CRÍTICAS
NACIONAL
La apoteosis belcantista de Oropesa
Madrid
Teatro Real
Recital de LISETTE OROPESA
Obras de Rossini, Donizetti y Verdi. Dirección: Corrado Rovaris. Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real. 30 de marzo de 2022.
La soprano Lisette Oropesa tiene un puesto propio en el corazón del público madrileño por haber sido una de las intérpretes de Violetta de la mítica Traviata con la que se volvió a abrir el Teatro Real en 2020, todavía en plena pandemia. Su reaparición viene siempre precedida de una gran expectación, más aún cuando, como en este caso, se trataba de un recital de bel canto romántico canónico, centrado en dos autores fundamentales de aquella escuela que aunaba virtuosismo, exigencia y auténtica reverencia por la voz y su tratamiento musical, como son Rossini y Donizetti.
Muy distintos también, el primero –en principio– más proclive al canto silábico y el segundo mucho más al canto ligado, de frases amplias y sentimentales. La curiosidad aumentaba por haber elegido Oropesa piezas exclusivamente en francés, incluida un aria escrita para la Lucie de Lammermoor en su versión francesa de 1839. La soprano norteamericana no se ha prodigado demasiado en este idioma, pero sabe que su muy rica vocalidad permite una mayor expresividad y proporciona al puro virtuosismo puro una paleta de colores propia, así como un mayor abanico de emociones. Así se pudo comprobar desde la primera página, una “Sombre forêt”, del Guillaume Tell rossiniano, la única ópera romántica del autor, cantada no solo con la seguridad necesaria, sino con toda la intensidad emocional requerida. Maravilloso el fraseo, los cambios de color y las variaciones de tempo. Otro tanto ocurrió con “Juste ciel!”, la patética aria de Pamira en Le siège de Corinthe, escrita por Rossini cuando la lucha de Grecia por su independencia, un asunto que ha cobrado nueva actualidad.
Es difícil entender por qué el Real nunca pone en escena ninguna de estas grandes óperas serias, por así decirlo, rossinianas. Con “Céleste providence”, de Le comte Ory, llegó la diversión en la que Oropesa es maestra absoluta, y también los fuegos de artificio vocales: cierta imprecisión en las coloraturas (a un nivel apabullante, en cualquier caso) contribuyeron a humanizar al personaje.
Con Donizetti se entró en territorio bien conocido por la soprano, que saturó de emoción el clasicismo del lamento “O ma mère”, de Les martyrs, y proporcionó luego una faceta inédita de uno de sus grandes personajes, la Lucie donizettiana, con la preciosa cavatina “Que n’avons nous des ailes”, que aúna el tono elegíaco, tan propio de su autor, y la extrema brillantez. Un magnífico “Salut à la France”, de La fille du régiment, culminó el recital, con toda la bravura necesaria, pero saturado también, como es imprescindible, por una emoción muy pura, matizada de buen humor y recuerdo de un momento de completa felicidad: pocas veces el patriotismo ha sido tan bien expresado, y Oropesa lo entendió a la perfección.
En las propinas, la soprano recurrió a otros autores. Al Meyerbeer de Robert le diable, con un fabuloso “Robert, toi que j’aime”, tan extático como propiamente lírico, más cerca de Berlioz que de Donizetti. Y luego, por fin, al Verdi del endiablado bolero de Les vêpres siciliennes, que en teoría requiere un instrumento más amplio que el de Oropesa, pero en el que dio una soberana lección de control, precisión y, lo que es aún más asombroso, de ganas de divertirse y divertir al público. Acompañó muy bien el maestro Corrado Rovaris, excelente conocedor del repertorio, al frente de la Orquesta Titular del Teatro, que se enfrentaba a páginas sumamente comprometidas y salió más que airosa del trance. * José María MARCO, corresponsal en Madrid de ÓPERA ACTUAL
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