Lavapiés imaginado

Sevilla

17 / 03 / 2021 - Juan José ROLDÁN - Tiempo de lectura: 4 min

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Barberillo Maestranza Borja Quiza fue un divertido Lamparilla © Teatro de La Maestranza / Guillermo MENDO
Barberillo Maestranza Quiza, junto a Maria Miró y Cristina Faus © Teatro de La Maestranza / Guillermo MENDO
barberillo Maestranza Una escena de la producción de Alfredo Sanzol, con coreografía de Antonio Ruiz © Teatro de La Maestranza / Guillermo MENDO

Teatro de La Maestranza

Barbieri: EL BARBERILLO DE LAVAPIÉS

Borja Quiza, Cristina Faus, Maria Miró, Javier Tomé, David Sánchez y Abel García. Coro del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección: José Miguel Pérez-Sierra. Dirección de escena: Alfredo Sanzol. 10 de marzo de 2021.

La zarzuela volvió al Maestranza tras dos años de ausencia, desde que en febrero de 2019 se programara una decepcionante Tabernera del puerto. Y lo hizo ahora con el título que tendría que haber protagonizado el género la pasada temporada en el coliseo sevillano si no fuera porque el confinamiento lo impidió justo cuando se disponía a subir el telón.

El Teatro de La Zarzuela vuelve un año más a estar detrás de la producción elegida para recalar en Sevilla. En muchos de estos títulos se ha percibido el afán del teatro madrileño por renovar el género y adaptarlo a la actualidad, tarea difícil en un alto porcentaje de casos, pero no en este. Porque El barberillo de Lavapiés es una delicia en lo musical y apenas exige algún que otro arreglo complementario y circunstancial para adaptarse a los gustos actuales. No obstante, de poco sirve un decorado minimalista, prácticamente ausente, consistente en enormes muros negros y movibles con la ayuda de los figurantes, en el que presuntamente el público ha de imaginar esas calles, rincones, plazas y sitios de Madrid a los que el libreto homenajea en cada pasaje y detalle.

"En los solistas se encontró desde una intrigante y segura de sí misma Paloma a la que Cristina Faus prestó una voz rutilante, profunda y perfectamente colocada, a la más recatada y cerebral Marquesita con la voz de María Miró"

Sí se recurre, en cambio, a una gestualidad, una declamación y unos movimientos escénicos anclados en la peor tradición de la escena española de hace un buen puñado de décadas. Con la única excepción de Borja Quiza, que da frescura y gracia a Lamparilla, ese gañán fanfarrón y pícaro tan típico de la iconografía castiza y que tan poco orgullo debería merecer al público de hoy, el resto del elenco evidenciaba esa declamación mecánica, plana y acartonada que caracterizaba antaño el arte de Aurora Bautista o de Amparito Rivelles. Mención aparte merecen los agarrotados movimientos de masa, solo aliviados por continuas carreras arriba y abajo de escasa enjundia cómica. Ni siquiera se puede resaltar el trabajo coreográfico de Antonio Ruz, que aunque aportaba vistosidad acaba siendo poco justificado y mal ensamblado. Menos mal que en el apartado musical la cosa cambió, desde la dirección briosa, de tempi rápidos y energía contagiosa de José Miguel Pérez-Sierra hasta el trabajo responsable y concienzudo del Coro del Maestranza, mejor en el apartado femenino que en el de los hombres, cuyos graves dejaron en alguna ocasión bastante que desear. En términos generales la interpretación musical de esta excelente pieza de Barbieri hizo justicia a su grandeza intemporal.

En los solistas se encontró desde una intrigante y segura de sí misma Paloma a la que Cristina Faus prestó una voz rutilante, profunda y perfectamente colocada, a la más recatada y cerebral Marquesita con la voz de Maria Miró, no muy natural pero de impecable fraseo y buen gusto ornamental, pasando por el carácter romántico que supo impregnar a su personaje Javier Tomé, con una línea de canto sensible y espontánea, y, por supuesto, ese valor seguro que es Borja Quiza, que aunque un poco sobreactuado supo meterse al público en el bolsillo y cantó su parte con tanta gracia como encanto, merced a una voz de suave timbre y sobrada proyección. El rossiniano dúo de amor de la Marquesita y Don Luis fue antológico, y el de Lamparilla y Paloma, resuelto a ritmo de vals, una delicia.