CRÍTICAS
INTERNACIONAL
Hoffmann y Antonia salvaron ‘Les contes’
Milán
Teatro alla Scala
Offenbach: LES CONTES D'HOFFMANN
Nueva producción
Vittorio Grigolo, Eleonora Buratto, Federica Guida, Francesca Di Sauro, Greta Doveri, Luca Pisaroni, Marina Viotti, François Piolino, Alfonso Antoniozzi, Hugo Laporte, Yvan Beuron, Néstor Galván, Alberto Rota. Dirección de escena: Davide Livermore. Dirección musical: Frédéric Chaslin. 28 de marzo de 2023.
Tras once años volvió Les Contes d’Hoffmann al coliseo milanés en una nueva producción firmada por Davide Livermore, regista que ya se puede considerar como de la casa por su presencia en el Teatro alla La Scala, con su equipo al séquito: el grupo Gio Forma responsable de la escenografía, Gianluca Falaschi que firma el vestuario, Antonio Castro la iluminación y, en esta ocasión la compañía turinesa Controluce para efectos visuales.
Pero este montaje no acabó de funcionar. Mucho ruido y pocas nueces para un espectáculo decepcionante, confuso y aburrido. Empieza con la tumba de Hoffmann, quien aparece desdoblado con un alter ego sentado delante de una máquina de escribir, con copa de whisky y fumando (tics típicos en Livermore), para seguir con un desafortunado acto de Olympia sin gracia ni misterio. Más logrado fue el de Antonia y totalmente descentrado el de Giulietta –un cruce entre Marilyn Monroe y Marlene Dietrich–, muriendo esta y sobreviviendo Pitichinaccio, ataviado de mujer como Berta en el Barbero de Sevilla, quien se queda con el diamante de Dappertutto. Súmese una cortina de voile de seda para cubrir la platea simulando las olas en la barcarola y el blanco y negro predominante a otros detalles que serán pronto olvidados. En la premìere el regista fue abucheado.
El mismo destino le tocó al director de orquesta, Frédéric Chaslin, quien, sin embargo, presume de larga experiencia dirigiendo Les Contes. La crítica se le ha echado encima, pero no es para tanto; hay que reconocerle el conocimiento de la partitura y si unos tiempos han parecido en exceso movidos y otros demasiado alargados, tampoco es un delito: una dirección asumible en un contexto general, en el que el coro –muy bien preparado por Alberto Malazzi, pero estancado en la escena, ya que de los movimientos se encarga la abundante figuración–, y la orquesta han demostrado una vez más de estar a la altura del acometido.
Muchos críticos han rizado el rizo sobre la versión elegida, mezcla de la vetusta edición Choudens, con recitativos de Guiraud, de la posterior y ya pasada de moda Oeser, añadiéndole algún que otro hallazgo de la Kaye. Pero es de suponer que la elección de Chaslin, y del teatro, se deba a una macedonia offenbaquiana precocinada, fructífera de derechos para el que la aliñó. Así pues, se ha escuchado en el acto de Olympia el bolero de Nicklausse “Voyez-la sous son éventail”, el aria de Coppelius trasformada en terceto, la estupenda romance “Vois, sous l’archet frémissant” en el acto de Antonia, y de paso la apócrifa “Scintille diamant” y el no menos falso septeto “Hélas! Mon coeur s’égare encore”, incluyendo el final “Des cendres de ton coeur”, que hoy en día imprescindible. Estos cambios no parecen interesar a la mayoría del público, aunque son influyentes en una ópera póstuma e incompleta, cuya identidad siempre será indefinida.
Triunfador y a pleno derecho el protagonista, Vittorio Grigolo, que estuvo pletórico, de voz bien proyectada, de espléndido timbre y arrebatador como intérprete. El tenor ha obedecido escénicamente a una dirección que le ha obligado a ello saliendo airoso del compromiso, muy festejado por el entusiasmo del público. A seguir entre las cuatro damas, la perfecta Antonia de Eleonora Buratto, soprano lírica de perfecta línea de canto, pasionalmente y entregada escénicamente.
Siguieron Federica Guida, aceptable Olympia, si bien el agudo resulte tenso; la cumplidora Francesca Di Sauro, una correcta Giulietta y también Madre de Antonia; y la meteórica Stella de una discípula de la Accademia de La Scala, Greta Doveri. Los cuatro roles malignos fueron a cargo de Luca Pisaroni, que tuvo constantemente a su lado a un enano fumando un puro; estuvo bien en general, pero corto en el aria de Dappertutto, la que le vino estrecha en el agudo.
Marina Viotti repitió con buena línea musical su conocida interpretación de Musa / Nicklausse, pero es verdad que en su actuación en el Liceu lució más. François Piolino, en travesti, sobreactuó con chillidos de propina sus cuatro personajes, muy limitado en el couplet de Franz y sin poder caracterizar diferentemente los respectivos roles de Andrés, Cochenille y Pitichinaccio. Muy bien, en cambio, el Luther y luego Crespel de Alfonso Antoniozzi, un veterano que siempre se aprecia en escena por el caudal de voz; también muy grata la del barítono canadiense Hugo Laporte, Hermann y Schlémil. Yvan Beuron, Spalanzani, Néstor Galván, Nathanaël y Alberto Rota, el bajo que entona “La harpe”, completaron el cartel. * Andrea MERLI, corresponsal en Milán de ÓPERA ACTUAL
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