CRÍTICAS
NACIONAL
‘Katiuska’, el espectáculo debe continuar
Oviedo
XXIX Festival de Teatro Lírico Español
Sorozábal: KATIUSKA
Ainhoa Arteta, Àngel Òdena, Martín Nusspaumer, David Rubiera, Milagros Martín, Juan Noval-Moro, Enrique Baquerizo, Amelia Font. Oviedo Filarmonía y Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo. Dirección musical: Jaume Santonja. Dirección de escena: Emilio Sagi. Teatro Campoamor, 12 de abril de 2022.
Hay que comenzar desde el principio. Cuando, en marzo de 2020, el mundo se paró a causa de la pandemia del coronavirus, Katiuska (1931) era el siguiente título en cartel dentro del Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo, tras las triunfales funciones de El Barberillo de Lavapiés. Ahora, dos años después, la primera obra para escena de Pablo Sorozábal se resarce de aquel silencio levantando el telón de un Teatro Campoamor lleno a rebosar, y prácticamente con el mismo reparto previsto entonces. Un compromiso a destacar por parte de la organización –con Cosme Marina a la cabeza del exiguo equipo a cargo del Festival dentro de la Fundación Municipal de Cultura–, que entre la pasada temporada y esta han logrado recuperar todos los títulos perdidos aquel curso.
La casualidad y los sangrientos delirios de grandeza de Vladímir Putin han querido que el estreno de Katiuska –ambientada en “una posada en el camino que va desde Kiev a la frontera con Rumanía”, tras la Revolución de 1917– coincida con la invasión rusa sobre Ucrania. Salvando las distancias históricas, escuchar, por fin sin mascarillas, al coro titular del Festival abrir la función cantando “Todo es camino lleno de tristeza para el campesino que su tierra va a dejar” añadió al espectáculo una nueva capa de significado. La reflexión que el público se llevó a casa. Ese poso grueso que queda cuando baja el telón y se encienden las luces del teatro, que separa la cultura del entretenimiento.
Había un particular interés por presenciar el retorno de Ainhoa Arteta a los escenarios, tras el quiebro que la vida le tenía reservado. Katiuska ha sido su primera producción, tras el breve concierto protagonizado junto al tenor Ramón Vargas en el Teatro de La Zarzuela. Como ella misma ha explicado en los vídeos a vuelapluma que comparte a través de sus redes sociales, un haltera puede estar acostumbrado a levantar 300 kilos (en traducción lírica, a cantar una serie de funciones de Madama Butterfly o Manon Lescaut), pero si pasa más de 10 meses sin hacerlo, tendrá que empezar con empeños más ligeros. Estas funciones de la partitura de Sorozábal, en la misma producción de Emilio Sagi que ya había interpretado en el Teatro de La Zarzuela en octubre de 2018, eran la oportunidad perfecta. Sin grandes exigencias vocales en comparación con la densidad de otras obras a las que la soprano estaba más que habituada.
Arteta puso sobre las tablas del Campoamor, en las que se arrodilló en los saludos finales, toda la intensidad vocal e interpretativa de la que era capaz, obteniendo a cambio un largo aplauso del público. Pero, dejando a un lado la fragilidad que su personaje debía transmitir, la percepción es que este retorno ha sido algo prematuro: la soprano aún tiene camino por recorrer hasta recuperar el estado de forma vocal y superar algunas asperezas, principalmente en el registro central, y debilidades en el fiato expuestas, sobre todo, en la romanza “Vivía sola con mi abuelita” y en el concertante previo. Ya en la segunda parte –aunque la obra se representa sin entreacto–, en la conocida “Noche hermosa, de jardines perfumada” y el dúo “Somos dos barcas”, se pudo ver a la intérprete más segura, sacando partido del registro agudo y de su elegante musicalidad. No han sido fáciles estas jornadas para la soprano, que ha hecho gala de gallardía y valor para afrontar la adversidad. Como cantaba Freddie Mercury, al que Arteta hace referencia en numerosas ocasiones, The show must go on.
La historia de Katiuska muestra las dos caras de la misma moneda: una, más política, representada por el comisario del Sóviet Pedro Stakof (el barítono Àngel Òdena) y el Príncipe Sergio (el tenor Martín Nusspaumer); y otra, de carácter social, a la que dan vida los personajes de Olga (Milagros Martín), Boni (el tenor Juan Noval-Moro), su tía Tatiana (Amelia Font) y el viajante vendedor de medias Amadeo Pich (Enrique Baquerizo), con el coronel del ejército zarista Bruno Brunovich (el barítono David Rubiera) como enlace entre ambos mundos. Una no puede vivir sin la otra, y ambas funcionan. En “¡Calor de nido!… ¡Paz del hogar!”, o en el ya mencionado dúo, Òdena demostró las razones por las que el público ovetense, con debilidad por las voces de cierta magnitud, agradece siempre su prestación vocal y escénica; su compromiso con la zarzuela y con este festival son también digno de reseñarse. Quizá su rotundidad peque, en ocasiones, de falta de matiz, pero el artista compone, al oído y a la vista, un personaje imponente y absolutamente creíble. Algo similar puede decirse del tenor Martín Nusspaumer, que expuso un canto elegante y noble, de numerosos quilates en “Es delicada flor”, aunque en ciertos momentos de la función se hubiese agradecido un volumen algo más generoso.
En la posada donde transcurre la historia, Juan Noval-Moro y David Rubiera fueron ejemplares en sus respectivos cometidos. Milagros Martín, Amelia Font y Enrique Baquerizo son escuela viva del teatro musical, y resulta una gozosa experiencia seguir disfrutando de su talento. Máxime en una obra como esta, fecunda no solo en melodías de elegante factura que son un activo más en el desarrollo dramático de la historia, sino también en números bailables y cómicos con toques de cabaret como el fox-trot “A París me voy”, que acercan a la opereta y al injustamente denostado género de la revista. El maestro Jaume Santonja, debutante en el Festival, condujo a la Oviedo Filarmonía con firmeza, en un balance sonoro a favor de las voces y que no olvidó dar el necesario protagonismo a los instrumentos –mandolinas, banjo…–que aportan un color característico a la partitura de Sorozábal.
Buena parte del renovado éxito de esta opereta se debe a la ya clásica producción de Emilio Sagi, de impecable factura y estética cinematográfica, alejada de folclorismos. El propio compositor dejó escrito que, “como la gente aplaudía más o menos toda la música”, tan pronto los intérpretes entraban en escena “les hacía cantar sin dejarles hablar”. También que, de la propuesta escénica original, los números que transcurrían en la posada eran mucho mejor recibidos por el público que el traslado del segundo acto al Cabaret Caucasien… Ambas observaciones toman cuerpo en la propuesta de Sagi, con escenografía de Daniel Bianco e iluminación de Eduardo Bravo, con Susana de Dios en la reposición del vestuario creado por la recordada Pepa Ojanguren. La dramaturgia de esta Katiuska emana de la música, nace de ella, y ahí reside el secreto de su fórmula, junto al amor por un género expresado con tanta libertad como respeto. Un talento que, no por conocido, se ha de dejar de subrayar, celebrar y disfrutar como merece. * Pablo GALLEGO, corresponsal en Oviedo de ÓPERA ACTUAL
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