CRÍTICAS
NACIONAL
Madrid: Luces y sombras en el Real
Teatro Real
Verdi: DON CARLO
Alfred Kim, Roberta Mantegna, Juan Jesús Rodríguez, Dmitri Ulyanov, Ketevan Kemoklidze, Mika Kares. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Dirección: Diego García Rodríguez. Dirección de escena: David McVicar. 29 de septiembre de 2019.
El tercer reparto de este Don Carlo inaugural partía de la premisa del equilibrio conseguido en gran medida a pesar de algunas luces y sombras. Para empezar, lo más destacable fue el Marqués de Posa de Juan Jesús Rodríguez; en un espléndido estado de forma, con conocimiento del género y colocación canora perfecta, dibujó un leal Rodrigo al que supo extender con matices hasta la escena de su muerte. Su timbre se mantiene bello y no descontrola con la potencia. Se conocen las dificultades de agenda de los cantantes y las necesidades múltiples de la realidad musical del Real, pero dos únicas funciones para un Posa de esta entidad son francamente pocas.
También a un gran nivel, con una propuesta muy personal, estuvo el bajo Dmitri Ulyanov como Filippo II; está especializado en el rol y acopló su principal debilidad (la lenta preparación a la zona aguda de su registro) al contorno dramático del personaje, convenciendo en una de las arias verdianas más bellas y complicadas, “Ella giammai m’amò”. La Elisabetta de Roberta Mantegna tuvo algunas buenas cosas, como su línea de canto, cuidada y dúctil, y la uniformidad de color, aunque anduvo sobrada de fragilidad y escasa de volumen. Solvente y algo uniforme la Éboli de Ketevan Kemoklidze; un punto más de rabia en “O don fatale” se hubiera agradecido. El Don Carlo de Alfred Kim resultó muy monolítico, confundiendo potencia con línea de canto y abriendo en exceso en la zona aguda; mostró un esfuerzo claro para abordar un personaje de corte tan lírico, pero aún le falta aterciopelar la emisión y un mayor control para convencer en este papel.
Capítulo aparte merece la sorprendente apuesta musical de Diego García Rodríguez, que se ocupaba de la dirección musical en dos de las catorce funciones de Don Carlo. Cuando lo sencillo (y a lo que la orquesta ha dedicado más ensayos) era optar por, llamémoslo así, un sonido Luisotti (cantabilidad sin excesos, control de volumen, ajuste de dinámicas…), el maestro gallego rompió y lo cambió casi todo. Con una versión notablemente más lenta, casi desmenuzada, propuso un discurso menos continuo, repleto de aristas y recreándose en la pintura sonora que genialmente plantea Verdi. Así, el enfado de Felipe II con Posa (“¡La pace dei sepolcri!”) o el acompañamiento musical al Santo Inquisidor tuvieron oscuridad a raudales. Se corrió el riesgo con tanta morosidad de dejar caer la partitura en algunos momentos, pero ese riesgo tuvo su recompensa con una visión mucho más turbia de lo esperada. La orquesta y coro dieron una respuesta de altura.