Ginebra: El Grand Théâtre se pone su Anillo

10 / 03 / 2019 - Albert GARRIGA. - Tiempo de lectura: 7 min

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© GTG / Carole Parodi
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El Grand Théâtre de Ginebra

WAGNER Der Ring des Nibelungen

Tómas Tómasson, Stephan Genz, Christoph Strehl, Stephan Rügamer, Alexey Tikhomirov, Taras Shtonda, Tom Fox, Dan Karlström, Ruxandra Donose, Agneta Eichenholz, Claudia Huckle, Polina Pastirchark, Carine Séchaye, Ahlima Mhamdi. Will Hartmann, Michaela Kaune, Petra Lang, Michael Weinus, Mirella Hagen, Mark Stone, Jeremy Milner, Michelle Breedt, Wiebke Lehmkuhl, Roswitha Christina Müller, Karen Foster. Dirección: Georg Fritzsch. Dirección de Escena: Dieter Dörn-Jürgen Rose. 5, 7, 8 y 10 de marzo de 2019.

Que un teatro de ópera reabra sus puertas después de más de tres años de cierre por obras, ya es motivo de alegría. Pero si, además, lo hace con todo el Ring wagneriano, el hecho ya alcanza cotas de júbilo de especial singularidad. Y es que el Grand Théâtre de Genève ha querido reabrir sus puertas con el Anillo del Nibelungo que firmaron el binomio DieterDörn – Jürgen Rose para la celebración del bicentenario del nacimiento del compositor de Leipzig en la ciudad suiza. Llevar a buen puerto la Tetralogía como Wagner concibió, en poco menos de una semana, como un ciclo-obra completo se reserva solo a teatros preparados artísticamente –y económicamente– para tal labor. Solo el mero hecho de conseguirlo ya merece quitarse el sombrero. Si, además, es con nota, ya coloca al teatro en la agenda operística internacional por derecho propio. Y en Ginebra se ha conseguido. La ciudad suiza se ha situado por unas semanas en el punto de peregrinaje wagneriano, a pesar de competir en algunas fechas con la reposición del Met neoyorkino. La producción que firmaron Dörn-Rose es de corte eminentemente clásica y literal, con pocas licencias, más bien escenográficas y ninguna o casi ninguna escénica. Y conecta perfectamente con el espectador, sin necesidad de entrar en relecturas y simbologías retorcidas. Constituye en conjunto un espectáculo cargado de emoción y no exento de teatralidad. Por su parte, la batuta de Georg Fritzsch fue en su conjunto muy sólida, y consiguió hacer brillar a la orquesta de la Suisse Romande a cotas de elevada calidad, pero sin llegar a los referentes contemporáneos con los que hoy se cuenta.

En Das Rheingold, Fritzsch quiso apostar por una lectura muy lírica, casi tímida. Ya en el preludio, ese crescendo del tema de la Naturaleza resultó más insinuante que de inducción de atmósfera; tampoco quiso remarcar especialmente la tenebrosa entrada de los gigantes, aunque sí consiguió un clima especialmente músico-teatral en la bajada al Nibelheim y toda la escena con Alberich. Con todo, y será algo que se repetirá a lo largo del resto de las jornadas, si bien su batuta gozó en conjunto de efectividad, la lectura de Fritzsch estuvo algo mermada de pasión y, sobre todo, de la grandeza necesarias, que no por ellos sonora, en los acordes conclusivos.

Dörn y Jürgen jugaron aquí con una escena muy dinámica cambios a vista muy efectivos; maravilloso el descenso al Nibelheim y qué gran magia escénica de antaño la de la escena del Tarnhelm. También resultó de gran plasticidad la subida de los dioses al Walhalla en globo aerostático, escena no exenta de cierta ironía, y con un maravilloso telón de fondo, muy de antaño, a modo de arco-iris. Quizás el punto gris se coló con el doblaje de las hijas del Rin, aquí patinadoras en línea poco experimental. Vocalmente, tuvo un reparto muy sólido donde sobresalieron especialmente el Mime de Dan Karlström y la insultante jovialidad del Loge de Stephan Genz. Tómas Tomásson se ha labrado una carrera como intérprete wagneriano y su Wotan, hoy, es más meditado y observador –el de Siegfried– que el impetuoso del Oro, o el todopoderoso de Walkiria. Las tablas se notaron, y a pesar de algún problema en los momentos de mayor intensidad, Tomásson dibujó un Wotan de gran nobleza. Tom Fox, quien fue Wotan en la anterior edición del Ring de Ginebra, hizo un Alberich de gran entrega, donde hizo gala de sus tablas en el repertorio. La Fricka de la mano de la mezzosoprano Ruxana Donose fue fría e incisiva como el rol demanda, gracias a una inteligente musicalidad y un redondo instrumento. Freia recayó en la soprano Agneta Eichenholz, quien dejó constancia de una voz de gran calidad y muy bien proyectada, a quien, por fortuna escucharíamos de nuevo en la última jornada. Los gigantes Fafner y Fasolt recayeron en los bajos Taras Shtonda y Alexei Tikhomirov. El primero, dotado de un instrumento de poca rotundidad, dudosa proyección e ininteligible dicción que no terminó de convencer en un rol, que aunque no demasiado largo, es de gran importancia en el devenir del ciclo. Tikhomirov anduvo sobrado de medios y contrapuso como Fasolt lo que su hermano Fafner no pudo dar. Las tres hijas del Rin Polina Pastichak, Carine Séchaye y Ahmila Mhandi fueron muy correctas, y Erda recayó en una efectiva pero poco mística Claudia Huckle. La nota negra del prólogo la marcaron Donner y Froh de la mano de Stephan Genz y Christoph Strehl, tan inadecuados vocalmente como escénicamente ridículos.

