La inocencia melódica de Mozart

Madrid

25 / 04 / 2022 - Mario MUÑOZ - Tiempo de lectura: 3 min

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lenozzedifigaro-operaactual-teatroreal (2) Una escena de la producción de Claus Guth © Teatro Real / Javier DEL REAL
lenozzedifigaro-operaactual-teatroreal (3) Vito Priante (Fígaro) y Julie Fuchs (Susanna) © Teatro Real / Javier DEL REAL
lenozzedifigaro-operaactual-teatroreal (1) André Schuen (El conde de Almaviva) y Uli Kirsch (el ángel) © Teatro Real / Javier DEL REAL

Teatro Real

Mozart: LE NOZZE DI FIGARO

André Schuen, Julie Fuchs, María José Moreno, Vito Priante, Rachael Wilson, Monica Bacelli, Fernando Radó, Christophe Montagne, Moisés Marín, Alexandra Flood y Leonardo Galeazzi. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Dirección musical: Ivor Bolton. Dirección de escena: Claus Guth. 22 de abril de 2022.

Para la nueva visita al Teatro Real de Le nozze di Figaro se eligió en segundas nupcias el ya bastante viajado montaje de Claus Guth que se pudo ver en Salzburgo allá por 2006. El paso del tiempo ha desactivado algunas de las coordenadas visuales que en su día funcionaron y ha mantenido otras algo más vigentes. Por el lado positivo, Guth demuestra una vez más su capacidad para localizar los conflictos fundamentales de una obra o los significantes que se pueden añadir sin traicionar el nudo original. Aquí no llega a la lucidez de, por ejemplo, su Rodelinda de 2017, pero acierta en situar en el centro de la vorágine a Cherubino, y tratarlo como un agente del caos con vestido de comunión y un alter ego angelical que mueve los hilos entre el deseo y la decadencia. Y acierta porque tan importante es Cherubino que Mozart y Da Ponte lo harán crecer en sus siguientes obras juntos, pasando a ser el protagonista en Don Giovanni y envejeciendo como Don Alfonso en Così fan tutte (Téllez resumió hace años el ciclo tan poética como lúcidamente como “la chispa, la llama y el rescoldo”).

"La soprano Julie Fuchs acabó por construir una Susanna modélica, de seducción inocente, viveza y con una depurada línea de canto"

También funcionan algunas coreografías sutiles de los personajes que trasladan la idea de ser marionetas de sus emociones, así como las primeras apariciones del Cupido, aunque su reiteración acaba por no aportar más que pirotecnia visual y alguna complicación para los cantantes. El espacio escénico, una indefinida estancia de paso de un palacete que anticipa decrepitud con escalinatas y puertas practicables, también se antoja sugerente durante los compases iniciales del primer acto y algunas escenas del tercero, pero queda extremadamente corto de lirismo en el último acto, donde Mozart se esfuerza con todo su ingenio en dibujar una noche en un jardín que no sucede nunca en escena. En definitiva, el montaje ofrece algunos momentos visuales con regusto a Ibsen, pero peca de inocencia y buena parte de su carga metafórica se desbarata mediada la obra.

El reparto, sin relumbrón, consiguió hacer caminar la ópera con perfiles bien distintos. La soprano Julie Fuchs pareció tener dificultades de volumen en sus primeras intervenciones, pero acabó por construir una Susanna modélica, de seducción inocente, viveza y con una depurada línea de canto. Las complicaciones para abordar cierta zona del registro, graves incluidos, quedaron perfectamente diluidas gracias a su aplomo escénico. Muy buenas interpretaciones por parte de André Schuen, un Conde de emisión cuidada, y de María José Moreno, la Condesa, cuyo “Dove sono” resultó lo más conmovedor de la noche. Menos suerte tuvo Vito Priante como Figaro, con poco brillo en parte por un montaje que no favorecía a su personaje. Cherubino (Rachael Wilson) cantó con mucho cuerpo y buena proyección, aunque se hubiera agradecido algo de esa ambigüedad tan peculiar que Mozart coloca en su partitura. Notable el resto del reparto y buenas aportaciones del coro.

La Orquesta Titular del Teatro Real usó algunos instrumentos originales (como trompas y trompetas naturales) y refuerzos especializados, lo que la llevó a reducir acertadamente sus dimensiones, algo que le permitía mayor nervio y vivacidad. Ivor Bolton manejó con corrección los concertantes pero quedó algo parco de dramatismo en algunos momentos, como en el “Contessa perdono” final, que ha de interpretarse con tanta fragilidad como hondura y mayor espacio para respirar. En cualquier caso, la partitura de las Bodas es tan magnífica que no precisa de la excelencia para trascender y proporcionar sonrisa y melancolía.  * Mario MUÑOZ, corresponsal en Madrid de ÓPERA ACTUAL