CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Idomeneo y Poppea, entre clásicos anda el juego
Aix-en-Provence
Festival Aix-en-Provence
Mozart: IDOMENEO, RE DI CRETA
Nueva producción
Michael Spyres, Anna Bonitatibus, Sabine Devieilhe, Nicole Chevalier, Linard Vrielink, Kresimir Spicer, Alexandros Stavrakakis, Adèle Carlier, Anaïs Bertrand, Clémence Vidal, Constantin Goubet, René Ramos Premier. Dirección musical: Raphaël Pichon. Dirección de escena: Satoshi Miyagi. Théâtre de l’Archevêché, 11 de julio de 2022.
Festival Aix-en-Provence
Monteverdi: L'INCORONAZIONE DI POPPEA
Nueva producción
Jacquelyn Stucker, Jake Arditti, Fleur Barron, Paul-Antoine Bénos-Djian, Alex Rosen, Miles Mykkanen, Maya Kherani, Julie Roset, Laurence Kilsby, Riccardo Romeo, Yannis François. Dirección musical: Leonardo García Alarcón. Dirección de escena: Ted Huffman. Théâtre du Jeu de Paume, 12 de julio de 2022.
Raphaël Pichon escogió Idomeneo en Aix-en-Provence para debutar en el género de la opera seria, género que Mozart cultivó escasamente en se juventud con obras como Mitridate, Il Re Pastore y Lucio Silla y en la madurez, La Clemanza di Tito. A sus 25 años el compositor ya mostró su talento para la composición escénica, siguiendo los cánones establecidos por la reforma (argumento, estructura, presencia de coro, danzas y marchas, etc.) y donde experimentó con sus habilidades compositivas. El festival francés tiene una larga tradición mozartiana, está en su ADN, y de Idomeneo ha hecho cuatro producciones. Pichon con sus cuerpos estables, coro y orquesta Pygmalion –y la colaboración del coro de Lyon–, delineó una interpretación cuidada y filológica en cuanto a sonido, dinámicas y tiempos sosegados, solemnes. Buscando siempre el equilibro sonoro, su lectura resultó elegante y sobria, muy atento también a los cantantes, al fraseo y a las harmonías. Pichon perfila unos mozarts muy cerca de René Jacobs, aunque demasiado contenido, casi cohibido, restándole presencia a la maravillosa partitura orquestal.
El director de escena japonés Satoshi Miyagi que debutaba en la escena operística después de sus éxitos internacionales –sobre todo en Aviñón con Antigona–, lo quiso hacer fundiendo la historia clásica con la Segunda Guerra Mundial en Japón, estableciendo paralelismos entre lo que la guerra de Troya significó para los griegos y la Gran Guerra para los japoneses. Miyagi concibió un espacio en el cual imperaba el blanco en unas estructuras ideadas por Junpei Kiz, de plataformas con formas geométricas saturadas de hilos blancos, donde encima yacían los protagonistas. Movimientos tediosos, sin ningún tipo de interacción dramática, salvo las intervenciones corales y del ballet. Al final del cuadro I del tercer acto, cuando el Gran Sacerdote explica la destrucción causada por el monstruo de Neptuno, Miyagi reprodujo la obra The Hiroshima Panels (1950-1982) de Iri y Toshi Maruki, buscando justificar una propuesta escénica repleta de desmanes. Por todo ello Miyagi cosechó una sonora y cerrada bronca del público aixois.
Vocalmente la velada iría por otros lares, empezando por el impresionante Idomeneo del baritenor Michael Spyres; el cantante norteamericano iluminó la escena con su timbre brillante, su impresionante rango vocal y una técnica impecable que le permitió abordar la célebre “Fuor del mar” de manera contundente y ofreciendo una ornamentación espectacular. Pero también el fraseo, la intencionalidad y su musicalidad llevaron su Idomeneo a elevadas cotas musicales. La soprano americana Nicole Chevalier abordó el difícil rol de Electra con total seguridad y una capacidad músico-dramático sensacional, culminando su “D’Oreste, d’Aiace” en un seguro do agudo. Por su parte, Anna Bonitatibus fue un excelente Idamante con un control absoluto de su instrumento, con derroche de pianissimi, dinámicas, coloratura en una brillante entrada “Non ho colpa” y en sus recitativos o en el maravilloso trio “Pria di partir oh Dio”. A su lado, la Ilia de Sabine Devieilhe fue pura dulzura, con un fraseo y una musicalidad maravillosos, buscó en la tesitura más aguda su comodidad para ofrecer una actuación de gran sensibilidad. Sin embargo, no llegaron a convencer los rutilantes Kresimir Spicer (Gran Sacerdote) y Linard Vrielink (Arbace) que ofreció una insustancial “Se cola ne fati e scrito”.
