CRÍTICAS
NACIONAL
Madrid: El Real, a los pies de Yoncheva
Teatro Real
Recital Sonya YONCHEVA
Obras de Giuseppe Verdi, Ruggero Leoncavallo, Gilda Ruta, Paolo Tosti, Giuseppe Martucci, Pier Adolfo Tirindelli, Giacomo Puccini. Piano: Antoine Palloc. 7 de julio de 2019.
La soprano búlgara Sonya Yoncheva conoce bien el Teatro Real, tal y como ella misma recordó en un castellano perfecto al evocar una función de Don Pasquale de 2009, encuadrada en un proyecto de ópera para niños y jóvenes. Luego cantó en este escenario la Poppea monteverdiana y la Juliette de Gounod. Quizás por eso, y por estar embarazada de siete u ocho meses –además de espléndidamente guapa–, mostró tanta simpatía y derrochó tal humanidad y tanta felicidad en su primer recital en solitario.
La primera parte estuvo compuesta de unas canciones atractivas, fáciles y un poco melancólicas de Verdi hasta que se llegó a la romanza “In solitaria stanza”, que es como un borrador de “Tacea la notte placida” de Il Trovatore –ópera que se está representando en estos días en el mismo escenario–, cuando la voz pudo empezar a lucirse en toda su amplitud, su belleza tímbrica y su esmalte. Inmediatamente, Yoncheva atacó L’esule, una escena con un recitativo casi concertante, un andante que es un aria con una auténtica cabaletta, culminada con brillantez y valentía. Se había vuelto al terreno de la ópera, que parece el más lógico para una cantante de la categoría de Yoncheva.
No fue así, sin embargo, y en la segunda parte ofreció una selección de canciones unidas por un común motivo lírico y amoroso, que la soprano bordó con un fabuloso despliegue de medios –medias voces, pianísimos, filados–, un fraseo impecable y una luminosidad radiante en el instrumento. Con el buen gusto, además, de no ahogar piezas modestas en su origen y en su ambición, como quedó demostrado en la perfecta rendición de “Ideale” de Tosti y en la tan encantadora y amable como poco conocida “Amore, amor!” de Tirindelli, cantada sin pretensiones y con la sonrisa en los labios y en los gestos. Llegó luego Puccini y, como en la primera parte, el recital terminó con un nuevo esbozo o borrador, esta vez del vals de Musetta, cantado con aplomo y seguridad.
El público, que no llenó la sala, aplaudió y braveó con entusiasmo cada una de las canciones, en particular las más operísticas. La artista respondió con cuatro propinas, un “O mio babbino caro” cantado sin esforzarse demasiado –con uno de sus hijos, pequeño, en un palco de proscenio–, la Habanera de Carmen, expuesta con exuberancia y completa desinhibición, un muy fino “Donde lieta uscì” de La Bohème y un exquisito “Adieu, notre petite table”, de la Manon massenetiana, que sirvió de despedida, o más bien de “hasta luego”, como dijo ella misma: hasta Il Pirata que interpretará en este mismo escenario la temporada que viene. Acompañó con solvencia y carácter el pianista francés Antoine Palloc.
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