CRÍTICAS
NACIONAL
'La bella molinera' de un joven maestro
Barcelona
Auditori
Schubert: DIE SCHÖNE MÜLLERIN
Ciclo de 'Lied'
Andrè Schuen, barítono. Daniel Heide, piano. Obras de Franz Schubert. Sala Oriol Martorell de L’Auditori. 18 de marzo de 2021.
El barítono Andrè Schuen, en su primera madurez y en un momento dulce de su carrera, parece dar en cada una de sus apariciones, ya sea en ópera o recital, un paso más hacia la excelencia. En estas mismas páginas, con motivo de su Conte di Almaviva de Le nozze di Figaro en la Ópera de Viena, se destacaba la perfección técnico-vocal de su interpretación, la belleza y solidez de su instrumento, así como su reconocible e indiscutible personalidad. Unas sensaciones que se han visto confirmadas con su primer recital en Barcelona, en el que interpretó una personal y bellísima lectura de Die schöne Müllerin (La bella molinera), de Franz Schubert, confirmando que, pese a su juventud, se está ante un auténtico maestro.
Este recital en la Sala Oriol Martorell del Auditori era el primero en solitario de Schuen en Barcelona, pero no en España, donde, a raíz de sus apariciones en la Schubertíada a Vilabertran (Girona), el barítono tirolés ha calado hondo, sin olvidar su debut en el Teatro Real de Madrid en la ópera Capriccio de Strauss. Así pues, la secta liederística barcelonesa se congregó, expectante, para dar la bienvenida a quien parece llamado a ser uno de los grandes liederistas de su generación. Pero más allá de las bondades de su interpretación, lo primero que hay que subrayar es la personalidad, cada vez más acentuada, de un cantante que demostró tener su propia visión de un ciclo tan difundido como el de Schubert y un estilo interpretativo absolutamente personal, que no remite a referencias concretas del pasado en este repertorio.
Junto a su inseparable Daniel Heide al piano, el ciclo empezó con un «Das Wandern» despreocupado, casi casual. Eso no impidió que, a través de las tres estrofas de la canción se pudiese ya percibir la inmensa paleta de colores que posee Schuen, que delineó al milímetro los matices de cada una de ellas. Su voz lírica pero compacta, robusta, de aterciopelados tonos oscuros, mantiene el bello color y la solidez en todo tipo de dinámicas, desde un fortissimo siempre perfectamente controlado hasta el susurro más conmovedor que llena la sala. La concepción y evolución de La bella molinera de Schuen no comparte la claridad narrativa de un Fischer-Dieskau, la visceralidad dramática de Goerne o la subjetividad alucinada de Gerhaher. Más bien se trata de un viaje desde la inocencia y despreocupación juvenil hacia las profundidades del alma de un hombre que se desgarra demasiado pronto.
Schuen y Heide construyeron este proceso a fuego lento, poniendo sutilmente las bases de un estallido emocional que, en la parte final del ciclo, conmovió las paredes de la sala. Si en «Mein!» y «Pause» ya se percibió una transición en la psicología del protagonista, la transfiguración definitiva se produjo en un impactante bloque final. Sensacional, modélica, la interpretación de «Der Jäger«, de una precisión en la articulación y el ritmo solo al alcance de un Fischer-Dieskau. El dúo «Liebe/Böse Farbe» estuvo perfectamente contrastada, la primera en su abandono de tintes dramáticos y la segunda con su sentenciosa madurez.
Quedaba ya la trilogía final, que empezó con unas impactantes «Trockne Blumen» y «Der Müller an der Bach«, fraseadas dolorosamente. Era el inicio del impactante final, con la voz de Schuen meciéndose en las aguas del piano de Heide. La respuesta fue un largo y expresivo silencio antes de la ovación.
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