CRÍTICAS
NACIONAL
Madrid: Händel y las cloacas de la política
Teatro Real
Händel: AGRIPPINA
Versión de concierto
Joyce DiDonato, Elsa Benoit, Renato Dolcini, Xavier Sabata, Franco Fagioli, Andrea Mastroni, Carlo Vistoli, Biagio Pizzuti. Il Pomo d’Oro. Dirección: Maxim Emelyanychev. 16 de mayo de 2019.
Agrippina es una ópera de juventud de Händel compuesta en Italia, muy vivaldiana y que se burla de las intrigas y las bajezas políticas y morales de la corte pontificia en una metáfora que retrotrae a la Roma Imperial. Sí, porque lo que algunos creen propio de la actualidad viene de muy lejos. El genio de Händel consistió en convertir un libreto ingenioso en una exposición divertida, y en ocasiones conmovedora, de pasiones eternas.
Del reparto inicialmente anunciado, para esta versión en concierto, cayeron algunos nombres importantes, aunque fueron sustituidos con solvencia. En el papel protagonista destacó la gran Joyce DiDonato. La voz, es cierto, ya adolece de ciertas durezas y no corría con la soltura y la fluidez de otras ocasiones, pero, aun así, demostró que sigue siendo un prodigio en cuanto a proyección, dramatismo y facilidad en las agilidades. La mezzo se divirtió sobreactuando, hasta el punto de adelantarse en alguna entrada, fallo que solventó con clase de gran diva, a mayor diversión del público.
En el papel de Poppea, entre la ambición y la ingenuidad, destacó la joven Elisa Benoit, de voz un poco corta, pero exquisita, con una línea de canto muy pura y hermosos detalles en los que conjugó expresividad y sofisticación técnica. El contratenor Franco Fagioli, uno de los triunfadores de la velada, supo utilizar su extraordinario virtuosismo para plantar un Nerone infantiloide, entre el cinismo y la estupidez. Para Ottone, el papel más atormentado de la obra, Xavier Sabata lució un instrumento espléndido de timbre y de expresividad, sobre todo en la media voz: gran despliegue de musicalidad. El también contratenor Carlo Vistoli lució una voz menos humana, pero bien colocada, fina y matizada. Le dio la réplica el excelente bajo Andrea Mastroni, con voz sobrada. El barítono Biagio Pizzuti creó un Lesbo de abyecto servilismo, mientras el bajo-barítono Renato Dolcini sacó adelante, con inteligencia aunque sin gran belleza tímbrica, el ingrato papel del emperador Claudio.
Il Pomo d’Oro, orquesta especializada en ópera barroca, devolvió todo su esplendor a una partitura repleta de matices y dinamismo. El conjunto de las cuerdas es de una extraordinaria homogeneidad, y resulta de primera fila el continuo. Destacó el oboe solista. Al frente del conjunto estuvo el joven director y clavecinista ruso Maxim Emelyanychev. De gran expresividad, buscando sin complejos el contraste y la brillantez, a veces resulta demasiado efectista, aparte de dejar en el camino algunos desajustes. No importó, al quedar tan bien reflejadas la acidez y la humanidad de esta obra maestra. Excelente el ensayo del programa firmado por José Máximo Leza.
La obra iba de giura por varias ciudades europeas y dos días más tarde recaló en Barcelona. En el Liceu, en cambio, no hubo programa de mano, solo una pequeña guía de audición con el reparto y algún detalle más. El único cambio respecto de la función madrileña fue la incorporación como un correcto Claudio de Luca Pisaroni, quien en Madrid canceló por enfermedad.
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