Ginebra: Stikhina debuta en la 'Aida' kitsch de McDermott

16 / 10 / 2019 - Albert GARRIGA - Tiempo de lectura: 4 min

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Aida Ginebra Una escena del montaje provinente de Londres de Phelim McDermott © Grand Théâtre de Genève / Samuel RUBIO
Aida Ginebra Yonghoon Lee (Radamés) y Marina Prudenskaya (Amneris) en la primera escena del acto cuarto © Grand Théâtre de Genève / Samuel RUBIO

Grand Théâtre de Genève

Verdi: AIDA

Elena Stikhina, Yongoon Lee, Marina Prudenskaya, Alexey Markov, Liang Li, Donald Thomson, Denzil Delaere, Claire de Sévigné. Dirección: Antonino Fogliani. Dirección de escena: Phelim McDermott. 11 de octubre de 2019.

Como segunda producción de la temporada de Ginebra, después de una apertura estéticamente tan elegíaca, se programó la célebre Aida verdiana en una producción proveniente de la ENO londinense firmada por el británico Phelim McDermott.

"Stikhina cosechó un gran éxito en el último Festival de Salzburgo, debutaba en el rol y a niveles generales gustó"

Si el primer título se apoyó en el refinamiento visual como eje, aquí se pasó al lado opuesto, celebrando la estética más kitsch como hilo fundamental de un concepto que, más que innovador, parecía haberse sacado del cajón de sastre de cualquier teatro de provincias. Una de las pocas innovaciones de McDermott, fue cambiar la marcha triunfal del segundo acto por una fúnebre de los egipcios caídos, con ataúdes incluidos. El vestuario apoyó sobremanera todo este mundo cutrelux ochentero, con coloridas pelucas, cascos de cabeza de vaca y Geyper Man como soldados egipcios. El tercer y el cuarto actos funcionaron mejor, ya que se prescindió de los elementos superfluos y cayó el peso en la capacidad músico-teatral de los protagonistas. Con todo, la escena final a modo de búnker quedó muy equilibrada a pesar que poco tenía que ver con lo visto hasta el momento.

Musicalmente esta Aida supuso un especial éxito para un inspirado Antonino Fogliani ante una pulcra orquesta de la Suisse Romande. Fogliani consiguió sacar de la formación suiza un sonido muy italiano, nítido y de cuidado fraseo verdiano. Sin embargo, el maestro siciliano pecó de marcar unos tempi algo acelerados que le pasarían factura en la coordinación foso-escenario y en las entradas de los solistas. La soprano rusa Elena Stikhina (Aida), que cosechó un gran éxito en el último Festival de Salzburgo, debutaba en el rol y a nivel general gustó; su voz es de un color aterciopelado precioso, la proyección es sobrada, la mejor de todo el elenco, y su musicalidad muy refinada. Sin embargo, con Aida, la soprano rusa se sitúa al borde de sus posibilidades, tanto por los momentos más spinti, como por el registro agudo, con más de alguna nota calante. A pesar de cantar muy cómoda en los concertantes, no consiguió hacer flotar ese do natural que llega en dolce“mai più” – del “Qui Radames verrà!”, o atacar las frases de mayor peso dramático. Con Marina Prudenskaya (Amneris) sucedió que en los primeros dos actos parecía que Aida no contaba con rival, ya que la mezzo no conseguía superar el foso con su emisión ni distinguirse en los tríos salvo en las frases en solitario; sin embargo, en su gran escena del cuarto acto “L’abborrita rivale” convenció porque de repente sacó la voz, la producción le acompañaba y el histrionismo también.

Yonghoon Lee (Radamés) hizo lo que ya se esperaba de él: cantar con entrega, a lo Corelli, con tendencia al grito y forzando el apianado. Es cierto que hoy cuesta encontrar un tenor que cante los roles verdianos con las garantías y la seguridad del tenor coreano, pero quizás podría pedírsele un canto más personal y menos rudeza en el fraseo porque cualidades, las tiene. Alexey Markov fue un dúctil pero ininteligible Amonasro que gustó por su cálido instrumento y una interpretación menos ruda de lo habitual y Ramfis recayó en la interpretación plana de Liang Li. La joven soprano canadiense Claire de Sévigné fue una inmaculada Sacerdotessa que dejó buena huella por su bello instrumento y una sobrada proyección.