En los clásicos también se basa L’incoronazione di Poppea de Monteverdi que puso en escena el festival en la bombonera que es el Théâtre du Jeau de Paume. Basado en los Anales de Tácito, con libreto de Giovanni Francesco Busenello, la ópera cuenta con personajes históricos –Nerone, Poppea, Ottone, Ottavia y Seneca–, con la presencia mínima de roles mitológicos –la Virtud, la Fortuna y el Amor–, en búsqueda de la proximidad con el público, aun hoy vigente. Para Ted Huffman, la ópera se desarrolla en “un universo donde el dinero, el poder y el sexo determinan el equilibrio del poder y fagocitan toda forma de virtud”. Elementos muy actuales en los cuales Huffman se ha apoyado, en medio de una guerra en Europa, con la destrucción de un orden social provocado por un autócrata psicópata. Los personajes exhiben sus sentimientos y perversiones sin filtro y están presentes durante la obra sentados al fondo o alrededor del escenario, siendo testigos de toda la acción. El erotismo también es clave en la propuesta utilizando la insultante juventud y belleza de los intérpretes en favor de una lectura más realista, si cabe. El regista estadounidense elabora un cuidadoso trabajo de actores para narrar las miserias humanas en un contexto donde las diferencias sociales se ven cada vez más acentuadas, donde el único que se percata de lo que ocurre es Séneca, que a través de la muerte huye del juego asfixiante provocado por el peso del poder político y social, simbolizado aquí por una gran tubería medio oxidada y pintada en blanco y negro.
Leonardo García Alarcón fue el gran artífice de la velada, con la complicidad de su formación la Capella Mediterrania. El director argentino compuso un juego maravilloso, incansable, cromático, brillante y cristalino, respirando dulzura en lo íntimo, buscando la sublimación absoluta en las arias, airosos, recitativos, conjuntos y en esos portentosos ritornelli. Consiguió crear la atmósfera conmovedora, otorgando teatralidad y perspicacia, en una complicidad total entre foso y escenario, propia de la génesis de la ópera.
El joven y brillante elenco vocal pudo jactarse de su talento gracias a una gran capacidad interpretativa y a la cohesión entre todo ellos. La Poppea de Jacquelyn Stucker respiró seducción por los cuatro costados, sensual y delicada a la vez que astutamente manipuladora y siempre elegante y generosa en sus lamentos. El contratenor británico Jake Arditti encarnó a un Nerone descarado, luciendo cuerpo y con los destellos prepotentes de un joven potentado participó del juego de la dirección, incluso añadiendo gemidos de placer a su canto, muy sólido e incisivo. Ambos brillaron especialmente en sus grandes dúos “Signor deh non partire”, el emotivo recitativo “Come dolci signor” y en el conclusivo “Pur ti miro”. Fleur Barron (como Ottavia y Virtù) esgrimió un gran sentido teatral y musicalidad, además de un absoluto control técnico, con gran intensidad desde “Disprezzata Regina” hasta el gran lamento, “Addio Roma, addio patria”. Julie Roset estuvo soberbia como Amore y Valetto, al lado del tenor Miles Mykkanen que compuso unas hilarantes Arnaltas-Nodriza con brillantez. Alex Rosen como Seneca exhibió una voz de bajo de gran belleza y elegancia y con registro bajo de profundidades cavernosas. También a destacar especialmente el Ottone del contratenor francés Paul-Antoine Bénos-Djian. * Albert GARRIGA, crítico de ÓPERA ACTUAL
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