La doble cara de las élites en la 'Clemenza' de Rau

Ginebra

28 / 02 / 2021 - Albert GARRIGA - Tiempo de lectura: 3 min

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Clemenza El mural del muro de Berlín, con la inscripción 'El arte es poder', presidiendo la escena © GTG / Carole PARODI
Clemenza Milo Rau reflexiona con su propuesta sobre la lucha de clases © GTG / Carole PARODI
Clemenza Anna Goryachova, frente a Bernard Richter © GTG / Carole PARODI

Grand Théâtre de Genève

Mozart: LA CLEMENZA DI TITO

Nueva producción en 'streaming'

Bernard Richter, Serena Farnocchia, Anna Goryachova, Marie Lys, Cecilia Molinari, Justin Hopkins. Dirección: Maxim Emelyanychev. Dirección de escena: Milo Rau. 19 de febrero de 2021.

El debut operístico de Milo Rau prometía un guantazo sobrecogedor que hiciera reflexionar sobre las eternas relaciones de las élites con el resto de los mortales. Y no decepcionó. Si Aviel Cahn el año pasado optó por la descomposición desmesurada y poco acertada de Luk Perceval para El rapto, la elección de Rau, aunque polémica, desgranó la mordaz visión de Mozart, crítica con las élites del siglo XVIII, para darle una válida y efectiva actualización.

Milo Rau denuncia la hipocresía de las élites dominantes; incluso en una idílica Ginebra, repleta de fábricas de relojes, marcas de lujo y bucólicos paisajes bañados por el Lemán, existe una cara sombría, la de los refugiados que viven entre basura y miseria. Un espacio en el cual se adentran drogodependientes y prostitutas de color de la zona de Pâquis que en un impactante prólogo –cosecha de Rau– le arrancan el corazón, al grito de «N’as pas peur» a un antiguo figurante del Grand Théâtre. La primera en la frente. En el otro lado del escenario giratorio el director suizo concibe un museo de arte, que no es, sino, el palacio del emperador, alejado de la miseria y la basura y donde discurre el abuso de poder, la hipocresía, la ambición y el entramado pseudoamoroso.

"El joven director ruso Maxim Emelyanychev estuvo especialmente inspirado ante la formación Suisse Romande y acompañando deliciosamente esos tediosos recitativos, e imprimiendo enérgicamente 'tempi' vigoroso"

En una gran pancarta se exhibe «Kunst ist Macht» (literalmente, El arte es poder), en alegoría a la relación que se establece entre ambos ámbitos, la tutela de los poderosos sobre el arte como reflejo y vehículo del poder político, social y económico. La escena con la que empieza el incorporado prólogo se reproduce la archiconocida Libertad de Delacroix, en el museo, pero, otra vez, entre basuras. Con todo, el cineasta suizo movió recitativos a su antojo para reforzar su concepto dramatúrgico, pero no tocó ni un aria; una lectura de regusto amargo, provocadora y de inevitable reflexión. El joven director ruso Maxim Emelyanychev estuvo especialmente inspirado ante la Suisse Romande y acompañó deliciosamente los tediosos recitativos (obra de Süssmayr y no de Mozart), imprimiendo tempi vigorosos, en alguna ocasión quizá demasiado, y controlando el fraseo con elegancia y mucho gusto. El sonido que supo sacar del foso resultó de cristalina belleza, destacándose especialmente la labor del clarinete solista y del corno di bassetto.

En el apartado vocal hubo dos intérpretes que claramente transpirarían a Mozart: la mezzosoprano rusa Anna Goryachova (Sesto) y la soprano suiza Marie Lys (Servilia). La primera, con un instrumento voluptuoso, hizo gala de un elegante fraseo y de una depurada técnica que le permitió saldar la dificilísima página «Parto, parto» con total aplomo y seguridad. Por su parte, Lys, poseedora de una voz de timbre de gran pureza, derrochó musicalidad en sus intervenciones y brilló especialmente en «S’altro che lacrime». El Tito del tenor suizo Bernard Richter gustó por su atractivo timbre, muy adecuado para el rol y, aunque pudo lucirse en los recitativos, se estrelló varias veces en las arias con desajustes en la afinación y algún que otro engolamiento en el registro agudo. Serena Farnocchia (Vitellia) imprimió clase y elegancia a su rol, con momentos de gran calidad, lástima de una coloratura algo difusa que no le permitiría culminar «Non più di fiori» como se esperaría.