CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Dudamel en el trono de Garnier de la mano de Mozart
París
Opéra de Paris
Mozart: LE NOZZE DI FIGARO
Christopher Maltman, Maria Bengtsson, Ying Fang, Luca Pisaroni, Lea Desandre, Dorothea Röschmann, James Creswell, Christophe Mortagne, Kseniia Proshina, Marc Labonnette, Andrea Cueva Molnar, Ilanah Lobel-Torres. Dirección musical: Gustavo Dudamel. Dirección de escena: Netia Jones. Palais Garnier, 1 de febrero 2022.
El final del anuncio de mal augurio a telón bajado fue coronado con un gran aplauso: a causa de la Covid-19 dos cantantes debían ser remplazados, cuatro cantarían con mascarilla y dos roles secundarios serían interpretados por un mismo actor. Aunque la noche no empezaba bien el público agradeció de antemano que pudiera realizarse la velada. Gustavo Dudamel, buen conocedor de la ópera, arrancó la obertura con brío, ataques secos y percutientes, importante presencia del registro grave en una visión más pre-romántica que post-barroca. Prosiguió acompañando a los cantantes con gran respeto de las voces, supliendo con tacto y fineza alguna que otra deficiencia de tempo, de afinación o de volumen, debidas sin duda a los cambios de última hora.
Maria Bengtsson fue una Condesa de bella voz, amplio registro, timbre cálido y dominio global de su personaje. Paradójicamente le benefició en sus arias el uso de la mascarilla que, deformando su emisión en beneficio de los registros graves –por ley física, el dispositivo amortigua mayormente las frecuencias agudas–, dio una gravedad a su emisión que resaltó el carácter dramático de sus lamentos.
Poco sobresalió el Almaviva de Christopher Maltman; oculta su voz tras la mascarilla, no supo, no pudo o se le impidió aprovechar las grandes posibilidades dramáticas y vocales del personaje para realzar el trabajo del actor. Luca Pisaroni, vocalmente convincente en los pasajes en forte pero inaudible e/o incomprensible en el resto de las partes cantadas o habladas, hizo de Fígaro un joven simpático y burlón, agradable de seguir en sus pesquisas, sus dudas y su malicia. Ying Fang fue al principio una Susana de poca presencia en el escenario, para después ir afirmándose dramática y vocalmente acabando convenciendo. Pásese un tupido velo sobre la interpretación de Cherubino de Lea Desandre –en estas funciones hubo hasta cuatro intérpretes del papel–, de débil presencia escénica, inaudible en su primera intervención, y sin mayor percusión en la segunda.
Completaron el reparto Dorothea Röschmann –Marcellina–, James Creswell –Bartolo–, Christophe Mortagne –don Basilio y don Curzio–, Kseniia Proshina –Barbarina– y Marc Labonnette –Antonio, el jardinero– cuya entrada dio un momento de dinamismo a la noche.
Netia Jones se responsabilizó de la puesta en escena, la escenografía, el vestuario y el vídeo. No fue poco. Su escenografía subrayó con gran intensidad que el público se hallaba en un teatro. Situó los primeros actos en las habitaciones del Conde y la Condesa una a cada lado del escenario y la de los criados al centro. Desarrolló la acción en la central, de mejor visión para el público pero no siempre acorde con la trama. Abrió luego las compuertas para desarrollar el resto de la historia en toda la anchura del escenario. Trabajó sí en profundidad la idiosincrasia de sus personajes y en consecuencia tuvo que demandar a sus actores un esfuerzo dramático que, por las razones que fueren, no pudieron realizar en su totalidad. * Jaume ESTAPÀ, corresponsal en París de ÓPERA ACTUAL