El mensaje de Nono resuena con fuerza

Salzburgo

18 / 08 / 2021 - Xavier CESTER - Tiempo de lectura: 4 min

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intolleranza 1960 salzburgo / operaactual.com Sean Panikkar como Un Emigrante © Festival de Salzburgo / Maarten Vanden ABEELE
intolleranza 1960 salzburgo / operaactual.com Los bailarines de 'Intolleranza 1960' © Festival de Salzburgo / Maarten Vanden ABEELE
intolleranza 1960 salzburgo / operaactual.com Una escena de la producción de Jan Lauwers © Festival de Salzburgo / Maarten Vanden ABEELE

Festival de Salzburgo

Nono: INTOLLERANZA 1960

Sean Panikkar, Sarah Maria Sun, Anna Maria Chiuri, Antonio Yang, Musa Ngqungwana, Victor Afung Lauwers. Dirección musical: Ingo Metzmacher. Dirección de escena: Jan Lauwers. Felsenreitschule, 15 de agosto de 2021.

Emigración demasiadas veces mal recibida, violencia policial indiscriminada, opresión económica y social, catástrofes naturales: parece un resumen de algunos de los problemas que, más allá de la pandemia, afectan a nuestra época, pero, por desgracia, no son nada nuevos. También son algunos de los ejes temáticos que planteó Luigi Nono en su primera obra escénica, Intolleranza 1960, estrenada en 1961 en La Fenice de Venecia. Triste humanidad incapaz de encontrar solución a injusticias seculares.

La obra del compositor italiano ha tenido una presencia habitual en el Festival de Salzburgo, en buena parte gracias a la implicación de Markus Hinterhäuser, antes como responsable de la programación de conciertos, ahora como intendente. Intolleranza 1960 es una síntesis perfecta tanto de la radicalidad musical de Nono como de su compromiso político. A partir de una idea de Angelo Maria Ripellino, Nono elaboró un libreto que recoge textos y citas de Brecht, Éluard, Mayakovsky y Sartre, entre otros, para exponer la historia de un emigrante que decide regresar a su país. En el camino, es detenido sin motivo en una manifestación antifascista en la que no participaba, torturado por la policía y encerrado en un campo de concentración. De allí, con una renacida consciencia política, escapa junto a un prisionero argelino (opción nada casual por parte de Nono, dada la contemporánea guerra de independencia del país norteafricano) y retoma un camino en el que se une a una mujer con la que comparte el mismo anhelo de libertad. La crecida inesperada de un río trunca su trayecto y su vida.

"Las explosiones paroxísticas y los clústers atronadores golpean al público con una violencia devastadora, en acusado contraste con oasis sonoros que demandan la máxima delicadeza de la orquesta"

La nueva producción de esta «acción escénica en dos partes» es, ante todo, un hito musical que tiene como primer responsable a Ingo Metzmacher, defensor incansable de la creación del siglo XX. El director de orquesta alemán cosecha un nuevo triunfo en Salzburgo gracias al dominio minucioso de las vastas fuerzas a su mando distribuidas por todo el largo espacio de la Felsenreitschule: cuerdas y metales en el foso, un grupo de doce percusionistas en el lateral izquierdo, y más percusión así como arpa y otros instrumentos a la derecha. A este impactante dispositivo hay que sumar los solistas vocales y un coro numeroso, con algunos pasajes pregrabados emitidos de forma envolvente.

Metzmacher no edulcora en absoluto la partitura de Nono. Las explosiones paroxísticas y los clústers atronadores golpean al público con una violencia devastadora, en acusado contraste con oasis sonoros que demandan la máxima delicadeza de la orquesta. Aún sabiendo que muchos miembros debían ser diferentes, no deja de causar asombro que la misma Filarmónica de Viena que por la mañana ofrecía una Missa solemnis de Beethoven de olímpica nobleza bajo la batuta de Riccardo Muti (en el 50 aniversario de su debut en Salzburgo) por la noche aportara su áurea sonoridad y su máxima precisión a la música de Nono. Similar comentario merece la Sociedad de Conciertos del Coro de la Ópera Estatal de Viena, que negoció con destreza la ardua escritura de Nono a la vez que participaba con energía en el montaje escénico, hasta un cántico final de tenue consuelo.

El compositor italiano tampoco lo pone fácil a los solistas, con una escritura, como en tantas óperas de la segundo mitad del siglo XX, inclemente y aguda. Sean Panikkar no se arredró, gracias a una técnica aguerrida y un fraseo que subrayó la vertiente más lírica del Emigrante. Sarah Maria Sun como su Compañera aportó una voz que ascendía con seguridad a la estratosfera y una notable agilidad física, Anna Maria Chiuri ofrecía un bienvenido contraste con un canto más agresivo como la Mujer, mientras que Antonio Yang (un Argelino) y Musa Ngqungwana (un Torturado) completaban con acierto el reparto canoro.

La dialéctica entre arte y política no ha tenido, ni tendrá nunca, seguramente, una respuesta inequívoca. La duda surge sobre si, dadas las características de Intolleranza 1960, la nueva producción de Jan Lauwers hace suficiente justicia a su mensaje de denuncia. El director belga, que debutó en el mundo de la ópera en Salzburgo en 2018 con L’incoronazione di Poppea, presenta un montaje de abstracta atemporalidad, con un espacio escénico austero ocupado por una masa enorme e indiferenciada de solistas, coristas y bailarines en movimiento perpetuo (aspecto ya presente en la ópera de Monteverdi), un movimiento que es el reflejo de la marcha continua del emigrante, de la huida sin fin del perseguido. Todos los miembros de esta masa humana pueden ser víctimas y torturadores, carceleros y prisioneros, opresores y oprimidos, una opción escénica que puede reforzar la universalidad del mensaje de Nono pero que, por contra, anestesia su carga política más específica. La misma masa es la que reacciona con risas incontenibles y silencio despreciativo a las palabras crípticas del Poeta Ciego (Victor Afung Lauwers), recitando un texto del director belga que reemplaza la primera escena de la segunda parte, sin que el beneficio sea evidente. Si bien el flujo constante de intérpretes podía crear cierta confusión, no menos cierto es que la plasticidad corporal de la coreografía de Lauwers y Paul Blackman creaba imágenes potentes, como la horripilante escena de la tortura, multiplicada por proyecciones sobre el escenario. Al final, sin embargo, la escena mejor resuelta fue la más estática, el coro final, con todos los intérpretes cogidos de la mano, en un himno a la solidaridad entre los hombres, tan necesaria en 2021 como en 1960.  * Xavier CESTER, corresponsal en Salzburgo de ÓPERA ACTUAL