CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Martinů da voz a la tragedia continua de los refugiados
Salzburgo
Festival de Salzburgo
Martinů: THE GREEK PASSION
Nueva producción
Gábor Bretz, Sebastian Kohlhepp, Sara Jakubiak, Charles Workman, Christina Gansch. Dirección musical: Maxime Pascal. Dirección de escena: Simon Stone. Felsenreitschule, 18 de agosto de 2023.
Uno de los hilos conductores del mandato de Markus Hinterhäuser como responsable artístico del Festival de Salzburgo ha sido la reivindicación de grandes títulos del repertorio operístico del siglo XX que, por motivos diversos, no han tenido la difusión que merecerían. Un caso evidente es The Greek Passion de Bohuslav Martinů, un título nunca antes representado en el certamen austriaco y que, por desgracia, mantiene vigente todo su mensaje de denuncia.
No es extraño que el compositor checo, el mismo protagonista de diversos exilios, se sintiera atraído por la novela de Nikos Kazantzakis Cristo de nuevo crucificado, realizando él mismo el libreto. Un pueblo que prepara la representación de la Pasión para la próxima Pascua da la espalda a los habitantes de otro pueblo que huyen de la devastación provocada por los turcos. Poco importa que compartan lengua y religión, y de poco sirve que algunos, en especial Manolios, el encargado de encarnar a Jesús, muestren compasión hacia los recién llegados. La historia acaba en tragedia, como el título de la novela ya indica.
Salzburgo optó por la segunda versión de la partitura, más concentrada y con menos partes dialogadas, que Martinů estrenó en Zürich en 1961, cambiando, no obstante, el texto alemán por el original en inglés que el compositor había escrito con anterioridad. La partitura es un crisol fascinante de elementos: himnos litúrgicos de influencia bizantina, tonos arcaizantes, danzas populares, giros neoclásicos de raigambre stravinskiana, un lirismo sincero que nada tiene de sentimentalismo pseudoromántico, una pulsión rítmica implacable, destellos de astringencia modernista; todo ello aderezado con un color orquestal sorprendente en más de una ocasión.
El primer elemento del éxito del montaje estuvo, por tanto, en el foso, personificado en el director francés Maxime Pascal. Especializado en el repertorio de los siglos XX y XXI, Pascal cohesionó los elementos en apariencia dispersos de la partitura en una versión que, sin renunciar a los contrastes potentes, mantuvo en todo momento la tensión dramática de la obra. Su gesto amplio y preciso consiguió una respuesta bien cohesionada de una Filarmónica de Viena con solistas de gran mérito (el corno inglés). Tanto o más relevante, incluso, fue la prestación fenomenal de la gran masa de la Sociedad de Conciertos del Coro de la Ópera Estatal de Viena junto con el Coro de Niños del Festival y el Teatro de Salzburgo, que consiguió un grado extremo de unción en la plegaria conclusiva en la que, tras la muerte de Manolios, por primera y última vez las dos comunidades cantan juntas.
Un detalle en apariencia solo práctico dice mucho de la simplicidad aparente, pero cargada de sentido, de la puesta en escena de Simon Stone. Los habitantes del pueblo se dedican una y otra vez a limpiar el suelo del escenario de todos los elementos que van cayendo durante la representación, sea confeti, líquidos, pero también los haberes de los refugiados. Una obsesión por la pureza que retrata una actitud intolerante hacia el otro. Stone muestra en seguida sus cartas, ya que la comunidad viste de forma monocolor (diseños de Mel Page), un gris claro a juego con los paneles del decorado de Lizzie Clachan que cubren los arcos de la Felsenreitschule, un espacio vacío en el que diversos practicables en el suelo y el muro permiten introducir elementos diversos (incluidos un burrito y dos cabras).
La llegada de los refugiados a esta sociedad uniforme es todo un shock, una masa humana de vestuario multicolor, cargando sus tiendas, sus escasas pertenencias, llevando aún los chalecos salvavidas. La dirección de Stone consigue mover con suficiente agilidad las escenas de conjunto sin olvidar a los protagonistas, como las pesadillas y tentaciones de Manolios, bien realzadas por la iluminación de Nick Schlieper.
A medida que los encargados de encarnar a Jesús, los apóstoles y María Magdalena se acercan a los refugiados, su vestuario va ganando color, mientras que Manolios se identifica cada vez más con Cristo. La tensión se intensifica cuando el sector más recalcitrante del pueblo pinta en el muro un amenazador “Refugees out”, preludio a la tragedia que acabará con la muerte brutal de Manolios. El rojo de su sangre es el color que ahora domina en el escenario mientras los refugiados retoman el camino bajo una música consoladora que confía en un futuro mejor. Se podría acusar a Stone de simplificador, pese a que evita la caricatura de los personajes más intolerantes, pero la combinación de la minuciosa puesta en escena con la fuerza de la lectura musical crean un efecto emocional indudable, y más en un momento en que aun decenas de refugiados que huyen del hambre y la guerra mueren en el mar ante la inacción de los poderes que tienen capacidad de hacer algo.
El extenso reparto fue prácticamente irreprochable, empezando por el Manolios de Sebastian Kohlhepp, tenor lírico de timbre luminoso y fraseo comedido que hizo tan creíbles las dudas iniciales del personaje como el fervor final. Gábor Bretz fue un Padre Grigoris de solemnidad transformada en inflexibilidad, traducida en feroces admoniciones, mientras que Sara Jakubiak como la promiscua Katerina desplegó un timbre carnoso y un fraseo amplio para un personaje que también experimenta una gran transformación. Su voz contrastaba acertadamente con el instrumento más claro de Christina Gansch como Lenio, la prometida de Manolios, pese a que al final se casa con Nikolio, un ajustado Aljoscha Lennert, a la vez que Charles Workman hizo toda una creación de Yannakos, un personaje menos simple de lo que parece. Julian Hubbard fue un agresivo Panais (un Judas que aquí emplea el cuchillo) y diversos miembros del Young Singers Program del festival, como Matteo Ivan Rašić, Alejandro Baliñas Vieites y Teona Todua hicieron aportaciones destacables. Entre los refugiados descolló Łukasz Goliński como Padre Fotis, tan sereno como carismático al liderar a su gente, mientras que Scott Wilde aprovecho el lucimiento del pasaje en que un Anciano pide ser enterrado en los cimientos del que espera sea su nuevo pueblo.
Al lado de los grandes títulos del repertorio, con nombres consolidados o diversas estrellas al frente, que consiguen agotar las entradas antes del inicio del festival, The Greek Passion era la producción “complicada” a efectos de taquilla. En esta segunda representación que reseñamos, el boca a boca tras el estreno tuvo efectos fulminantes y los carteles de “Suche Karte” (se busca entrada) eran habituales a la puerta de la Felsenreitschule. Los que pudieron acceder asistieron a una experiencia operística de primer orden. * Xavier CESTER, corresponsal en Salzburgo de ÓPERA ACTUAL
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