CRÍTICAS
NACIONAL
La fabulosa decadencia de 'Las golondrinas'
Madrid
Teatro de La Zarzuela
José María Usandizaga: LAS GOLONDRINAS
Raquel Lojendio, Ketevan Kemoklidze, Gerardo Bullón, Jorge Rodríguez-Norton y Javier Castañeda. Coro Titular del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: Juanjo Mena. Dirección de escena: Giancarlo del Monaco. 9 de noviembre de 2023.
Verista, fascinada por la bohemia del espectáculo y con un blanco y negro moral —como sus propios personajes—, volvió Las golondrinas al Teatro de La Zarzuela. Es un arte esto de reponer del fondo de catálogo de un teatro, porque hay que dejar tiempo suficiente para que la novedad sea novedad y no sature, pero no en exceso como para que se olvide. La obra de Usandizaga es un prodigio por muchas cosas, entre otras por una orquestación repleta de vistas a Europa y una trama que revisa lo que estaba en dos dimensiones para darle tres. Los protagonistas son los de la comedia dell’arte, con su Pierrot, su Colombina, su Pantaleón y tantos otros, esos tipos teatrales fijos que protagonizaron buena parte del siglo XVI y XVII. Pero en lugar de dejarlos como personajes recortables, con tramas repetidas que el público se sabe en todas direcciones, el libreto hace que intramuros florezca una selva de conflictos, tristeza, memoria traicionada e inocencia pervertida. Daniel Bianco, en resumen, se va del Teatro de La Zarzuela como se quiere ir, con el brillante montaje con el que llegó, dándole una socorrida circularidad a su mandato.
La dirección de escena, turbia, decadente y brillante a partes iguales, corre a cargo de Giancarlo del Monaco, con una escenografía de William Orlandi que saca petróleo del vacío escénico trasero del escenario de La Zarzuela y un vestuario de Jesús Ruiz que parece una línea más del libreto de puro dramatismo. Se coquetea con la gestualidad del cine mudo, con la tristeza del payaso y con la bohemia decadente para complementar una partitura que ya de por sí es verismo en vena. Como ya pasase hace algunos años, la escena de la pantomima volvió a ser el momento más brillante de todo el montaje. No es solo por el despliegue físico, sino por la potencia del símbolo. El color aparece casi por última vez y la rutina melancólica se vuelve sonrisa ante un público ficticio. Al acabar, el público real de La Zarzuela aplaude a los actores que actuaban frente a la nada, como si fuésemos los amigos invisibles de cada personaje derrotado. Luego la grisura vuelve a adueñarse del escenario.
Musicalmente hablando la partitura es de magnífica factura, refinada en sus sonoridades apátridas y evidenciando la tragedia de perder a Usandizaga tan joven. Juanjo Mena ofreció una lectura poética, que buscaba los colores y los matices, pero después de asegurarse transmitir el trasunto dramático. El interludio consiguió globalmente el nivel más alto de la ORCAM en foso en los últimos tiempos. Respecto al reparto, repetían algunos nombres como el de Raquel Lojendio, que firmó una actuación tal vez más madura que la de 2016, por un acercamiento actoral más natural al pájaro herido que es Lina y una sabiduría en la utilización de sus recursos sobresaliente. Fue creciendo desde su “Me dices que ya no me quieres” del primer acto a un tercero modélico. El Puck de Gerardo Bullón es excesivo, capaz de regodearse en su ruina, lo que se ajusta a la perfección a la obra. Lo acompañó de un registro homogéneo y mucho caudal. La Cecilia de Ketevan Kemoklidze buscó y consiguió de forma intermitente sensualidad en el canto, algo que usó como forma de construcción de su personaje sin ser superficial, sino más bien alguien atrapado en su propia avaricia; su escena final con Lina sirvió como demostración de talento dramático. El resto del reparto y coro, a gran nivel.
Se aplaudió a todos y cada uno. Cómo no. Es imposible no sentir simpatía ante tanto sueño roto. Cómo no dejarse seducir por la tristeza del oficio del arte, por el cómico ambulante, por el perdedor empedernido. Por nosotros mismos. * Mario MUÑOZ, corresponsal en Madrid de ÓPERA ACTUAL
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