CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Orfeo en el infierno del teatro conceptual
Niza
Opéra de Nice-Côte d'Azur
Offenbach: ORPHÉE AUX ENFERS
Pierre-Antoine Choumien, Perrine Modoeuf, Jérémy Duffou, Philippe Ermellier, Héloïse Mas, Sofia Naït, Jenifer Courcier, Frédéric Diquero, Fabrice Albert, Pauline Descamps, Gilles San Juan, Virginie Maraskin, Mélissa Lafix. Dirección musical: Léo Warynski. Dirección de escena: Benoît Bénichou. 2 de diciembre de 2022.
Si bien Bénoît Bénichou respetó lo medular de la trama y los números musicales con sus textos originales, sí que transformó por completo los diálogos de la opereta y con ello el sentido de la historia con su nuevo planteamiento en el que una troupe teatral está ensayando la obra de Offenbach. El director, que también interpreta el personaje de Júpiter, propone un ensayo del primer acto de forma clásica, pero el intérprete de Plutón se interpone y consigue organizar el segundo como teatro conceptual, más interesado por la idea a transmitir que por la manera de transmitirla. Con ello, Bénichou, basándose en el concepto de la dualidad muy explícito en la obra –el Olimpo y el Averno, la luz y la oscuridad, etc.–, puso en primera fila la antigua querella de los antiguos y los modernos que tanta tinta hizo correr en el mundo intelectual en el siglo XVIII. El director de escena dio la última palabra a Eurydice, que propuso una tercera forma, más eficaz, para teatralizar una situación… El cine mudo.
Ante este replanteamiento no se puede silenciar el daño colateral causado al ritmo visual del célebre galop del segundo acto, el irremplazable can-can, sin las míticas faldas variopintas de las bailarinas sino edificado con una iluminación estroboscópica con unos bailarines casi estáticos.
Christophe Ouvrard reprodujo la trastienda de un teatro mediante una interesante tramoya móvil alrededor de la cual los artistas pudieron actuar bajo las direcciones contradictorias de Júpiter y Plutón. Apláudanse el vestuario multicolor y pluritemporal de Bruno Fatalot y la iluminación estática y dinámica de Mathieu Cabanes, siempre bien equilibrada. Se trata, en suma, de una puesta en escena grandiosa, compleja, muy bien preparada, que desarrolló a su manera la historia clásica del poeta y su imprudente esposa, ya fuertemente retocada, no se olvide, por los libretistas de la ópera, Héctor Crémieux y Ludovic Halévy. Una apuesta nada evidente, ganada por Benoît Bénichou.
Sobresalió en el escenario por su línea de canto, su presencia y su autoridad Perrine Modoeuf en el papel de Eurydice. A su lado Pierre-Antoine Chaumien campeó un Orphée simpático y vocalmente brillante, mientras que Philippe Ermellier –un Júpiter bien centrado en su papel– y Jérémy Duffau, –un Plutón de gran presencia y voz afín al personaje– tuvieron mayores posibilidades que los comprimarios de mostrar sus cualidades, y no defraudaron. El resto de artistas aportó al argumento su contribución con arte y ganas de quedar bien.
La Filarmónica de Niza, dirigida por Léo Warynski, algo ajena a las diatribas entre dioses y mortales, cumplió su misión alternando momentos de gran dinamismo con otros líricos según iban llegando. No escatimó volumen cuando la partitura lo exigía, pero tuvo el máximo cuidado en no imponerse a los cantantes en ningún momento. Impresionaron las intervenciones del coro, bien preparado por Giuglio Magnanini, y rómpase otra lanza en favor del trabajo de los bailarines en una coreografía rica y variada, original, de Sophie Trouche. * Jaume ESTAPÀ, corresponsal en Francia de ÓPERA ACTUAL
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