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Mermelada y hierba fresca para revivir Onegin
Berlín
Komische Oper Berlin
Chaikovsky: EVGENI ONEGIN
Günter Papendell, Ruzan Mantashyan, Deniz Uzun, Ales Briscein, Tijl Faveyts. Dirección musical: Ainars Rubikis. Dirección de escena: Barrie Kosky. 19 de febrero de 2022.
En la historia de la ópera hay acontecimientos singulares, encuentros felices entre genios artísticos que generan obras de una redondez casi imposible. Es el caso, sin duda, de Evgeni Onegin, fruto del acercamiento de Piotr Ilich Chaikovsky a la obra homónima del padre de la literatura rusa decimonónica, Alexander Pushkin. La redondez del Onegin volvió el pasado sábado a las tablas de la Komische Oper Berlin, en una reposición de la producción de Barrie Kosky estrenada en 2016.
Para empezar, cabe decir que la Komische ofrece el marco ideal para una ópera de las características del Onegin: un foso y un escenario lo suficientemente espaciosos como para acoger sin problemas la orquesta y el coro —ambos superpoblados—, en una sala, sin embargo, relativamente pequeña, que permite un acceso diferente a las voces y la gestualidad de los cantantes-intérpretes. La intimidad casi naive de las escenas clave de la ópera, que normalmente, a parte de tener que pasar una orquesta sinfónica entera, choca contra la distancia inevitable con el público, encuentra en este teatro un marco inigualable.
Mucho se ha dicho que el Onegin se representa solo, que su texto, su factura lírica es de una calidad tal que casi no necesita dirección. Hay algo de verdad en esta afirmación, por lo demás superflua. Cualquier aventura operística requiere una puesta de escena inteligente, esto está claro; pero también está claro que hay que dejar brillar el texto del Onegin, cuidadosamente fiel al original de Pushkin, por si solo. Esta coyuntura convierte la ópera de Chaikovsky en el material perfecto para la artesanía de Barrie Kosky. Como siempre, su dirección orbita alrededor de un par de elementos escenográficos: en este caso, un gran tapiz de hierba artificial, a modo de claro en el bosque, y unos omnipresentes potes de mermelada cargados de simbolismo, que el propio Chaikosvky, por cierto, menciona en el libreto original. Pero la intervención del director no va más allá del preciosismo de la escena. Estéticamente muy próxima al Tolstoi de la BBC (la serie War and Peace es sospechosamente contemporánea a la producción), la suya es una apuesta naturalista, sin sorpresas. Kosky deja hablar a Pushkin entre la música maravillosa de Chaikovsky, y esta decisión dramatúrgica es lo más acertado de su Onegin.
Y es que el cóctel es verdaderamente único: la palabra de Pushkin encuentra en Chaikovsky un dramaturgo excelente, que sabe calibrar los roles a la perfección y exige voces solventes para todos ellos. La producción de la Komische aprueba también con nota en este sentido. La joven soprano Ruzan Mantashyan fue una Tatjana decidida, segura y precisa, así como su consorte Günter Papendell, a cargo de un Onegin de timbre concentrado, consolidado a lo largo de los años. No estuvo tan firme el famoso Lensky, que asumió con ímpetu el tenor Ales Briscein; su aria culminante resultó un tanto forzada. Mención especial al bajo Tjil Faveyts, quien bordó su única intervención al inicio del segundo acto, tan fugaz como imprescindible a nivel dramatúrgico.
Algo a destacar del Onegin de Chaikovsky es efectivamente el reparto equilibrado de protagonismos, que lo separa del original de Pushkin, más claramente centrado en el dandy en cuestión. De hecho, en la versión operística de la obra Tatjana se convierte en la verdadera protagonista del drama. Kosky se da cuenta de ello, y deposita en este personaje toda su maestría como director. En este sentido es imprescindible mencionar la extraordinaria escena de la carta en el primer acto. Ruzan Mantashyan, en una interpretación estelar, canta la parte final del aria de espaldas al público, relegando así toda la responsabilidad expresiva a sus brazos, que jugaban nerviosamente el uno con el otro en un gesto puramente humano, conocido de todos. La dirección de Kosky es brillante porque, a través de pequeños detalles, consigue destilar lo puro, lo entrañable del Onegin; aquello que lo sitúa al origen del gusto, tan ruso y tan obviamente universal a la vez, por el amor y el desamor. * Lluc SOLÉS, corresponsal internacional de ÓPERA ACTUAL
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