CRÍTICAS
INTERNACIONAL
La compañía francfortesa se luce en unos nuevos ‘Meistersinger’
Frankfurt
Oper Frankfurt
Wagner: LOS MAESTROS CANTORES DE NÚREMBERG
Nueva producción
Nicholas Brownlee, Michael Nagy, Magdalena Hinterdobler, Claudia Mahnke, AJ Glueckert, Michael Porter. Dirección musical: Sebastian Weigle. Dirección de escena: Johannes Erath. 20 de noviembre de 2022.
Tras quince años en el cargo, Sebastian Weigle encara su última temporada como director musical de la Ópera de Frankfurt habiendo contribuido de forma notable a la buena salud artística de uno de los principales teatros alemanes. La primera nueva producción a su cargo en este capítulo final en la ciudad del Main supone un triunfo tanto personal como colectivo, mérito doble teniendo en cuenta la complejidad de una obra como Die Meistersinger von Nürnberg. Éxito personal porque Weigle firma una versión espléndida de la monumental ópera cómica de Wagner: tiempos ágiles y elásticos, texturas transparentes, un consciente rechazo a cualquier tentación de hipertrofia sonora o a excesos bombásticos, y un lirismo efusivo dentro de una arquitectura musical perfectamente trabada son los principales elementos que emplea con resultados estimulantes. El triunfo colectivo vino de mano de la excelente labor del coro (impactante en los momentos culminantes de la partitura) y la orquesta (siempre atenta a las directrices de su titular), a lo que cabe sumar un reparto constituido en su mayoría por cantantes que forman o han formado parte de la compañía de Frankfurt, muchos de ellos, además, debutando en sus respectivos papeles. Es, en definitiva, el éxito del trabajo en equipo por encima del recurso a las estrellas del canto.
El caso más notable es el del bajo-barítono norteamericano Nicholas Brownlee, un Hans Sachs inusualmente joven servido con una voz de centro firme, agudo insolente y grave suficiente, complementado por una energía inagotable que le permitió llegar al final del maratoniano papel con fuerzas más que sobradas. Sin duda en futuras producciones encontrará más matices y colores, pero su encarnación asertiva no estuvo desprovista de un fraseo bien ajustado. En esta producción más alter ego que antagonista, Michael Nagy fue un Beckmesser desprovisto de cualquier atisbo de caricatura o parodia, con un canto escrupuloso y una voz dúctil en toda la extensión, así como un talento actoral de primer orden.
La principal pareja de amantes estuvo un escalón por debajo, aunque sin desentonar del conjunto. Si a la Eva de Magdalena Hinterdobler, soprano lírica de timbre suculento, se le podían pedir un poco más de dulzura en el quinteto del tercer acto, al Walther de AJ Glueckert le faltaba un instrumento más potente en los pasajes más fragorosos. Pese a esto y a ciertas intermitencias en su rendimiento, la voz luminosa y la facilidad en el agudo del tenor norteamericano brilló especialmente en la canción del premio. Más equilibrada se mostró la segunda pareja, con Claudia Mahnke como una Magdalene seductora e incisiva a partes iguales y Michael Porter como un David de gran agilidad vocal y física, sacando todo el brillo a la enumeración de las reglas de los maestros cantores. Estos, siguiendo la tónica general de la representación, constituyeron un grupo homogéneo en el que descollaron Andreas Bauer Kanabas como un Veit Pogner de apropiada bonhomía y un eficaz Thomas Faulkner como Fritz Kothner.
El montaje de Johannes Erath se alejaba, al menos en la mayor parte de su desarrollo, de una tendencia habitual en los últimos años de abordar Die Meistersinger a partir de la historia, problemática, de su recepción (sobre todo el alegato final de Sachs) para ofrecer una especie de pesadilla de una noche de verano. El decorado móvil de Kaspar Glaner, con la iluminación de ecos expresionistas de Joachim Klein y el refuerzo de los videos de Bibi Abel, sitúa en un mundo en blanco y negro, con paredes repletas de símbolos y fórmulas, como las reglas obsesivas de los maestros cantores, los trajes coloristas de los cuales contrastan con el blanco impoluto de Walther (Herbert Murauer firma el vestuario). Sachs y Beckmesser son las dos caras de una misma moneda, dos vidas paralelas pese a sus caracteres contrapuestos con una obsesión común: Eva, vestida permanentemente de novia, con la que Sachs tiene una relación físicamente intensa. Erath critica sin ambages la falta de independencia de la muchacha, sometida a los designios de los hombres, hasta el punto de que en el final del acto segundo es atacada sin miramientos por los maestros.
El director alemán multiplica los toques surrealistas (los maestros sentados en sillas altísimas en el primer acto, y, ya decrépitos, en sillas de ruedas en el tercero) y los referentes culturales (citas visuales a Durero, como el conejo que permanece en un lateral durante toda la representación, Magdalene como trasunto de Marlene Dietrich, un coro final vestido como incontables personajes célebres, de Pavarotti a David Bowie, de Liza Minelli a Kiss) en un montaje que no decae hasta un tramo final en el que Erath toma otro rumbo. Sachs lee de un papel proporcionado por sus compañeros maestros su polémica perorata, acompañado de Beckmesser, con el que hace las paces, y un Germania de letras luminosas acompaña el último coro hasta que se queda, en los acordes conclusivos, simplemente en “Mania”. Es como si el director quisiera demostrar en el último segundo que sí que es consciente del trasfondo que acumula la ópera de Wagner, pero, aunque el montaje peca, como otras propuestas de Erath, de dispersión, los momentos estimulantes no desmerecieron de la excelente versión musical. * Xavier CESTER, crítico de ÓPERA ACTUAL
CRÍTICAS RELACIONADAS