a un Einstein dual: el físico representante de la modernidad y el inductor inconsciente de la tragedia posterior.

"Siguiendo las instrucciones precisas del compositor, los 210 minutos de duración se realizaron sin pausas explícitas, pero con libertad por parte de los espectadores para abandonar la sala y retornar en cualquier momento"

El CNDM se lanzó a la piscina programando esta pieza que mantiene intactas, casi medio siglo después, sus vocaciones originales de disolución del espacio y exploración de mundos sonoros. Siguiendo las instrucciones precisas del compositor, los 210 minutos de duración se realizaron sin pausas explícitas en el Auditorio Nacional, pero con libertad por parte de los espectadores para abandonar la sala y retornar en cualquier momento. Con una idea escénica desarrollada por la artista visual Germaine Kruip, la Sala Sinfónica se transformó en una especie de cuadrilátero disímil donde los intérpretes interactuaban y se intercambiaban. Labor impresionante la del Collegium Vocale Gent, implicados con una escritura alejada de aquello a lo que acostumbraron y que requería de una concentración, empaste y sentido rítmico extremos. Sus intervenciones en los knee plays con la letanía numérica o diatónica funcionaron en perfecta sincronía, especialmente con los versos de Christopher Knowles que iba narrando Suzanne Vega con cuidada distancia (“…these are the days, my friend”).

En lo instrumental el Ictus Ensemble dio muestras de virtuosismo, a pesar de no pretenderlo en ningún momento, en particular el violín de Igor Semenoff y los teclados de Jean-Luc Plouvier. Especial mención para la iluminación de Nicolas Marc, que sacó petróleo de unos recursos técnicos pensados para cuestiones menos ambiciosas. La ópera de Glass ha seducido desde su estreno en mayor medida de lo que provoca la reflexión, como si el fondo se perdiera un poco por lo privilegiado de su forma minimalista y el uso de ella. La experiencia es tan vívida y personal que el conflicto se disuelve, algo que ocurre en menor medida en las otras dos óperas que completan su trilogía sobre hombres visionarios. El público ovacionó la actuación como si se tratara de una victoria de la modernidad sobre el invisible rival del canon. Un día para recordar.  * Mario MUÑOZ, corresponsal en Madrid de ÓPERA ACTUAL