CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Los ‘Hugonotes’ de cámara de Pidò
Bruselas
Théâtre Royal de La Monnaie-De Munt
Meyerbeer: LES HUGUENOTS
Lenneke Ruiten, Karine Deshayes, Ambroisine Bré, Enea Scala, Nicolas Cavallier, Vittorio Prato, Yoan Dubruque, Alexander Vinogradov, Pierre Derhet, Valentin Thillo, Patrick Bolleire, Jean-Luc Ballestra, Blandine Coulon, Louise Foor, Margaux de Valensart, Luca Dall’Amico, Macime Melnik, Emmanuel Junk, Alain-Pierre Wingelinckx. Dirección musical: Evelino Pidò. Dirección de escena: Olivier Py. 26 de junio de 2022.
Once años después de su estreno La Monnaie-DeMunt ha vuelto a poner en escena la brillante producción de Les Huguenots que firmó, en su momento, un controversial Olivier Py. La grand opéra de Meyerbeer, aunque se hable de una renaissance del compositor, hoy sigue siendo raramente representada. A pesar de su dificultad de casting (necesita de seis grandes cantantes, aunque en el Met la llamaron la ópera de las siete stars) y del reto para la orquesta y el coro, constituye una de las obras indispensables de la historia por su maravilloso juego contrapuntístico, sus fantásticos momentos instrumentales y corales y el desarrollo vocal de los distintos personajes. Evelino Pidò dotó a la Orquesta de La Monnaie de una dirección de cuidado esmero, destacando todas las frases y juegos de la partitura, sin ningún exceso y más bien buscando un sonido camerístico. Su batuta, siempre elegante, fascinó también por su musicalidad intuitiva, que hizo de la monumental obra un auténtico deleite. Todo un acierto que la dirección de escena situara a la viola d’amore y al clarinete bajo en el escenario, desde la ventana de uno de los edificios de la escenografía.
Precisamente, el oro y el carbón se mezclaban en un mundo simbolista, místico y despiadado como suele firmar Olivier Py, un mundo teñido de claroscuros, una realidad histórica medio sucia y medio impura que se mezcla con las altas esferas del clero gobernante. Vértigo de las almas y vestigio del tiempo, Les Huguenots tira de los valores eternamente modernos, ofreciendo el tormento de un amor imposible, una injusticia absoluta en tiempos de herejía. En los conjuntos móviles de metal dorado, vemos la ciudad rodeada por una inmensa escalera de mármol negro, una espectacular construcción móvil de edificios y escaleras. Es un mundo sin luz solar que recuerda a La ronda nocturna de Rembrandt, el mundo apocalíptico de Adam Kiefer, al negro y al oro, pero también al cromatismo de La lección de anatomía del doctor Nicolaes Tulp, también de Rembrandt. Todo se mueve con notable densidad en el equilibrio del horror vaqui en unmecanismo que conduce a las peores atrocidades: la puesta en escena muestra hasta qué punto esta historia de intolerancia se repite y cómo la época de los Valois fue para Meyerbeer un espejo de su tiempo. La elección del vestuario y la legibilidad inmediata de los símbolos que denuncian la intolerancia religiosa también fueron convincentes.
Vocalmente imperó el buen hacer en unos roles que son terroríficamente difíciles y donde la mayoría del cast debutaba en el rol. El joven tenor italiano Enea Scala encarnó al hugonote Raoul de Nangis con más gallardía que sutilidad; su fraseo, más bien italianizante, le restó finesse a su aria de entrada “Plus blanche que la blanche hermine”, pero tuvo gran seguridad en la coloratura. Su registro agudo pecó de demasiado vibrato y con alguna nota atacada de manera difusa durante casi toda la obra. La mezzosoprano francesa Karine Deshayes dibujó una Valentine de gran calibre y, a pesar de alguna tirantez en el registro agudo, brilló en “Je suis seule”, también en el pre-verdiano dúo con Marcel, en una mayúscula interpretación del bajo ruso Alexander Vinogradov, quizá quien mayor ovación recogió después de Pidò.
El Nevers de Vittorio Prato respiró elegancia y nobleza en todo momento, como demanda el rol, y también brilló de manera especial por su cuidado fraseo y un timbre de sublime belleza. La Marguerite de Lenneke Ruiten despuntó por su centralidad voluptuosa y una impecable coloratura, aunque, ya se sabe, su registro agudo suele ser tirante, cosa que le restó rotundidad a una prestación notable. Por su parte, Ambroisine Bré dibujó un Urbain algo anodino que pecó de ciertas tiranteces en las notas más agudas. * Albert GARRIGA, crítico de ÓPERA ACTUAL
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