CRÍTICAS
NACIONAL
Nieves y sueños románticos en el primer 'Winterreise' del Life Victoria
Barcelona
Festival Life Victoria
Recital de SAMUEL HASSELHORN
Winterreise, de Franz Schubert. Ammiel Bushakevitz, piano. Recinte Modernista de Sant Pau, 26 de octubre de 2020.
Nunca antes, en sus ocho años de historia, el festival de Lied Life Victoria había hecho un hueco en su programación para acoger el Winterreise. Esta —consciente— omisión dice mucho de un proyecto que ha reivindicado la amplitud del repertorio recuperando autores y piezas que se suelen asociar con la periferia o los márgenes del canon. Los clásicos, empero, lo son porque no acusan el cansancio en la carrera de años y años de programaciones y reprogramaciones. La obra culmen de Franz Schubert se ha ganado a pulso el calificativo de clásico, y su infiltración en la curtida propuesta liederística del Life Victoria no podía tardar. El pasado lunes, El viaje de invierno volvió a sonar en Barcelona, de las manos y la voz del pianista Ammiel Bushakevitz y el barítono Samuel Hasselhorn, y lo hizo en la sede del Festival en el Recinto Modernista de Sant Pau.
La intimidad de la sala Domènech i Muntaner casa felizmente con una acústica que aventaja con diferencia la de otras salas barcelonesas donde se acostumbra a programar Lied. La canción, despojada delante de un público reducido por las medidas de prevención de la Covid-19, quedó maravillosamente atrapada entre las paredes de este tesoro del modernismo catalán. Fue posible así —y aunque, también por razones sanitarias, la puerta de la sala permaneció abierta durante toda la velada dejando entrar el ruido de la calle—, una suerte de comunión espiritual que el propio género del Lied ha acabado por representar. Se exige de la canción, y todavía más del ciclo, y aún más sin duda del propio Winterreise, que opere esa comunión, trabajando así en un plano mucho más elevado del que se le supusiera, en su día, en el marco originario del salón Biedermeier. Asistir a un concierto de Lied es, en cierta medida, participar de la consagración de una intimidad que se ha decidido entender como que trasciende la cotidianeidad.
Cabe decir, sin embargo, que el ciclo más conocido de Schubert se desmarca por sí solo, sin ayuda de ninguna ceremonia, de cualquier trivialidad. La obra, compuesta y publicada en los últimos años del compositor (1827-28), propone efectivamente un viaje espiritual a través de los versos de Wilhelm Müller, poeta contemporáneo del autor que ya le había servido las palabras del ciclo Die schöne Müllerin. Sería erróneo, o en cualquier caso nada fructífero, intentar descubrir en El viaje de invierno schubertiano un desplazamiento real o una geografía; hay sin duda un camino del alma que se busca, se analiza, se compadece y finalmente se observa a sí misma en un lento y difuso perecer. Schubert coloca las palabras de Müller sobre un paisaje sonoro que ha acabado por definir toda una semiología musical: atrevimiento y consistencia armónica van de la mano para caracterizar a la perfección cada giro, cada imagen producida por el romanticismo casi escolástico de Müller. La voz itinerante, que asume con estoicidad 24 auténticos desgarros del espíritu, parece que por momentos hasta se burle, con su paso frenético del modo menor al mayor, y viceversa, de su propia pena.
Por todo ello transitó sin problemas un gran Samuel Hasselhorn, que defendió el sujeto schubertiano con una solvencia dramatúrgica extraordinaria. Lo mantuvo a flote, en efecto, trazando todo el arco del ciclo sin mostrar el más mínimo síntoma de cansancio; apoyándose en el sabio discurso pianístico de Ammiel Bushakevitz, Hasselhorn brilló tanto en la voz de pecho como en el falsete. La pareja ofreció una versión depurada y consciente, pero sobre todo atrevida del Winterreise, explotando un gran rango dinámico dentro de cada Lied, lo cual no es fácil de defender con seriedad. La misteriosa visión final, «Der Leiermann», llegó a buen tiempo con el escalofrío habitual de no saber quién será ese extraño intérprete de zanfona que mora entre el yo y el otro, entre el propio sujeto protagonista y un eventual interlocutor; una sirena de ambulancia, a lo lejos, devolvió el público a la tierra, algo inoportuna después de un grave, intenso e invernal viaje.