Osborn por la puerta grande con Eléazar

Ginebra

30 / 09 / 2022 - Albert GARRIGA - Tiempo de lectura: 4 min

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lajuive-operaactual-geneve (3) John Osborn como Eléazar © GTG / Magali DOUGADOS
lajuive-operaactual-geneve (3) Una escena de 'La Juive' en Ginebra © GTG / Magali DOUGADOS
lajuive-operaactual-geneve (3) Una escena de 'La Juive' en Ginebra © GTG / Magali DOUGADOS

Grand Théâtre de Genève

Halévy: LA JUIVE

Nueva producción

John Osborn, Elena Tsallagove, Ruzan Mantashyan, Ioan Hotea, Dmitry Ulyanov, Leon Kosavic, Sebastià Peris, Igor Gnidii. Dirección: Marc Minkowski. Dirección de escena: David Alden. 25 de septiembre de 2022.

Casi un siglo separa la última función de La Juive de Halévy con esta tardía reposición en el Grand Théâtre de Genève, coliseo que gracias a Aviel Cahn está participando de la renaissance que vive la grand opéra iniciada con Les Huguenotes en 2020, también con la batuta de Marc Minkowski. Se trata de un género que gozó de mucha popularidad en la época –no en vano la Ópera Garnier se inauguró con La Juive–, pero que cayó en desuso por la dificultad que implica ponerla en escena por sus exigencias escénicas, gran coro, ballet, solistas, instrumentalización, etc. El género cautivaría e inspiraría a Giuseppe Verdi y a Richard Wagner y sobrecoge por sus narraciones dramáticas ligadas a momentos históricos de gran conmoción. Halévy –con permiso del prolífico dramaturgo Eugène Scribe– narra en La Juive las vicisitudes de la bella Rachel (aquí una maravillosa Ruzan Mantashyan) criada como judía por Eléazar (un John Osborn fuera de serie), pero en realidad cristiana, porque es hija del cardenal Brogni (Dimitry Ulyanov) y está enamorada de Léopold –disfrazado del judío Samuel–, marido de la princesa Euxodie.

En la sociedad medieval del siglo XV, este quid pro quo conduce directamente al cadalso. Al menos en esta producción ginebrina firmada por David Alden, la esposa de Léopold muere voluntariamente junto a Rachel y su padre adoptivo. Originariamente, la princesa Eudoxie gozaba de poca relevancia dramática, más allá de sus dificilísimas arias, y con una justificación escénica en el momento del ballet, aquí amputado. Sin embargo, el concepto de Alden confiere a la princesita un nuevo rasgo de personalidad: ferocidad, y paradójicamente, con verdadera profundidad a medida que el relato transcurre, con una impresionante y muy sólida técnicamente Elena Tsallagova, sensacional en “Tandis qu’il sommeille”. Además, configuraron una imponente lucha de divas en el dúo con Rachel, Du cardinal voici l’ordre suprême”, mostrando, ambas, afán y solidez, además de una gran musicalidad y entrega teatral, y equilibrando los timbres de una y otra soprano.

"John Osborn por la puerta grande, mostrando su rotundidad y autoridad ante estos roles imposibles y arrancando una cerrada ovación después de su temible aria"

La producción, sin embargo, no siempre ofrece un enfoque sólido; sirviéndose de la ironía y la comedia negra falla en las grandes escenas con el coro (inexplicablemente en exceso decibélico), con sus miembros pululando como cuervos por callejones de madera contrachapada, pero acertado en su ahondamiento en los momentos de mayor intimidad y calibre dramático. El quinto acto, el de la ejecución, fue marcado por una procesión en la que desaparecían los judíos condenados en un horno y acumulando sus cenizas.

En este montaje, a excepción de Ulyanov, no siempre con la contundencia requerida al rol, todo el reparto debutaba en sus respectivos roles. Y lo hacía John Osborn por la puerta grande, mostrando su rotundidad y autoridad ante una partitura imposible y arrancando una cerrada ovación después de su temible aria “Rachel! Quand du signor”. Mantashyan exhibió un timbre aterciopelado de exuberante belleza y delicada musicalidad, conmoviendo en su página “Il va venir”, y en los grandes dúos con Eléazar, Euxodie y con el Léopold del tenor rumano Ioan Hotea, con un timbre no siempre muy grato y que hizo sufrir en algún momento en el registro agudo.

Minkowski quiso repetir el éxito cosechado con Les Huguenotes pero no siempre estuvo al servicio de la delicadeza y teatralidad de la partitura, mostrando algunos desequilibrios sonoros entre foso y escenario, y con frases no siempre elegantemente marcadas. Aunque su lectura fue encomiable y muy sólida, para parte del público ginebrino no fue suficiente y le valió algunas protestas.  * Albert GARRIGA, crítico de ÓPERA ACTUAL