CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Olivier Py da nueva vida dramática a Enrique VIII
Bruselas
La Monnaie / De Munt
Saint-Saëns: HENRY VIII
Nueva producción
Lionel Lhote, Ed Lyon, Vincent Le Texier, Marie-Adeline Henry, Nora Gubisch. Dirección musical: Alain Altinoglu. Dirección de escena: Olivier Py. 13 de mayo de 2023.
La monarquía británica ha sido una fuente regular de inspiración para creadores de todo tipo, y la literatura operística posee múltiples ejemplos de ello, con una clara predilección por la época de Enrique VIII y su hija Isabel I. El citado monarca y las dos primeras de sus seis esposas son los protagonistas de Henry VIII, uno de los títulos del extenso catálogo operístico de Saint-Saëns que ha quedado relegado por la popularidad de Samson et Dalila y que, incidentalmente, sirvió a Montserrat Caballé para su última aparición en una ópera escenificada, en el Liceu de Barcelona en 2002.
Estrenada en París en 1883, Henry VIII puede ser considerada un epígono de la grand opéra, el género que dominó los escenarios franceses y de media Europa durante buena parte del siglo XIX. La ambientación histórica, las escenas de masa y el preceptivo ballet no faltan a la cita, pero el compositor se aleja de la estructura tradicional de números para presentar una partitura más fluida, de pasajes entrelazados sutilmente. Una orquestación elaborada, el uso de motivos recurrentes (más que de Leitmotive en el sentido wagneriano) y reminiscencias musicales del Renacimiento y de aires tradicionales británicos son otros elementos destacables de una ópera que bien merece el esfuerzo de exhumación que ha hecho La Monnaie.
La pandemia obligó al teatro belga a posponer las funciones previstas en 2021, año del centenario de la muerte de Saint-Saëns. La espera ha valido la pena, gracias a un gran nivel tanto de la propuesta escénica como de la lectura musical. Esta recaía en las manos de Alain Altinoglu, el titular de La Monnaie, que ha devuelto la excelencia a la orquesta de la casa. Conocedor de las singularidades de la partitura, el director francés ha tejido un discurso de gran coherencia, defendiendo con buen pulso la continuidad del drama sin desatender ni los múltiples detalles instrumentales ni las necesidades del canto. Si el coro tardó un poco en encontrar la cuadratura ideal, la orquesta respondió sin mácula, en especial en el preludio a la escena del juicio a la reina, casualidad o no, también uno de los grandes pasajes de la puesta en escena. En esta versión íntegra de la partitura no faltó el ballet, en esta ocasión pregrabado, ya que la coreografía se realizaba en el exterior del teatro durante el entreacto. La lluvia lo impidió en esta ocasión, con lo que los espectadores se tuvieron que conformar con el visionado por pantalla de una función anterior.
El cuerpo de baile era un elemento primordial en el montaje de Olivier Py, un director que ha mostrado en otras ocasiones su buena predisposición hacia la grand opéra (en La Monnaie dirigió en 2011 una versión de referencia de Les Huguenots de Meyerbeer). Su propuesta se mueve a caballo de dos épocas, la de la trama de mediados del siglo XVI, y la del estreno de la ópera, finales del siglo XIX, un momento de triunfo de la burguesía capitalista y el estado laico frente al poder y la moral de la iglesia. El decorado y el vestuario de Pierre-André Weitz, colaborador inseparable de Py, son de un negro perpetuo, a excepción del rojo pasional del que hace gala Anne de Boleyn, y solo Catherine d’Aragon lleva vestido renacentista (el rey se disfraza de época para hacerse fotografías).
Las estructuras arquitectónicas móviles evocan tanto el París de Hausmann como el Teatro Olimpico de Palladio y permiten una gran agilidad en el cambio de escenas, mientras que un telón con La crucifixión de Tintoretto aporta un elemento dramático añadido. En ocasiones, las acciones paralelas y los movimientos coreografiados pecan de redundantes, pero Py, buen observador de la psicología de los personajes, no renuncia a efectos teatrales de impacto seguro: la ejecución de Buckingham, la prepotencia de Henry VIII (montado sobre un caballo auténtico) frente al legado papal y, en especial la escena del juicio a la reina del tercer acto, transformado en un sínodo eclesiástico. Tras una coreografía de extrema sensualidad (marca de la casa), la aparición de una masa de cardenales sentados en un anfiteatro fue todo un golpe, amplificado en el momento en que Henry VIII proclama la primacía del rey: los cardenales se quitan raudos sus vestimentas para lucir la levita y la chistera del perfecto burgués. Por si no había quedado claro el triunfo de la nueva era, una locomotora irrumpe de forma estrepitosa en las estancias de Catherine d’Aragon en el acto cuarto.
Una de las paradojas no resueltas de la ópera es que el artífice de este triunfo es un personaje que, en términos actuales, podría definirse como prototipo de masculinidad tóxica, y Py no disimula el carácter colérico y agresivo de Henry VIII. Pese a ello, fue Lionel Lhote el intérprete más destacado de un reparto mayoritariamente francófono; con una voz sedosa, un agudo fácil y una técnica segura que le permite matizar y apianar sin problemas, el barítono belga brilló tanto en los pasajes más seductores e insinuantes como en las muestras de autoridad implacable del monarca inglés. Marie-Adeline Henry le plantó cara con una Catherine d’Aragon de gran dignidad, en especial en la emotiva autodefensa de la escena del juicio; lástima que en el agudo tienda a la estridencia. Nora Gubisch fue una Anne de Boleyn de timbre pulposo y canto expansivo, adecuado para la ambición del personaje, que no duda en dejar plantado al Don Gómez de Feria de un Ed Lyon de línea meticulosa, aunque en términos estrictamente tímbricos, fuera más agradecida la voz de otro tenor, Enguerrand de Hys (Comte de Surrey). Vincent Le Texier (Cardinal Campeggio) defendió con elocuencia la postura de la Iglesia católica, el veterano Werner van Mechelen fue un efectivo Duc de Norfolk y Jérôme Varnier, un rotundo Cranmer.
La ópera acaba con la muerte de Catherine d’Aragon y el terror de Anne ante la amenaza del hacha: poco antes ya había quedado claro que Henry VIII iba a por la tercera. * Xavier CESTER, crítico de ÓPERA ACTUAL
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