CRÍTICAS
NACIONAL
Orlinski, buen y mal gusto en franca competencia
Sevilla
Teatro de La Maestranza
Recital de JAKUB JÓZEF ORLINSKI
Xl Festival de Música Antigua de Sevilla
Obras de Händel y Vivaldi. Il Giardino d’Amore. Stefan Plewniak, violín solista y dirección. 1 de abril de 2023.
Hacía años que no se vivía algo así en el Teatro de La Maestranza, el contratenor polaco Jakub Józef Orlinski (1990) salía al escenario mientras que el grupo Il Giardino d’Amore atacaba con furia la Sinfonía de L’Olimpiade RV725 de Vivaldi y el público, como en un concierto de rock en el que mientras las guitarras atruenan sale la estrella, rompió en un intensísimo aplauso. Daba igual la música. Las bases de lo que iba a experimentarse estaban sentadas desde el comienzo, con unos intérpretes lujosamente ataviados, comenzando por el director y solista, Stefan Plewniak, llevando una especie de elegante levita de alta costura. Nada que censurar al sentido del espectáculo que quería imprimirse a este recital, titulado Eroe, y que se enmarcaba en el Xl Festival de Música Antigua de Sevilla, programa que esta misma semana se escuchará también en Peralada (Girona). Diferente asunto es que la concepción del programa acabara, si no perjudicando, sí enturbiando la apreciación de la propuesta.
De entrada las obras se ofrecían cuarteadas, con movimientos de los Conciertos RV273, 222, y 208 esparcidos por el recital alternándose con las arias de Händel y rompiendo la escucha completa de los mismos. Se podrá argüir que con esto se dotaba a la propuesta de una mayor intensidad dramática, sí, quizá, pero en todo caso el efectismo iba en detrimento de la música. ¿No existe ya demasiada banalidad en el orbe musical como para también tener que dar a un concierto como este una pátina de ligereza tan excesiva? Il Giardino d’Amore, eso sí, pronto se mostró como un grupo de una potencia expresiva extrema. Como extremas fueron sus maneras de abordar estas músicas, con contrastes exultantes y un sentido de lo dramático capaz de hacer olvidar el escueto orgánico, conformado apenas por una decena de músicos.
Al frente, un violinista jubiloso, quizás un tanto encantado de sí mismo, Stefan Plewniak. De acuerdo que el RV273 lo redondeó con una fiereza endiablada, sin perder la afinación, sin descontrolar un sonido precipitado y vertiginoso, despampanante, de una lucidez y elocuencia fuera de serie. El polaco también se lució en las cadencias y las ornamentaciones, abordando todo el programa sin partituras —al igual que sus compañeros—, algo bastante singular en la interpretación del repertorio barroco y, por lo demás, completamente intrascendente. No obstante, ¿qué sentido tiene el presentarse como una formación que interpreta con criterios históricos y no mostrar reverencia a la letra escrita, ahondando así en una sensación improvisadora, de puro virtuosismo, más afín la figura del gran intérprete romántico que a la pulcritud palaciega de estas músicas lejanas? En el concierto Il Grosso Mogul, cuando llegó el Allegro final, Plewniak se entregó al más difícil todavía, despertando tanta admiración como indiferencia; ambos afectos son posibles.
Por medio, Orlinski, erigido en maestro de ceremonias, cantó con una excelencia sobresaliente, de ahí que se le pueda perdonar tanto envoltorio, tanta filfa, porque el producto canoro que entrega es rotundamente gigante. Su capacidad está incluso por encima del oropel. Y, además de dominar su instrumento, también hace lo propio con la retórica, con la intencionalidad, porque es capaz, así lo demostró, de dotar a cada palabra de un subrayado propio. La teatralidad con la que despachó «A dispetto d’un volto ingrato», de Tamerlano, no fue menor que la fluidez de un canto que en ningún momento parece impostado, como si no tuviera que preocuparse por la emisión. Más aún en otro Händel, «Torna sol per un momento», de Tolomeo, una lectura enternecedora que conjugó proyección y ligazón entre las frases, con una actitud de puro arrobo e idónea adecuación estilística.
En el aria de Partenope, «Furibondo spira il vento», hubo más del Orlinski estrella, atención exquisita a cada inflexión y un juego desinhibido con la acentuación y los cambios de colores en la voz. Sento in seno, de Il Giustino, fue otro prodigio de afinación, quizá aquí excesivamente amanerado.
A donde llegará el cantante polaco en el futuro se desconoce. Lo que sí está claro es, a tenor del histrionismo generalizado y la papanatez instalada tras la última aria, saltito de break dance, improvisación por sevillanas y otras alharacas incluidas, es que la sociedad del espectáculo sobre la que alertaba Guy Debord en los lejanos 60 ya se ha instalado también, y por desgracia, en el ámbito de la música culta. * Ismael G. CABRAL, corresposnal en Sevilla de ÓPERA ACTUAL
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