Die Walküre tuvo en la batuta de Fritzsch, no el más, pero uno de los momentos más inspirados del ciclo, sobre todo en los momentos de mayor lirismo, como el «Winterstürme wichen dem Wonnemond»: lamentablemente, el Siegmund de Will Hartmann no contaba con el instrumento adecuado para el rol, carente de peso y con agudos estrangulados aunque de buena intencionalidad musical. A su lado, la Sieglinde de la soprano Michaela Kaune fue de lo mejor de la velada, por una entrega de gran emoción y un instrumento redondo, a pesar de alguna tirantez en el registro alto. Donose culminó aquí su hierática Fricka con una gran escena con Wotan. Se llevó una de las máximas ovaciones del elenco. Tomasson se esforzó por dibujar al dios todopoderoso pero mostró cierto cansancio, sobre todo en el monólogo del segundo acto, pero supo culminar sabiamente su “Leb’ wohl”. Por su parte, Petra Lang fue Brünnhilde más por intencionalidad que por adecuación. La mezzo –convertida en soprano dramática– alemana se hace suyo el papel de la guerrera deidad, más por lo teatralmente intrínseco que por lo que vocalmente aporte al rol. Cuenta con una buena proyección y un registro central de carnosa morbideza, pero sus graves son, en muchas ocasiones, sordos y los agudos desagradablemente estridentes y oscilantes. Tikhomirov asumió aquí el rol de Hunding, donde no gustó tanto como el día anterior, por la falta de rotundidad vocal que el rol aquí demanda. Las ocho walkirias fueron a la par efectivas como chillonas en su famosa escena, que pasó sin pena ni gloria. La magnífica línea de Jürgen añadió elementos de efectiva belleza como el juego sobrenatural con los espejos, los caballos humanos de las walkirias o un Grane de marioneta muy vivo.

Siegfried fue quizás la jornada más redonda musical y escénicamente hablando, donde Fritzsch se mostró más inspirado ante la Suisse Romande y donde se escucharon las aportaciones del Siegfried de gran calidad de Michael Wiednus –auténtico Heldentenor– y del Mime de Dan Karlström. El Scherzo del Ring también contó con un Tomasson especialmente inspirado como Wänderer, aunque el Alberich de Tom Fox perdería quilates, frente a su primera aportación y el Fafner de Shtonda siguió molestando como en el prólogo. Muy bien el Pájaro del bosque de Mirella Hagen y efectiva la Erda de Huckle. En el despertar de Brünnhilde, Lang mostró su aportación dramáticamente más superficial y vocalmente más molesta, que le llevó a cosechar alguna protesta del público.

Por el nivel de la jornada anterior se esperaba más del conclusivo Götterdämmerung, tanto por la parte de la batuta como por la escénica, a pesar de que fue una representación de nivel y muy digna. Pero las expectativas son lo que tienen. En este sentido, Fritzsch donde podía lucir y sacar a flote la brillantez de la orquesta, en El viaje de Siegfried por el Rin o la célebre Siegfrieds Trauermarsch, pasó como algo más. Y escénicamente fue similar, así como se la jugaron en el Rheingold, o incluso en la difícil escena conclusiva, aquí optaron por bajar telón de entre escenas. Vocalmente fue una jornada de muchas alegrías. El Siegfried del sueco Michael Wiednus siguió con la fortaleza del Heldentenor y cosechó la más cerrada ovación de toda la Tetralogía. El barítono Mark Stone fue un fantástico Gunther, con un sólido instrumento y una entrega escénica maravillosa. A su lado no decepcionó para nada, si no todo lo contrario, la Gutrune de Agneta Eichenholz que tan buena impresión habría dejado en el prólogo. De las tres excelentes nornas, destacar a Wiebke Lehmkuhl, a quien se esperaba como Erda y que destacó por su contundente instrumento y proyección. Petra Lang concluiría su Brünnhilde como se esperaba, aunque mejor que en Siegfried, si bien su aportación dramática fue de altura, su canto resultó histriónico y aunque convenció en la conjura de muerte del final del segundo acto, su Starke Scheite, a pesar de la carga dramática, musicalmente no emocionó. Por su parte, el Hagen de Jeremy Milner no terminó de convencer, sobre todo por un instrumento poco contundente, de proyección deficiente y tendiente al aullido. Waultrate recayó en la mezzosoprano Michelle Breedt, que cumplió sin más, en una escena algo decepcionante junto a su hermana Brünnhilde.