La nieve delicada y sensual de Abrahamsen

Múnich

24 / 12 / 2019 - Xavier CESTER - Tiempo de lectura: 4 min

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Dean Power y Barbara Hannigan, excelente protagonista © Bayerische Staatsoper / Wilfried HÖSL
Snow Queen Hannigan, al lado de Kevin Conners © Bayerische Staatsoper / Wilfried HÖSL
Un momento de la puesta en escena de Andreas Kriegenburg © Bayerische Staatsoper / Wilfried HÖSL

Bayerische Staatsoper

Abrahamsen: THE SNOW QUEEN

Nueva producción

Barbara Hannigan, Rachael Wilson, Katarina Dalayman, Peter Rose. Dirección: Cornelius Meister. Dirección de escena: Andreas Kriegenburg. Nationaltheater, 21 de diciembre de 2019.

Pocos compositores pueden experimentar el privilegio de vivir dos estrenos casi consecutivos de su primera ópera. Esto es lo que le ha sucedido a Hans Abrahamsen, quien estrenó en octubre pasado en Copenhague Snedronningen, la traducción inglesa de la cual, bajo el título The Snow Queen y en una producción diferente, ha sido llevada a escena por la Ópera Estatal de Baviera. Una de las razones de esta doble primicia es que Barbara Hannigan, musa del compositor danés que tanto ha contribuido a su tardío reconocimiento internacional con el ciclo vocal Let me tell you, no quería interpretar una obra en un idioma que no dominaba.

El libreto del propio Abrahamsen en colaboración con Henrik Engelbrecht (Amanda Holden firma la traducción) condensa de forma bastante fiel uno de los cuentos más singulares y extensos –siete historias en una– de Hans Christian Andersen. Estamos ante una historia de maduración, sobre el tránsito de la niñez a la edad adulta ejemplificado a través del arduo camino que debe seguir Gerda para recuperar a su querido amigo Kay, abducido por la Reina de las Nieves. Para un compositor nórdico cuyo catálogo incluye diversas obras relacionadas con la nieve, el cuento le permite desplegar una rica y variada paleta sonora, un lenguaje sensual e hipnótico, con pasajes deslumbrantes y grandes dosis de delicadeza. Algunos interludios orquestales recuerdan, por su fuerza cinética, al mejor John Adams (por ejemplo, el pasaje previo a la aparición de la Reina), mientras que en otras ocasiones la apariencia popular (la canción de Gerda sobre el espejo maléfico de un trol) esconde una complejísima superposición de ritmos regulares e irregulares que obligan a la intervención de un segundo director. De hecho, la superposición de estratos no coincidentes es uno de los recursos más sugerentes del compositor, creando progresiones irresistibles.

"Junto a los interludios orquestales, uno de los momentos más enfáticos de la ópera es el inicio del tercer acto, arranque del tramo final del periplo de Gerda, que tiene su contrapunto con el coro de ángeles protectores"

Una de las decisiones más sorprendentes de Abrahamsen ha sido encomendar el papel de la Reina a un bajo, siguiendo al parecer la sugerencia de Hannigan (que emparenta el personaje con el de Sarastro). En general, las líneas vocales son un elemento más, integrado en el magma orquestal, si bien van ganando en soltura a medida que avanza la obra, de forma más evidente en la evolución/maduración de Gerda. Hay también espacio para el canto más ornamental (los príncipes que encarnan con brillantez Caroline Wettergreen y Dean Power), para una elocución más ágil (los cuervos de unos impecables Kevin Conners y Owen Willetts) pero también para una consciente morosidad (las intervenciones del Reno). Junto a los interludios orquestales, uno de los momentos más enfáticos de la ópera es el inicio del tercer acto, arranque del tramo final del periplo de Gerda, que tiene su contrapunto con el coro de ángeles protectores. El reencuentro de los dos protagonistas enlaza sus voces de forma ensoñadora, a las cuales se suma el coro en un final balsámico, de una luminosidad cálida como el verano que se anuncia, culminación perfecta a una ópera de una belleza desarmante.

Desde el podio, Cornelius Meister no permitió que los elementos más cerebrales de una partitura de estructura milimétrica se interpusieran en la fuerza sugestiva de la música, sacando de paso un rendimiento de las fuerzas estables del teatro a la altura de su excelente nivel habitual. Gerda era, cómo no, Barbara Hannigan, tan ágil en lo vocal como en lo físico, una voz ingrávida y expresiva y una actriz con la gracilidad de una bailarina. El canto generoso de Rachael Wilson obró maravillas como Kay (un papel en travesti), mientras que Katarina Dalayman aportó un registro central consistente a las tres figuras protectoras (Abuela, Anciano, Mujer Finlandesa) y Peter Rose evitó todo exceso de truculencia como Reina, Reno y Reloj.

La producción de Andreas Kriegenburg plantea la cuestión de hasta dónde llega el margen interpretativo en una obra que empieza su camino. La monumental escenografía de Harald B. Thor sitúa al espectador en un sanatorio psiquiátrico, al cual acude Gerda para visitar a un Kay traumatizado, encerrado en sí mismo. Desdoblando a los protagonistas en tres (niño, joven y adulto), Gerda no sigue el camino del reencuentro físico, sino el emocional, de reconexión con su amado. Pasado y presente se entrelazan sin solución de continuidad con el sueño en un montaje que evacua los elementos mágicos del cuento para apostar por una bienvenida estilización que no olvida los elementos simbólicos de la trama: las rosas, las referencias animales y, sobre todo, la omnipresente nieve. Pero la causa del trauma de Kay, ¿no será la muerte de Gerda? Es una posibilidad, dado que su reencuentro se produce en una sala de autopsias, con el cuerpo de la chica sobre la mesa de disección. La música idílica del final no acaba de casar con la imagen de pacientes, médicos y sanitarios en alegre reunión, pero no hay duda que la producción ofrece preguntas sin respuesta, sí, pero también propuestas intrigantes. Será apasionante reencontrar The Snow Queen con otro montaje.