‘Norma’ clásica a la altura de un gran teatro

Sevilla

13 / 11 / 2023 - Juan José ROLDÁN - Tiempo de lectura: 3 min

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norma sevilla Yolanda Auyanet (Norma) y Raffaella Lupinacci (Adalgisa) © Teatro de La Maestranza / Guillermo MENDO
norma sevilla Yolanda Auyanet como Norma y Francesco Demuro como Pollione © Teatro de La Maestranza / Guillermo MENDO
norma sevilla Una escena de la producción de Nicola Berloffa de 'Norma' © Teatro de La Maestranza / Guillermo MENDO

Teatro de La Maestranza

Norma: BELLINI

Yolanda Auyanet / Berna Perles, Raffaella Lupinacci / Andrea Niño, Francesco Demuro / Joseph Dhdah, Rubén Amoretti / Luis López Navarro, Mireia Pintó, Néstor Galván. Dirección musical: Yves Abel / Pedro Bartolomé. Dirección de escena: Nicola Berloffa. 12 y 17 de noviembre de 2023.

Incluso para los más recalcitrantes en el arte del bel canto, la Norma que estrenó el Teatro de La Maestranza estuvo a gran altura y debió constituir sin duda alguna motivo de admiración para cualquier amante de la música. Bellini representa, al contrario que sus coetáneos Rossini y Donizetti, el lado más trágico del belcantismo, siendo Norma la culminación de esta aseveración y la constatación sublime del uso inteligente de sus recursos dramáticos; la obra destaca por su pasión desenfrenada, incluso enfática en lo sentimental, con afectos que se traducen en líneas melódicas largas y rebosantes de romanticismo.

Para hacerle justicia hace falta, por lo tanto, una batuta bien educada en esa línea, y una heroína capaz de adaptarse a los muy difíciles contornos de su personaje, de abarcar una amplia gama de registros, dominar la voz en toda su amplitud y dotar a su caracterización de tanta profundidad dramática interna como brillo canoro externo, logrando armonizar su aspecto exterior con su espíritu interno.

"Yolanda Auyanet ofreció una Norma espléndida en todos los sentidos, no solo en la mítica "Casta Diva", sino en todos sus momentos estelares"

Ha pasado otras veces, que avisar del estado delicado de la voz protagonista, en este caso por un catarro de lenta recuperación, solo sirve para que el público más atención a la posible emisión nasal de la voz o encuentre dificultades de modulación, y, sin embargo, no acierte a descubrir defecto alguno. Y así volvió a ocurrir con la soprano canaria Yolanda Auyanet, que lejos de mostrar afección alguna, ofreció una Norma espléndida en todos los sentidos, no solo en la mítica «Casta Diva», basada en la exuberante riqueza cromática y melódica que atesora, sino en la cavatina que le sigue inmediatamente y que tantas veces se malogra por llegar justo después del esfuerzo que plantea la popular aria. Auyanet bordó todos sus momentos estelares, así hasta alcanzar un sublime «Ei tornerà» del segundo acto, que cantó henchida de sentimiento y con un inteligente sentido para la modulación, el buen gusto y la contención, no exenta de sincera emoción.

Pero fueron sin duda sus dúos con la Adalgisa que tan maravillosamente cantó Raffaella Lupinacci, y que abarcan largas secuencias desde la octava escena del primer acto, llena de ternura y compasión, hasta el esperanzador «Sì, fino all’ore estreme«. La mezzo italiana demostró su espléndida disposición para el bel canto, con una voz discretamente profunda y ligeramente aterciopelada, que entona de forma homogénea y muy controlada, capaz de emocionar también con su gestualidad teatral, que mima tanto como su bellísimo canto. Juntas derrocharon complicidad y sintonía, alcanzando los momentos más sublimes de la función.

El tercer vértice de este dramático trío amoroso lo compuso el tenor Francesco Demuro, quien demostró con su Polione un enorme compromiso musical y escénico; en magnífico estado tanto físico como vocal, encandiló ya desde su primera aparición, con una cavatina de refulgentes agudos, quizás algo bruscos en el cambio de registro, pero igualmente brillantes y sobrecogedores. Sus dúos con Norma y Adalgisa mantuvieron esa perfecta sintonía romántica y emocional que el libreto y su traducción musical demandan, consiguiendo una enorme convicción general. La del bajo barítono español Rubén Amoretti fue la participación más decepcionante, con una voz tremolante aunque de bello timbre, y una interpretación inexpresiva a nivel actoral. Por su parte, la mezzo catalana Mireia Pintó y el tenor tinerfeño Néstor Galván cumplieron con efectividad en sus breves intervenciones.

Capítulo aparte merece la experimentada batuta del canadiense Yves Abel, de la que se ha disfrutado ya anteriormente en este teatro, y que volvió a lucir una forma espléndida para sacar provecho de todo el arsenal emocional de la partitura, acompañando con respeto, pero sin indiferencia, apostando por su carácter enfático y su importante contribución al sentimiento y la emoción que expiden drama y música.

En el apartado escénico, la de Nicola Berloffa en una coproducción entre varios teatros pequeños pero muy representativos de Italia, que ha suscitado opiniones muy diversas y controvertidas allí donde se ha estrenado, por ambientar en pleno siglo XIX lo que en el libreto sucede en las guerras galorromanas. Personajes como las sacerdotisas pierden así justificación cuando se habla de pleno romanticismo político y cultural, sin embargo, la música resulta más convincente cuando se ubica en su preciso momento de composición y estilo. Suelen ser muchos los registas italianos que prefieren aprovechar este tipo de material en el que una tierra o un estado es invadido por otro para ambientar la música del ottocento en la más revolucionaria y convulsa etapa de la historia italiana, dándole de paso ese toque viscontiano tan característico que tanto gusta. Así, el suntuoso vestuario y el decadente decorado, dentro siempre de unas líneas muy clásicas y tradicionales y sin más alarde técnico que una cuidadísima y a ratos sugestiva iluminación, lograron sintonizar con un espectáculo digno de los teatros más reputados: la típica producción que nunca debe faltar en una programación lírica, alternando con otras más atrevidas y sofisticadas.

Merece destacarse, dentro del aparentemente rutinario movimiento escénico de masas y protagonistas, la capacidad de Berloffa para dotar de dinamismo las largas secuencias que imperan en la música de Bellini. Las únicas licencias inventivas permitidas fueron un supuesto cadáver druida al que Norma parece dedicar su Casta Diva, y la inteligente e interesante sustitución de la hoguera final por la venganza multitudinaria de un pueblo ávido de sangre, y que entronca no solamente con la convulsa unificación italiana sino con todos los execrables acontecimientos que se están sufriendo en pleno siglo XXI.  * Juan José ROLDÁN, colaborador de ÓPERA ACTUAL