CRÍTICAS
NACIONAL
Madrid: Tiempos verdianos y políticos
Teatro Real
Verdi: DON CARLO
Nueva producción
Marcelo Puente, Luca Salsi, Maria Agresta, Ekaterina Semenchuk, Dmitry Belosselskly, Mika Kares, Fernando Radó, Natalia Labourdette, Leonor Bonilla, Moisés Marín. Dirección: Nicola Luisotti. Dirección de escena: David McVicar. Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real. 18 de septiembre de 2019.
Abrir temporada con Don Carlo es una decisión valiente. Más aún cuando a la función asisten los Reyes de España, enfrentados a una visión trágica de uno de los grandes titulares de su Corona. La función del día 19, que inauguraba el curso del coliseo madrileño, cumplió casi todas las expectativas. En el apartado vocal, el tenor Marcelo Puente se encargó del papel ingrato del protagonista. Con poco leños, que empezó con falta de fluidez, pero que fue ganando enteros a medida que transcurría la función y fue adquiriendo aplomo y soltura.
Le dio la réplica, como el Marqués de Posa, el barítono Luca Salsi, demasiado convencional en la actuación, pero con un hermoso instrumento, dúctil, luminoso y un legato perfecto, imprescindible para un papel tan lírico como este. Maria Agresta fue una Isabel de Valois sobria, nada melodramática, que se enfrentó con valentía a las dificultades de “Tu che le vanità” y acabó limpiamente con su dúo exquisito, planteado en medias voces, con el desgraciado infante. Katerina Semenchuk planteó una caprichosa y virtuosística “Canción del velo”, desplegó toda su energía canora en su gran aria y alcanzó la máxima intensidad en el trío del tercer acto. El Felipe II del bajo Dmitry Belosselskly tuvo todo el empaque y el dramatismo necesario, con una voz de gran volumen, muy bien centrada y manejada. Mika Kares estuvo magnífico en su siniestro papel de Gran Inquisidor, aunque la orquesta le cubriera la voz en alguna ocasión. Muy bien, y simpático, el Teobaldo de Natalia Labourdette y preciosa la aportación de Leonor Bonilla en su breve pero crucial intervención como la Voz del cielo. Fernando Radó dio vida al monje o fantasma de Carlos V con solvencia y sensibilidad.
La puesta en escena de David McVicar, habitual del Real en esta etapa, prescindió de cualquier ornamentación y casi todo elemento superfluo salvo el espléndido vestuario. Redujo todo a una aburrida escenografía de ladrillos grises, más o menos móvil y con bastantes trampas para los cantantes que tropezaron en ellos en varias ocasiones. Se trataba, por lo visto, de transmitir la sensación de agobio de unos personajes atrapados en sus pasiones políticas y eróticas. De esto último hubo poco, la verdad.
La Orquesta y el Coro del Teatro mostraron un nivel de primera categoría en una obra exigente como pocas. Al mando estuvo un enérgico y brillante Nicola Luisotti, que sabe articular la gran serie de escenas en un discurso musical y dramático excepcional. Su utilizó la versión en italiano de Módena, que conserva el acto de Fontainebleau.
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