CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Lorenzo Viotti debuta en el repertorio wagneriano con 'Lohengrin'
Ámsterdam
Dutch National Opera
Wagner: LOHENGRIN
Nueva producción
Daniel Behle, Malin Byström, Thomas Johannes Mayer, Martina Serafin, Anthony Robin Schneider. Dirección musical: Lorenzo Viotti. Dirección de escena: Christof Loy. 11 de noviembre de 2023.
Uno de los alicientes de la nueva producción de Lohengrin de la Nationale Opera de Ámsterdam era el debut de Lorenzo Viotti en el repertorio wagneriano. Figura ascendente de la dirección de orquesta, el titular del teatro y de la Filarmónica de Holanda (en el foso, la compañía emplea diversos conjuntos durante su temporada) firmó un trabajo en general más que notable, ya desde un preludio tan transparente como luminoso que ponía de relieve el buen nivel de la formación neerlandesa. Viotti supo construir bien trabadas progresiones en las grandes piezas de conjunto, pero su Wagner se caracterizó más por sus perfiles redondeados que por su fuerza dramática. El segundo acto fue el que más se resintió de esta óptica sin aristas, ya desde una introducción preciosista, sin la ominosa amenaza que le debería caracterizar, y en demasiados pasajes con tiempos sosegados que lindaban peligrosamente con la apatía. Pese a la aparente brillantez, fue un Wagner blando, compensado en parte por la excelente labor orquestal y el magnífico trabajo del coro, uno de los puntales de la compañía. Puntuales precipitaciones, comprensibles en una función de estreno, fueron resueltas con mano firme por Viotti, quien también demostró estar atento a las necesidades de sus solistas.
El elemento descollante de un reparto sólido fue el Lohengrin de Daniel Behle, tenor cuya amplia experiencia mozartiana se deja notar, para bien, en su visión del caballero del cisne. Con una voz lírica y sedosa, Behle desplegó un fraseo de una elegancia extrema, rico en esfumaturas y delicadezas expresivas. Su aparición ya fue un momento mágico, con un canto en pianísimo (bien correspondido por un susurrante coro) que era la mejor traslación del carácter etéreo del personaje; Behle mantuvo hasta el final de la obra esta capacidad de modular el sonido, sin que por ello se resintieran los pasajes más enérgicos, en los que nunca buscó de forma forzada unos recursos dramáticos que no son los suyos. El tercer acto fue el punto culminante de esta magnífica interpretación, tanto en una narración del Grial perfectamente graduada al igual que lo fue el precedente dúo con Elsa. Este también fue el pasaje en que Malin Byström alcanzó las mayores cotas expresivas. La soprano sueca debutaba en el papel, circunstancia que explicaría algún momento dubitativo, pero su instrumento carnoso favorecía una interpretación menos frágil y más proactiva. El agudo se fue asentando durante la representación hasta culminar en un tercer acto en el que Byström puso toda la carne en el asador con resultados exaltantes.
Martina Serafin puso al servicio de la intrigante Ortrud un timbre metálico, de regusto ácido, que casaba con las explosiones furibundas del personaje, mientras que en las escenas con Telramund y Elsa la soprano austríaca suplo plegar su instrumento para verter de forma sinuosa todo el veneno. La voz de Thomas Johannes Mayer muestra ya ciertos signos de usura, lo cual no le impidió ser un Telramund vigoroso, aunque fácilmente manipulable, del que supo mostrar también destellos de nobleza. Si no la máxima autoridad, sí que el rey Heinricih de Anthony Robin Schneider tuvo la requerida solidez vocal, mientras que Björn Bürger supo aprovechar todas las oportunidades que ofrece el papel del Heraldo a un joven barítono.
El montaje de Christof Loy dejó una extraña sensación de propuesta a media cocción, en especial si se compara con otras producciones de un director en general estimulante. La dirección de actores, uno de los puntos fuertes del regista alemán, no fue en esta ocasión más allá de un trabajo aplicado, ya que no inspirado (curiosamente, el programa incluía un codirector, Georg Zlabinger). Loy explica sin grandes sobresaltos la historia del fracaso de una utopía, de la unión imposible de dos mundos irreconciliables, en el marco de un gran espacio fabril, de un gris depresivo (escenografía de Philipp Fürhofer), con un fondo de bosque invernal para la llegada y marcha del protagonista y un órgano para el segundo acto. Por su parte, el vestuario contemporáneo de Barbara Drosihn, con ribetes militares para el coro en el tercer acto, puso más en evidencia el uso anacrónico de espadas.
Quien sabe si para subrayar el parentesco de Lohengrin con la grand opéra francesa coetánea (algo que Wagner nunca admitiría), Loy recurre a un grupo de bailarines (coreografía de Klevis Elmazaj) para las transiciones de los actos segundo y tercero, así como para el preludio de este (con los recién casados y el coro entrando por la platea), con resultados inocuos, al contrario de la sugerente evocación de las alas del cisne. En general, Loy se limita a una narración tan caligráfica como previsible, iluminada solo por puntuales destellos, como el vídeo del preludio del primer acto, con el coro y los protagonistas expectantes mientras la música va creciendo en intensidad hasta que los personajes aparecen ante el público atravesando una cortina de plástico. El propio Lohengrin parece poco convencido de la viabilidad de su presencia hasta que el desenlace le da la razón, con un giro inesperado de guión: es el caballero, y no Elsa, el que acaba desplomado. Una idea intrigante, pero a esas alturas de la función, demasiado tarde y demasiado poco. * Xavier CESTER, crítico de ÓPERA ACTUAL
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